CULTURA
CINE /// Los años azules: El encanto en lo mundano

“A dos años de su recorrido por festivales, que culminaron en una nominación en los Premios Ariel 2018, se estrena la ópera prima de la realizadora tapatía Sofía Gómez Córdoba, ‘‘Los Años Azules’’, largometraje que nos cuenta la historia de un grupo de compañeros de piso quienes sumarán a sus problemas familiares y amorosos la inesperada llegada de Diana una bohemia inquilina quien tampoco parece tener la vida resuelta”.
Por Carlos Sebastián Hernández
Es en los recuerdos de un pasado no tan lejano donde a veces nace la nostalgia más honda. De esta difusa línea entre el ahora y el ayer, de su extraña cercanía, surge una mirada que añora, y que desea revivir aquello que considera perdido. Todas las experiencias, placenteras y detestables, adquieren significado con el tiempo; significado que evidentemente es de carácter personal, pero que también marca a una generación, que no solo se identificara con los recuerdos íntimos, sino que ellos mismos le darán sentido a sus vivencias a través de una mirada tan ajena como familiar.

A lo largo de este drama de roomies no abandonamos la locación única que es la casa, lo cual lejos de llevar al tedio, permite una exploración detallada del espacio y su importancia en el desarrollo de los conflictos.
A dos años de su recorrido por festivales, que culminaron en una nominación en los Premios Ariel 2018, se estrena la ópera prima de la realizadora tapatía Sofía Gómez Córdoba, ‘‘Los Años Azules’’, largometraje que nos cuenta la historia de Jaime (Luis Velázquez), Silvia (Ilse Orozco), Andrés (Juan Carlos Huguenin), y Angélica (Natalia Gómez Vázquez), un grupo de compañeros de piso quienes sumarán a sus problemas familiares y amorosos la inesperada llegada de Diana (Paloma Domínguez), una bohemia inquilina quien tampoco parece tener la vida resuelta.
La cinta es presentada desde una perspectiva voyerista (manifestada a través del cuasi-omnipresente felino Schrödinger), que desde ventanas, azoteas, y patios de techo abierto nos permite espiar y adentrarnos a la vida cotidiana de los protagonistas, cuyos intereses, aspiraciones, y estilos de vida tan distintos, son puestos a un lado para avenirse en encuentros tan cálidos como entrañables y orgánicos, notable trabajo actoral logrado en mancuerna la directora.

La cinta es presentada desde una perspectiva voyerista (manifestada a través del cuasi-omnipresente felino Schrödinger), que desde ventanas, azoteas, y patios de techo abierto nos permite espiar y adentrarnos a la vida cotidiana de los protagonistas.
A lo largo de este drama de roomies no abandonamos la locación única que es la casa, lo cual lejos de llevar al tedio, permite una exploración detallada del espacio y su importancia en el desarrollo de los conflictos, algunos mejor redondeados que otros. Situaciones contenidas y de apariencia minúscula, cuya potencia emocional radica precisamente en acercarse a ellas y descubrir sus particularidades, volviéndolas un retrato empático de la soledad, la frustración de los sueños no cumplidos, y la búsqueda del amor.
En Los Años Azules encontramos una profunda sensación de despedida: a los amigos que se marchan, a una casa en ruinas, a una época breve que se ha ausentado, pero no olvidado por completo. Un recuento de la mundanidad, que parecía no tener fin, y que ahora se desea nunca hubiese terminado.