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OPINIÓN

Jalisco: estado de emergencia

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Columna De Frente al Poder, por Óscar Ábrego //

Jalisco es un barco que navega a la deriva. O peor aún, debemos decir que flota sin brújula ni rumbo en medio de ciclones y aguas convulsas. Pareciera que el timón carece de control y que el capitán de la nave no está consciente de la gravedad del clima. Pero no sólo eso, su tripulación y los pasajeros -confundidos y asustados, respectivamente- ya no saben qué esperar en un ambiente tan impredecible y hostil.

La inseguridad se ha convertido en una tormenta sin fin; muy lejos del “se matan entre ellos”, lo cierto es que la delincuencia en nuestra entidad no distingue entre buenos y malos. Nos alcanza y lastima a todos. Está claro que a los criminales les importa muy poco las estadísticas y las declaraciones vacuas de las autoridades.

A estas alturas, cualquier registro ya es por demás ante la zozobra con la que experimentamos la vida quienes habitamos en esta otrora gran ciudad (ya no digamos en los municipios gobernados por la mafia).

Así las cosas, conviene decir que nos referimos a estado de emergencia cuando la perturbación de la paz o del orden interno de un Estado están en riesgo inminente, ya sea por consecuencia de catástrofes, brotes de enfermedades contagiosas o situaciones políticas o sociales, que afectan e impiden el desarrollo normal de una comunidad, región o país. Por eso no exagero al afirmar que Jalisco se encuentra en estado de emergencia.

El pasado viernes atestiguamos de nuevo cómo se desbordó el terror y corrió la sangre. Pero también, el titular del ejecutivo –otra vez a la distancia- estuvo al pendiente de los acontecimientos y comandó la situación a punta de twitazos. Por supuesto que esto no cayó nada bien entre los cibernautas y el público radioescucha y televidente que atendió sus reportes desde Chicago, Illinois.

Sus fans podrán alegar que no es culpa de él que se hayan desatado los demonios un día después de su cumpleaños y justo cuando fue a reabrir la Casa Jalisco en aquella ciudad, por cierto, horas antes del concierto de los Rolling Stones en el estadio Soldier Field. Y quizás tengan razón, sin embargo, hay al menos dos preguntas que se imponen: ¿era necesario que Enrique Alfaro acudiera a dicha reinauguración? ¿Valía la pena hacerlo en el marco de los festejos de su cumpleaños, en un día en que se presentó la mentada banda de rock, despertando con ello legítimas suspicacias derivadas de su anterior presencia en un juego de los Lakers de Los Ángeles? La respuesta para ambas cuestiones es no.

Nuestra entidad no es como antes. Los responsables de los tres niveles de gobierno no pueden darse el lujo ni el gusto de ausentarse para deleitarse con los placeres que brotan del poder. Las circunstancias actuales exigen que los presidentes municipales y el mandatario estatal eviten la tentación de viajar a fin de eludir su grave responsabilidad de atender el mandato de sus electores y los demás ciudadanos (que en su mayoría no votaron por ellos).

Debe quedar claro que nadie quiere echarles a perder la fiesta egocéntrica que han armado para disfrutarla con sus socios y cuates.

De lo que se trata es de que entiendan que gobernar bajo las delicadas condiciones en que nos encontramos el resto de los mortales, demanda una atención permanente; es decir, las 24 horas del día, de todas las semanas y de todo el año.

Vaya, dicho de otra forma, una vez que se restablezca la paz y regrese la seguridad, que hagan lo que les pegue la gana en sus ratos de privacidad. Pero por ahora el reclamo es que atiendan sus obligaciones fundamentales.

Y no obstante que por fortuna hay policías, agentes de la fiscalía y militares que a diario arriesgan la vida para enfrentar al hampa, lo que más debería preocuparles es que a sólo seis meses de inaugurado este sexenio, un buen porcentaje de la población percibe que naufraga en un océano de incompetencia y frivolidad.

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