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OPINIÓN

Hacia cambios de actitudes sociales: La economía del comportamiento y los “empujoncitos” ante COVID

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Educación, por Isabel Venegas //

Cuando hablamos de la educación como la herramienta perfecta para lograr una transformación real y profunda de la sociedad, se debe considerar también su posibilidad de ser el mecanismo por el cual se perpetúan las formas limitantes y reproductivas de sociedades injustas.

El reto de la educación es constante, se debe estar repensando todos los días, a todas horas y desde todos los ángulos; es tan poderosa su actuación, como peligroso su ejercicio en tanto que la persuasión se confunde con la manipulación, la motivación con el condicionamiento y la formación con la reglamentación.

Hoy no se trata solamente de buscar mejores formas para seguir trabajando en las escuelas, sino que también es necesario revisar cómo se impacta en la construcción de nuestras formas de entendimiento, cómo se gestiona el conocimiento y de la capacidad que se ha ido madurando en cuanto a los modos de procesar la información, porque de ello dependen nuestras interpretaciones, las decisiones que tomamos tanto en lo formal como en lo informal.

Hace unos días El Financiero presentó un análisis que relacionaba el número de fallecimientos en México provocados por el coronavirus y la educación: en el 71% de los casos el nivel de estudios era tan solo de primaria o menos. Ciertamente hay un vínculo entre ese dato y un nivel socioeconómico que vincula con carencias en muchísimos sentidos, privaciones que tienen a su vez una forma determinante en los modos de concebir al mundo.

De entrada en un juicio minimalista pensamos que cada ser humano pretende su preservación, no busca la muerte y que cualquiera preferiría optar por los modos más seguros en lugar de exponerse a riesgos innecesarios; sin embargo hemos visto una cantidad mayor de personas dispuestas a salir en zonas de alto contagio, sin usar cubrebocas incluso a pesar de que haya campañas regalando ese instrumento de muy bajo costo. La clave tal vez esté en la forma de leer el mundo, una interpretación de fenómenos del pasado que apunta a la desacreditación de las instituciones, “el coronavirus no existe, eso es una mentira del gobierno”. No se necesita ser de cierta clase social, tener más o menos dinero para protegerse, no es solo un tema de motivaciones, sino de la interpretación de los acontecimientos, aunque finalmente parece que el pensamiento estructurado que proporciona la escolaridad faculta para actuar más moderadamente.

Visto desde los ojos de la economía como la ciencia que estudia los modos de aprovechar los recursos que se tienen, estimar variables a futuro, considerar escenarios de posibilidades y buscar siempre potenciar las oportunidades, es que aparecen teorías que tratan de ser más comprensivas de los fenómenos sociales. Propuestas como las de la “economía del comportamiento” si bien no son nuevas, hoy toman fuerza y son reconsideradas porque ya se sabe que los recursos no son solo materiales, que la mayor parte de la riqueza surge de la creatividad y de la inventiva que radica en los recursos humanos. Tan solo en los últimos 20 años, la economía del país ha crecido en el sector de servicios, ese impacto significa un crecimiento que está en virtud de potenciar la capacidad y la creatividad de los mexicanos, pero que también tienen mucha relación con la formación y el entrenamiento para seguir indicaciones y prepararse ante las adversidades. Desgraciadamente en cuanto a la pandemia, parece que preferimos ir en la dirección opuesta, es decir, atender la emergencia con medidas de normatividad, más reglas, multas y sanciones.

Recientemente la cámara de comercio presentó un estudio en el que se mostraba la relación entre los tianguis, puestos informales relacionados con el sector alimenticio y la coincidencia con las zonas de contagio en el área metropolitana. La desatención a estos puntos de alto contacto, que no tienen posibilidad para la sana distancia y que continúan operando con equipos y espacios de alta complicación para la limpieza y desinfección, contrastan con las dinámicas que la industria restaurantera ha ido adaptando a su locales: primero mantuvieron negocios cerrados, luego buscaron mantener su servicio a domicilio, más tarde implementaron una serie de medidas para conseguir el “distintivo” coordinado por el del Plan Jalisco para la reactivación económica.

Sería interesante saber cuántos comerciantes del sector informal ni siquiera se enteraron de estas políticas y cuántos le dieron una lectura equivocada; asumieron que por ser de la rama alimenticia no tenían necesidad de cerrar sus locales, no vieron pasar el cambio, no han hecho una evaluación de sus áreas potenciales de riesgo y de mejora. Finalmente como sociedad estamos dejando pasar (tanto vendedores como consumidores) la oportunidad de ver un cambio fundamental en nuestras modos de organización.

La triangulación de la información hoy nos permite pensar desde la urgencia a resolver sin quitar la mirada del horizonte y de cómo nos visualizamos para el futuro. Al parecer las medidas represoras han llegado a su límite, cada vez más se nota el desgaste de los cuerpos policiacos, de inspección y vigilancia, enfrentarlos ante la activación del “botón de emergencia” resulta tan peligroso como poco eficiente. Es claro que el gobierno tiene la intención de proteger a los ciudadanos a pesar de los mismos ciudadanos, y debido a eso es que la polarización ya no sabe hasta dónde vale la pena correr riesgos. Una alerta que depende de dos indicadores que median entre la vida y la muerte: Si el nivel de contagios llega a los 400 casos por cada millón de habitantes o la ocupación en camas de hospital llega al 50 %, se activará el botón y eso significaría parar gran parte de las actividades durante 14 días.

¿Con qué policías se lograría eso? ¿Con cuántos inspectores se tendría que contar para llevarlo a cabo? Ya hemos pasado anteriormente por episodios parecidos, y parece que solo se fortalecen las dinámicas de corrupción y subjetividad. Tal parece que la posibilidad se orienta más hacia la sugerencia: ¿Cómo se puede “motivar o persuadir” para que los ciudadanos prefieran prácticas más sanas? Está visto que los sesgos que determinan nuestras decisiones tienen que ver con la lectura que le damos a la información, y las políticas públicas son la oportunidad para promover herramientas eficientes que impacten en las voluntades.

Pequeños “empujoncitos” que los psicólogos, economistas y los educadores piensan que son mucho más efectivos que seguir considerando leyes y normativas. Incluso los abogados ya tienen tiempo mirando al mundo desde la perspectiva de la justicia alternativa, incidiendo sobremanera a través de la mediación y el diálogo. Motivadores que pueden volverse a la larga más profundos, significativos y permanentes.

Si sabemos que la vinculación entre cada clúster de contagio está relacionada con los tianguis y los puestos de comercio informal en esas zonas, más significativo sería el ejercicio de promoción de actividades estratégicas que ayudaran en tres sentidos: promover la instauración de dinámicas más limpias y ordenadas, acercar ejercicios que ayuden a promover esos negocios hacia modelos de empresa cada vez más exitosos y por último, encaminar a fortalecer la cultura del ahorro y la previsión.

Mat. y M. en C. Isabel Alejandra María Venegas Salazar

E-mail: isa venegas@hotmail.com

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