OPINIÓN
Atentado fallido
Luchas Sociales, por Mónica Ortiz //
La violencia, la inseguridad y el crimen organizado en México, son sin duda cuestiones insuperables para nuestros gobiernos, no existen temas o situaciones que en el país se presenten que tengan mayor impacto ni accionar que los que tratan sobre crimen y violencia, ni una pandemia por coronavirus o los desatinos de los gobiernos y políticos, han logrado ser asuntos tan poderosos como las operaciones violentas del crimen organizado, el último ejemplo es impresionante atentado al titular de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, Omar García Harfuch, no debemos dejar de lado que en Jalisco tiene contextos en materia de seguridad pública, nada alentadores, las fosas clandestinas, los desaparecidos y los niveles de inseguridad que ostentábamos son sin lugar a dudas el reflejo del país.
En este contexto habrá que analizar con seriedad, ¿cuál es la enfermedad social real que sufre nuestro país? Hasta donde el mexicano tiene normalizado el accionar violento del crimen organizado o sólo manejamos cierta tolerancia a vivir entre niveles de inseguridad irracionales para otros países, somos resistentes a los embates del crimen organizado y a la propia violencia que existe en nuestra cultura mexicana; en medio de una amenaza inminente del virus SARS-CoV-2 que también atenta contra nuestra vida, estabilidad social y económica, seguimos sufriendo de todos nuestros cánceres sociales, sin que los gobiernos puedan ejercer políticas públicas adecuadas para nuestros grandes males, en realidad todo lo ignoramos para seguir con una normalidad impuesta por la necesidad económica y política.
No somos una sociedad con la capacidad de resolver nuestros propios problemas y de esta manera el crimen organizado ha llegado a niveles insuperables e incontrolables, los discursos de los gobiernos respecto a la seguridad pública en materia ciudadana siguen en un formato muy usado de lucha vacía y promesas falsas, en lo que todo esto sucede en el país y en el Estado, los ciudadanos tenemos que vivir hoy entre la pandemia por Covid-19, la economía por los suelos, los discursos confusos, la inseguridad que vivimos y que no cambia aunque las promesas desde las campañas electorales se refuercen con gritos de reto y enfrentamiento, mismos que suenan muy dramáticamente actuados, entre tanto seguimos sin seguridad, en la incertidumbre de la pandemia y observando cómo no pueden con nada de lo que tienen como responsabilidad.
No resulta alentador, analizar que los combates contra el crimen organizado nunca han funcionado, sin importar el actor político ni el partido en el poder, el modus operandi de la delincuencia siempre ha sido más efectivo que las políticas públicas implementadas por los gobiernos, es un hecho que nuestro país sufre de extrema violencia y que vive en la manos de diversas bandas delictivas, no ha existido un personaje político o partido que de verdad combata sin simulación al crimen, por lo que lo sucedido en la Ciudad de México con el Jefe policial atacado de manera precisa pero parcialmente fallida, sea un motivo para que diversos actores políticos del país se cuelguen y se sumen buscando un reflector en materia de seguridad pública, en realidad contener un atentado no es haber ganado y combatir la delincuencia, es eso “contener” el embate del crimen organizado que mostró su presencia y operatividad, por lo que ofrecer como acto heroico el resistir a un ataque, no es razón suficiente para que las entidades federativas se unan a un discurso falso y protocolario.
Es necesario que la sociedad viva dentro de un marco de seguridad pública, gubernamental y política, la incertidumbre de diversas situaciones que hoy enfrentamos son graves y pueden tener consecuencias irreparables en lo individual y en lo social, ver a los gobiernos como lo que son y exigir lo que tienen que dar, analizar la política para diferenciarla de la politiquería y la simulación, también son nuestras responsabilidades, si las luchas sociales en realidad no existen, forjemos nuestra parte social al no normalizar el crimen, no tolerar la simulación en políticas públicas y responsabilizarnos de los gobiernos que elegimos bajo la falsa esperanza del cambio.
