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CULTURA

A la costa guatemalteca…amanecer de luna maya

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Crónica de un Trotamundos, por Fernando Zúñiga //

La conocí en la pequeña estación de autobuses de Tapachula. Acordamos cruzar la frontera hacia Guatemala y recorrer la costa del Pacífico.

El primer tramo lo recorrimos trepados en el techo de un destartalado autobús de pasajeros. Más tarde en la caja de una pick up con placas de California. El último tramo de ese día en la pequeña plataforma que arrastraba un tractor y en la cual, sobre las hojas gigantes de bananero que transportaba, hicimos una siesta. Nos despertó el traqueteo del camino.

Decidimos bajarnos en un tramo de carretera, casi brecha, ante la vista de una gran roca con letrero pintado a mano… Bahía Bruja… y una flecha señalando hacia adentro de la selva.

Nos internamos por el estrecho camino techado de exuberante vegetación tropical. Empezaba a anochecer cuando después de una pendiente elevada apareció el mar Pacífico. Era una bahía de unos 200 m. de extensión y unos 25 m. de playa rodeada de selva alta y grandes cocoteros.

Por la noche y hacia la punta norte de la bahía, que bajaba en un promontorio no muy alto hasta el mar, vimos unas pequeñas luces titubeantes al extremo de otra bahía vecina más larga.

Movidos por el hambre decidimos investigar. Caminamos quizá 2 Km. y unos 100 m. antes de la choza salió a recibirnos la comitiva… un par de perros famélicos pero festivos.

Lupita (tenía un nombre Maya pero usaba este en español) cocinaba para ella y sus hijos, una niña de 12 y un chico de 8 años de edad. La luz del fogón y un quinqué iluminaban la choza. Un poco más al fondo había una palapa con unas hamacas y dos chozas de pequeñas dimensiones.

Nos sirvió pescado frito, bananos asados y elotes cocidos……las tortillas se hinchaban en un comal de barro. Tenía una vieja hielera metálica de Coca Cola donde, con una lona gruesa, el hielo le duraba unos 2 o 3 días. Bebimos unas cervezas suficientemente heladas.

Ocasionalmente un barco pesquero le traía petróleo, cerillos, baterías para el radio, cigarros, alcohol, sal, azúcar, una gruesa barra de hielo y para los niños algunas golosinas y refrescos.

Tenía un viejo radio Sony de onda corta desecho de la guerra del Vietnam conectado a un alambre y una varilla sobre el techo de palma de su palapa-cocina. Alguna noche con el viento favorable agarraba una estación de México.

De cuando en cuando llegaban pescadores perdidos o guerrilleros que huían del ejército o soldados en busca de rebeldes al gobierno. Lupita les rentaba las hamacas, les daba de comer y beber. Distante a unos 100 m. bajaba hasta la playa un río no muy ancho de dónde sacaba agua limpia que almacenaba en un tambo.

Después del festín/comilona regresamos a nuestro campamento. La comitiva canina nos acompañó ahora durante un trecho más largo. Compartimos un cigarro de cannabis (sin filtro, Acapulco Golden).

Al arribar al campamento nos sorprendió la presencia de 3 mujeres sentadas sobre la arena. Empezaban a encender un pequeño fuego. Solo el murmullo de las olas y el sonido de la selva. Sus edades eran, a cálculo, entre los 65 y 30…abuela, hija y nieta.

El fuego lo avivaban con algunas hierbas que extraían de un morral…..desprendía un aroma perfumado, intenso, embriagador…..empezamos a charlar en distintas lenguas y señas. La voz de las 3 mujeres indígenas era suave, musical, acariciadora, acompañada siempre del brillo de su mirada y una sonrisa pícara.

Nos dieron a fumar de sus cigarrillos forjados en hojas de limonero. Entendíamos cada vez más nuestras mutuas historias. Lo mismo reíamos abiertamente que guardábamos deliciosos silencios y pausas entre el humo y los aromas del fuego.

Hablamos del amor, los hijos, el tiempo, la mujer, los hombres, la noche, la vida….la comida, los animales. Lieke platicaba de los paisajes de hielo de su tierra, de sus papás, de su fascinación por la cultura indígena americana, los bordados, la comida, el color de la piel de las mujeres…..por eso estudiaba sobre las lenguas de estos países.

A las 3 mujeres les admiraba el color de la piel nacarada, el cabello rubio, los ojos azules y la estatura de Lieke. La más joven se animó a acariciarle el rostro.

Ellas se reían de nuestro afán de vagabundeo. Para qué andar de un lugar a otro. Si éramos pareja.

Los 5 nos metimos al mar calmo de esa noche. Nos lanzamos agua, nadábamos tramos cortos, nos sorprendíamos por debajo de la superficie.

Nos secamos a la brisa tibia. Por atrás del cerro y la alta vegetación que bordeaba la bahía apareció el enorme disco de un impresionante amanecer de luna (yo la podía tocar). Lieke permaneció de pie contemplando extasiada. Ellas la observaban en silencio con profundo respeto. El brillo de su mirada era el reflejo mismo de la gigantesca luna.

La más vieja de ellas nos rameó de pies a cabeza…nuestra morada interna…macuy, hierbamora, cancerillo, majahua, curagusano…para el amor, para la suerte, para los hijos…. parsimonia, ternura, caricia de la naturaleza viva. Dos de ellas entonaban en murmullo un cántico en su lengua. Sus ojos cerrados.

Nos despertamos a media tarde. El disco del sol empezaba a declinar una vez más sobre el Pacífico. Nadamos bajo el horizonte multicolor. Los niños y sus perros nos habían dejado un par de pescados envarados bajo un suave fuego de leña, tortillas envueltas en una servilleta de tela floreada, unos aguacates, elotes cocidos y un par de mangos. 6 Gallo en una pequeña cubeta enterrada en la arena.

Nadamos. Recogimos algunas conchas y caracoles pequeños, de la playa virgen, no mancillada. Nos fumamos otro carrujo y esa noche dormimos como bebés hasta la mañana siguiente. Desde el Sony de Lupita, gracias al viento favorable, llegaban oleadas tenues de notas musicales y el ladrido festivo de Negro y Pirata.

Lieke decidió permanecer unos días más en el lugar. Yo retornar a la carretera para continuar mi camino hacia el sur. Me quedaban unas 3 semanas antes de regresar para el inicio del próximo semestre escolar.

Le dejé mi tienda, la mitad de mi Cannabis y sabanitas de papel de arroz en una cajita de latón oaxaqueña. Lieke me regaló su Sleeping bag y media docena de condones en una bolsita Saami de piel de reno con sus iniciales grabadas en donde guardé mi ración.

Durante varios años conservé el collar que Lieke elaboró para mí esa tarde con las pequeñas conchas, caracoles y piedritas de Bahía Bruja. Lo usé durante los veranos y en mis viajes al mar.

FZG Guadalajara VI/2016

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