OPINIÓN
Entre la salud y la economía: Trump presiona a México para reabrir cadenas productivas
Comuna México, por Benjamín Mora //
La arrogancia del presidente Donald Trump nos exige una reflexión puntual y profunda de sus palabras cuando, en abril pasado, dijera: “no vamos a estar muy felices si se interrumpen las cadenas de proveeduría”, de cara a la próxima –sin saber cuándo- reactivación económica de Estados Unidos en medio del Covid-19, al fijar la postura de su gobierno y los industriales norteamericanos ante sus socios comerciales, en especial ante México y Canadá.
Desde el punto de “vista moral y ético” de Trump, lo que importa es qué quieren y requieren sus industrias y no lo que convenga a la salud de su pueblo e interese a los gobiernos de México y Canadá.
Para Trump, y en parte tiene razón, la negociación ya se hizo y está contenida en el TMEC… las concesiones fueron signadas y el tratado obliga a las partes. Si México, que es quien nos importa, no provee lo que necesitan los industriales norteamericanos, estos lo buscarán y encontrarán en otros países y perderemos competitividad. Hoy, más que nunca antes, quien actúe con prontitud, seguridad, calidad y certeza, será quien sobreviva y gane.
En principio, la postura del gobierno mexicano pareciera la correcta: cuidar de la vida de los trabajadores y trabajadoras de las industrias en las cadenas de producción que inquietan a Trump, así como de sus familias; sin embargo, cómo saber el mejor momento para reactivar a nuestra economía si los criterios de la política de contingencia ante el Covid-19 parecen equivocadas y las cifras que el gobierno federal informa cada día no son del todo ciertas, según reconoce el propio Hugo López-Gatell, sub secretario de Salud. Cómo creer lo que nos dice el vocero del gobierno federal para el Covid-19, si el día en que nos anuncia que se ha aplanado la curva de contagiados es también el día con más defunciones por el coronavirus.
Hasta hoy, el Presidente Andrés Manuel López Obrador nos ha mostrado que el único camino que reconoce ante el Presidente Donald Trump es el de perder. Hasta hoy, sus derrotas han sido vistas, por él mismo, como triunfos. Hasta hoy, Marcelo Ebrard –negociador mexicano ante el gobierno norteamericano- no ha sabido fijar posturas ni explicado los requisitos y posibles concesiones mexicanas en las negociaciones; Trump ha impuesto su postura y Ebrard la ha satisfecho.
Lo que hoy se juega es de alcances mayores a aquella amenaza de cerrar la frontera norteamericana. Hoy estamos ante la pérdida de mercados para nuestros industriales.
Veo un problema de legitimidad. ¿Podrá Marcelo Ebrard negociar con el gobierno de Trump y los industriales norteamericanos, las condiciones para la reactivación de nuestra economía sin una consulta muy amplia con los industriales mexicanos que proveen las cadenas productivas norteamericanas, cuando la relación de AMLO y los empresarios mexicanos se encuentra en el peor momento en décadas? Creo que ni López Obrador ni Ebrard tienen el poder de negociación a nombre de los empresarios mexicanos.
Nadie, en el gobierno federal, está preparado para negociar la apertura de la industria mexicana, con las debidas precauciones sanitarias, que garanticen la salud y vida de los obreros y obreras; no, cuando la Secretaría de Salud federal ha cambiado, una y otra vez, sus posturas y recomendaciones. De los no a los cubrebocas a los sí, de los abrazos y besos a la sana distancia, y, muy lamentable, a oponerse a las cabinas o túneles de sanitización cuando éstos podrían proteger por todo el día al personal, dependiendo a la sustancia con que se rocíe.
¿Hasta dónde podrían llegar las negociaciones de Ebrard y los industriales mexicanos con sus contrapartes norteamericanas sin que el Presidente se sienta florero y decida romper los acuerdos signados? Imposible de saber.
El gran problema del Presidente López Obrador que su animadversión hacia los industriales y empresarios, es resultado de una ideología cercana al Foro de Sao Paulo y distante del Libre Mercado. El Presidente jamás entenderá lo que le enoja y enferma; el Presidente jamás entenderá que el dinero se gana trabajando. Para negociar a nombre de otro, se requiere conocer qué quiere, qué necesita, cómo desea ser tratado, para hacerle sentir oído y comprendido, apoyado, y López Obrador a veces ni él se entiendo.
El gobierno de López Obrador tuvo a un experto en Economía, pero le renunció. Hoy, en la Secretaría de Economía tiene a un fantasma que espanta cuando aparece y declara, por ignorante de la economía global.
López Obrador seguro se siente frustrado: Nada camina como se imaginó y cada día su ego se enfrenta a la realidad que le cobra facturas. Las mañaneras son de ira, ansiedad y disforia. Es incapaz de gestionar y aceptar la discrepancia entre lo ideal y lo real. Jamás entenderá que su problema no está en sus errores y las oposiciones a sus decisiones, sino en la forma en que afronta la adversidad. Hoy no puede tomar Paseo de la Reforma para exigirse nada a sí mismo ni puede incendiar pozos petroleros; así que culpa al pasado y se identifica con un simple florero.
La gestión de la frustración presidencial debería devenir en una nueva actitud, basada en una ideología más del presente que aquella de los años 60 y 70 que cayó con el Muro de Berlín. López Obrador debe trabajar en su ego y madurar, entendiendo que el daño que ha hecho a México aún es reversible. La reacción mañanera del florero fue primitiva pues no controla su instinto desagradable y ocurrente. Su objetivo de gobierno, debe entenderlo, jamás lo logrará pues la realidad es siempre más terca que la suya y a México le aguardan más años de grandeza que la mediocridad de sus 6 años de gobierno.
Estamos en medio de dos presidentes egocéntricos –Trump y López Obrador- pero uno con gran poder y el otro sumiso ante el primero. El segundo debería aceptar, de forma consciente, que va a perder si actúa solo. Su baja tolerancia a la frustración ante los fifís mexicanos contrasta con la capitulación total y absoluta hacia Trump, un presidente re-fifí. Las cogniciones de López Obrador están distorsionadas, alejadas de la realidad, desmesuradas y extremadamente irreflexivas. Preparémonos a abrir nuestras industrias.
