MUNDO
De Lisboa a Vladivostok: Macrón instiga a los líderes en un orden mundial quebrantado

Política Global, por Elisabeth Hellenbroich //
MSIa Informa. Una semana antes de la reunión cumbre del G 7 realizada en Biarritz, Francia, del 23 al 25 del mes pasado, el Presidente Francés, Emmanuel Macron, y el Presidente de Rusia, Vladimir Putin, se reunieron en la ciudad francesa de Fort Bregancon. Esta reunión fue un cambio trascendental del presidente francés: una señal a Estados Unidos y al resto del mundo de que se debe elegir una nueva orientación hacia Rusia.
Este movimiento de piezas se debe ver en el marco del espectacular rompimiento del tratado contra proyectiles de alcance medio (INF) anunciado por el Presidente norteamericano, Donald Trump, el 2 de agosto, seguido poco después por Putin.
Con el rompimiento del tratado se establece un peligroso precedente que podría conducir a un rearme de Europa. Macron era hasta hace dos años muy crítico de Rusia y ahora pide integrarla en una nueva arquitectura de seguridad europea de Lisboa a Vladivostok. Este concepto de seguridad de “Lisboa a Vladivostok” fue la idea original de la célebre Carta de la Conferencia de París de 1990.
En la conferencia conjunta luego de su reunión con el presidente Putin, Macron llamó a Rusia “potencia europea” misma que “debe tomar su lugar en la nueva arquitectura de seguridad”. Habló sobre la necesidad de crear una Europa de Vladivostok a Lisboa y recordó la herencia de Catalina la Grande como representante de la orientación europea de Rusia, y respaldó plenamente la idea de que Rusia se ha convertido en miembro del Consejo Europeo:
“Tenemos que llevar a Rusia a Europa, ya que es una potencia europea dada su historia y su geografía,” dijo. El primer paso en esa dirección sería la solución del conflicto de Ucrania, que es también la condición para que Rusia regrese al G 7. Macron agregó que la crisis de Irán es un tópico de análisis importante, puesto que es necesario encontrar formas de hacer menos grave la crisis, y señaló que está en comunicación con el presidente Trump y con el presidente Rohani.
Putin, subrayó que ambos presidentes analizaron bilateralmente la situación internacional. Reiteró que no fue Rusia la que se retiró unilateralmente de los tratados ABM e INF. “Nuestras ofertas sobre el START están sobre la mesa, así como también las destinadas al tratado de prohibición de pruebas nucleares.” Señaló con claridad que si Estados Unidos sigue adelante con sus planes y estaciona nuevos misiles crucero -Rusia hará lo mismo. Ambos presidentes acordaron organizar una nueva reunión en el formato de la de Normandía para analizar la situación ucraniana (este formato incluye a Rusia, Ucrania, Alemania y Francia). Sin embargo, ambos mandatarios subrayaron que dicha reunión sólo tendría sentido si se alcanzan ciertos resultados concretos.
Putin especificó que esto obliga a “poner en práctica la fórmula Steinmeier sobre la condición jurídica especial de Donbás”.
Putin, en el periodo de preguntas y respuestas, recalcó la importancia de las relaciones franco-rusas, dado que ambos países pelearon del mismo lado durante la Segunda Guerra Mundial. También subrayó que aparte del G 7 hay otras instituciones internacionales como el G-20, los BRICS y la Cooperación de Shanghái, en los que Rusia tiene un papel destacado. “Hay grandes potencias como China e India y otras en el G-20 que juntas representan el 90 por ciento de la economía mundial,” dijo.
LA REUNIÓN DEL G 7 EN BIARRITZ
Con la reunión franco-rusa una semana antes de la reunión de los mandatarios del G 7, el escenario estaba puesto por el presidente Macron para albergar una reunión que, a diferencia de las anteriores, inició su rutina en medio de enormes desacuerdos políticos. No hubo comunicado final, pero el centro del debate fue el candente tema de Irán y el acuerdo JCPOA, que Europa quiere mantener, al tiempo que Estados Unidos ha creado un conflicto de gran magnitud. La verdadera jugada maestra de Macron fue que invitó al ministro de Relaciones exteriores de Irán, Mohammad Zarif, a Biarritz, no para asistir a la reunión, sino para reunirse con el ministro francés del Exterior, Jean-Yves le Drian. El resultado fue que el presidente Trump bajó el volumen de su retórica. También el presidente Rohani señaló el interés en una reunión, si se cumplían ciertas condiciones.
Zarif, en una entrevista concedida al periódico alemán Suddeutsche Zeitung en la víspera de su partida a Biarritz, explicó que el JCPOA estaba cimentado en dos pilares: uno obligaba a Irán a utilizar su programa nuclear exclusivamente con fines pacíficos; el otro, obligaba a la comunidad internacional y a las partes a asegurar que las relaciones económicas con el resto del mundo se normalizarían. “En la medida que los europeos comiencen a cumplir sus obligaciones, dijo, nosotros retiraremos nuestras contramedidas.” Según Zarif, esto podría hacerse en “cosa de horas.” Una consecuencia concreta para Irán es que podría vender 2 millones y medio de barriles de petróleo como era antes de que el acuerdo nuclear fuera cancelado unilateralmente por Estados Unidos.
Además, Zarif pidió “puesto que Estados Unidos no puede imponer su voluntad a Europa. Europa tiene que reaccionar.” Se refirió a los 11 punto del JCPOA firmado con Europa que da garantías a las compañías europeas en Irán. “Queremos tener la posibilidad de vender nuestro petróleo por dinero.” Mencionó que Irán ha sufrido pérdidas por miles de millones de dólares a causa del estado catastrófico de su economía, con una moneda que ha perdido 75 por ciento de su valor. “Europa, se lamentó, se limita a declaraciones en el sentido de que quiere mantener el acuerdo mientras que el pueblo de Irán pierde sus empleos y sus ingresos.” Por ello, dijo, el problema es “entre Irán y Europa”
Zarif también subrayó que “desde hace semanas Irán trabaja con Macron, quien trata de mediar. Hemos tenido buenas reuniones. No queremos la guerra -otros están empujando a Trump a esto”. Reiteró que esto es esencialmente una cuestión de “guerra y paz” y que Irán no desea verse arrastrado a la guerra.
VISIÓN DE UNA EUROPA SOBERANA
Vale la pena observar la ofensiva geoestratégica que está conduciendo Macron, quien está llenando el vacío de poder que han dejado Alemania, Italia -que está todavía formando un nuevo gobierno- y Gran Bretaña, que está del lado de Estados Unidos. En el discurso pronunciado en la reunión anual de embajadores franceses en París el 27 de agosto, Macron describió lo que él llamó su “visión” de una “Europa soberana.” Habló de una estrategia de audacia y condenó con firmeza a los que quieren apartar a Rusia de Europa. La vocación de Rusia es aliarse con China, dijo Macron. Recalcó que vivimos en el “Fin de la hegemonía occidental” y nuestra tarea, dijo a los embajadores, es crear una “civilización europea” fundada en los principios humanistas del pasado. “Tenemos que ser audaces y correr riesgos” en lugar de permanecer inmóviles. “Necesitamos construir un arco de confianza y de seguridad con Rusia, así como disponer de una estrategia con respecto a las nuevas potencias emergentes como China, India y África.”
CARTÓN POLÍTICO
Edición 807: Magistrada Fanny Jiménez revoca rechazo de pruebas y defiende Bosque de Los Colomos
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LAS CINCO PRINCIPALES:
MUNDO
Tolerancia en tiempos de algoritmos

– Opinión, por Miguel Anaya
¿Qué significa ser conservador en 2025? La etiqueta, lejos de significar a una persona o grupo de ellas, aglutinadas en torno a la Biblia o valores cristianos, se ha vuelto un acto de rebeldía. El conservadurismo pareciera significar a una nueva minoría (o una mayoría silenciosa) que enfrenta un prejuicio constante en redes sociales.
En sociedades donde la corrección política dicta el guion, ser conservador implica defender valores tradicionales —para algunos valores anacrónicos— en medio de un mar de redefiniciones. La sociedad dio un giro de 180 grados en tan solo 20 años y aquellos que señalaban hace dos décadas, hoy son señalados.
¿Y ser liberal? El liberalismo que alguna vez defendió la libertad frente al Estado hoy se ha transformado en progresismo militante: proclamar diversidad, reivindicar minorías, expandir derechos. Noble causa, sin duda.
El problema comienza cuando esa nobleza se convierte en absolutismo y se traduce en expulsar, callar o cancelar a quien no repite las consignas del día. El liberal de hoy se proclama abierto, pero con frecuencia cierra la puerta al que discrepa. Preocupante.
He aquí la contradicción más notable de nuestro tiempo: vivimos en sociedades que presumen de “abiertas”, pero que a menudo resultan cerradas a todo lo que incomoda. Lo que antes era normal hoy puede costar reputación, trabajo o, en casos extremos, la vida. Hemos reemplazado la pluralidad por trincheras y el desacuerdo por el linchamiento mediático (“funar” para la generación Z).
La polarización actual funciona como un espejo roto: cada bando mira su fragmento y cree que posee toda la verdad. Los conservadores se refugian en la nostalgia de un mundo que quizá nunca existió, mientras que los liberales se instalan en la fantasía de que el futuro puede aceptar todo, sin limitantes.
Ambos lados olvidan lo esencial: que quien piensa distinto no es un enemigo para destruir, sino un ciudadano con derecho a opinar, a discernir y, por qué no, a equivocarse humanamente.
La violencia y la polarización que vivimos, no son fenómenos espontáneos. Son herramientas. Benefician a ciertas cúpulas que viven de dividir, a las plataformas digitales que lucran con cada insulto convertido en tema del momento.
El odio es rentable; la empatía, en cambio, apenas genera clics. Por eso, mientras unos gritan que Occidente se derrumba por culpa de la “ideología woke”, otros insisten en que el verdadero peligro son los “fascistas del siglo XXI”. Y en el ruido de esas etiquetas, el diálogo desaparece.
Lo más preocupante es que ambos discursos se han vuelto autorreferenciales, encerrados en su propia lógica. El conservador que clama por libertad de expresión se indigna si un artista satiriza sus valores; el liberal que defiende la diversidad se escandaliza si alguien cuestiona sus banderas.
Todos piden tolerancia, pero solo para lo propio. Lo vemos en el Senado, en el país vecino, tras el triste homicidio de Charlie Kirk y hasta en los hechos recientes en la Universidad de Guadalajara.
En buena medida, este mal viene precedido de la herramienta tecnológica que elimina todo el contenido que no nos gusta para darnos a consumir, solo aquello con lo que coincidimos: EL ALGORITMO.
El algoritmo nos muestra un mundo que coincide totalmente con nuestra manera de pensar, de vivir, de vestir, nos lleva a encontrarnos únicamente con el que se nos parece, creando micromundos de verdades absolutas, haciendo parecer al que piensa un poco distinto como ajeno, loco e incluso peligroso. Algo que debe ser callado o eliminado.
Occidente, en 2025, parece olvidar que lo que lo hizo fuerte no fue la homogeneidad, sino la tensión creativa y los equilibrios entre sus diferencias. Quizá el desafío es rescatar el principio básico de que la idea del otro no merece la bala como respuesta.
Solo la palabra, incluso aquella que incomoda, puede mantener vivo un debate que, aunque imperfecto, sigue siendo el único antídoto contra el silencio y la complicidad impuestos por el miedo o la ignorancia.
MUNDO
De espectador a jugador: El Plan México y los nuevos aranceles

– A título personal, por Armando Morquecho Camacho
En la historia de la política internacional, las decisiones económicas suelen asemejarse a partidas de ajedrez: cada movimiento no solo busca ganar terreno en el presente, sino también anticipar jugadas futuras que podrían definir la victoria o la derrota.
México, con el anuncio de aranceles de hasta un 50% a productos provenientes de países sin acuerdos comerciales —particularmente China—, ha hecho una jugada que puede parecer arriesgada, pero que revela un cálculo estratégico más amplio: equilibrar una balanza comercial desigual y, al mismo tiempo, alinearse con el tablero donde Estados Unidos y China libran una guerra cada vez más abierta.
La presidenta Claudia Sheinbaum ha justificado la medida bajo dos argumentos centrales: primero, la necesidad de equilibrar la balanza comercial con China, que hoy refleja una brecha difícil de ignorar; y segundo, el impulso del llamado Plan México, su proyecto estrella para transformar la economía y fomentar la producción nacional.
Visto desde esa óptica, el arancel no es un simple impuesto, sino un muro de contención frente a la dependencia excesiva de productos chinos y, al mismo tiempo, una palanca para reconfigurar las cadenas de valor en territorio mexicano.
El gesto tiene también una lectura geopolítica. Estados Unidos ha reactivado una estrategia de confrontación comercial contra China y la Unión Europea ha hecho lo propio. México, tercer socio comercial de Estados Unidos y pieza clave en la industria automotriz de Norteamérica, no podía permanecer neutral. Imponer aranceles de este calibre es enviar una señal de lealtad estratégica a Washington, asegurando que México no será el eslabón débil en la cadena norteamericana.
La analogía podría entenderse si imaginamos un puente colgante sobre un río. Durante décadas, México ha cruzado ese puente que fue construido con materiales chinos y que servían de soporte a la industria nacional. Ahora, la decisión de elevar aranceles implica retirar varios de esos tablones y reemplazarlos con productos propios o con piezas de otros socios.
No es una tarea sencilla. Estos cambios en un inicio podrían debilitar el puente, pero esto se hace con la finalidad de consolidar la estructura y hacerla menos dependiente de un solo proveedor.
Los críticos señalan que el golpe puede resultar contraproducente. La industria automotriz mexicana, uno de los grandes motores de la economía, ha construido buena parte de su competitividad sobre la base de insumos chinos.
No obstante, esta medida podemos verla desde otra perspectiva y no solo como una medida para eliminar de golpe la presencia china, sino que esta busca generar incentivos para que la inversión y la producción se instalen en territorio mexicano o en países con reglas más claras.
Esta jugada puede entenderse también como una apuesta al futuro del nearshoring, el fenómeno que ha llevado a empresas globales a trasladar operaciones de Asia a países más cercanos al mercado estadounidense. México, por su ubicación geográfica y su red de tratados, se ha convertido en uno de los destinos más atractivos.
Para capitalizar esa ventaja era necesario enviar una señal firme: que el país está dispuesto a reordenar su comercio exterior y a reducir su dependencia de un socio con el que no comparte compromisos de largo plazo.
No obstante lo anterior, en lo político, México también gana margen de maniobra. Al mostrar una postura clara frente a China, fortalece su posición en la relación con Estados Unidos, con quien compartimos más que fronteras. Recordemos que, en el contexto sociopolítico actual, el T-MEC exige disciplina y coordinación en temas comerciales, especialmente en la industria automotriz, que es clave tanto en México como en Estados Unidos.
El reto, sin embargo, será enorme. La transición hacia cadenas de suministro menos dependientes de China implicará costos de corto plazo, ajustes en la industria y tensiones con empresarios acostumbrados a la eficiencia y el bajo precio de los insumos chinos.
Pero en la economía, como en la vida, no siempre se trata de elegir el camino más fácil, sino el que garantiza mayor estabilidad y desarrollo a largo plazo. Si el Plan México logra que las fábricas, en lugar de importar piezas, empiecen a producirlas en territorio nacional, la apuesta habrá valido la pena.
Imaginemos por un momento la industria del automóvil como un gran árbol. Sus raíces se extienden en múltiples direcciones: hacia Estados Unidos, hacia Europa y, en las últimas dos décadas, con fuerza, hacia China. Lo que hoy propone el gobierno mexicano es podar algunas de esas raíces para que el árbol no dependa en exceso de un solo suelo.
Es verdad que hay incertidumbre. Nadie puede asegurar que los aranceles funcionarán como palanca de desarrollo interno y no como un freno a la producción. Nadie puede anticipar hasta qué punto las tensiones con China podrían derivar en represalias.
Pero lo que sí es claro es que seguir con una dependencia de 130 mil millones de dólares en importaciones de China, frente a apenas 15 mil millones en exportaciones de México, es caminar sobre una cuerda floja demasiado delgada.
México está intentando, con esta decisión, dejar de ser un simple espectador en la guerra comercial de Estados Unidos contra China, para convertirse en un jugador que elige con quién y cómo quiere relacionarse. El Plan México puede ser la brújula que oriente esta transición, y los aranceles, la herramienta que marque el rumbo.
No se trata de cerrarse al mundo, sino de abrirse de manera más inteligente, cuidando que el intercambio económico no se convierta en una relación de dependencia.
Al final, lo que está en juego no es solo la balanza comercial con China ni la competitividad de la industria automotriz, sino la posibilidad de que México aproveche este momento de reconfiguración global para fortalecerse como un país capaz de producir, innovar y sostener su crecimiento sin depender de los caprichos de una sola potencia. El puente que hoy tambalea puede convertirse, si se refuerza con visión, en la vía sólida hacia un futuro de mayor autonomía económica.