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OPINIÓN

Los moralmente derrotados

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Por Luis Manuel Robles Naya //

En la ambigüedad del discurso presidencial tenemos que encontrar (como antes en el discurso priista), señales crípticas acerca de a quién y que quiso decir el presidente en su alocución, refiriéndome en este caso a su célebre primer – tercer informe de gobierno, en el que jactanciosa y arrogantemente, definió a sus adversarios como moralmente derrotados. ¿A quién se refirió? ¿Quiénes son sus adversarios?

Por el seguimiento de sus filípicas matutinas, podemos deducir que en primera instancia serían los partidos políticos de oposición quienes no solo electoral, sino moralmente estuvieran derrotados, sin embargo también podemos sumar a “los conservadores”, la “mafia del poder”, los “neoliberales”, los distribuidores de medicinas, la sociedad “fifi” con sus organismos y hasta los órganos reguladores independientes, en una concentración somera. A mi juicio, los únicos moralmente derrotados son los partidos políticos, y no por él sino por el electorado y la sociedad en su conjunto. El resto de sus supuestos adversarios siguen en la arena pública y seguirán porque cada día el mismo presidente y funcionarios de la 4T les dan material para criticar y censurar, y hasta para seguir haciendo negocios con ellos, porque es bueno pelearse en un discurso y en otro decir que trabajaran juntos para lograr el crecimiento económico del país.

Los auténticos derrotados están aun dilucidando lo que les pasó en 2018, encerrados con sus cortes cupulares buscando preservar cuotas de un difuminado y supuesto poder. No entienden que el movimiento Lópezobradorista solo tomó lo que ellos abandonaron o fueron entregando por abulia o desinterés.

El PRI perdió la oportunidad de aprender en el laboratorio que fue el Distrito Federal a partir de los años setenta y perdió el apoyo de clases medias y jóvenes y tras el sismo de 1985 y el cisma interno ocasionado por la salida de Cuauhtémoc Cárdenas y Muñoz Ledo. El resentimiento de Manuel Camacho al no ser designado candidato presidencial lo llevó a entregar a un liderazgo emergente como el de López Obrador, el manejo de las estructuras y los programas sociales que había manejado desde la regencia, con lo cual el PRI perdió también la base popular de sustento.

A nivel nacional, perdió su propia filosofía nacionalista con la justicia social como propósito a través de un régimen de derecho e instituciones y perdió también su función política original que era administrar el poder para que todos tuvieran cabida y representación según su fuerza, para dar paso a los equipos del gobernante en turno, segregando o sometiendo a los liderazgos auténticos coartando sus posibilidades de ayudar a sus seguidores. Sus centrales y organizaciones, origen y causa de su fuerza, fueron minimizadas y el campo especialmente fue sometido a la más fuerte transformación sin ayuda del Estado a la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio.

Hoy el PRI, sin brújula ideológica, sin liderazgos regionales sólidos, con gobernantes oportunistas o sin convicciones, salvo algunas excepciones, y lo más importante, alejado de su militancia y sus otrora fuertes estructuras sigue empecinado en mantenerse en pie apoyado por la fuerza de una cúpula sin representatividad real que solo puede ofrecer un cada vez más menguante apoyo económico.

El PAN a su vez, en el ejercicio del poder a partir del año 2000 empezó a perder su filosofía y el pragmatismo político le dio entrada al oportunismo, despertó la sed de poder por el poder mismo. Los grupos internos disputaron los espacios ocasionando enconos y desatando ambiciones particulares. La división no solo los llevó a la derrota electoral en enclaves que habían logrado consolidar y conservar, sino también a la atomización del partido y hoy navega sin liderazgos fuertes y con militancia descontrolada. No ayudó en nada la muy pragmática idea de una alianza electoral con el PRD y el MC, partidos de ideología sin coincidencias con la de Acción Nacional, que provocó el éxodo de corrientes tradicionalistas.

Hoy, tanto los que permanecen en el partido como los que se fueron, no persiguen el restablecimiento de los valores tradicionales como forma para recuperar el poder, al interior del partido y en el ejercicio público la frase del ex presidente Fox “vamos a partirle la madre a la 4T” refleja la motivación aspiracional del neopanismo.

En el PRD, la militancia y cuadros les fueron arrebatados, el oportunismo de sus cúpulas, grupos y militantes y el descuido de las dirigencias a las corrientes internas, grupos y “tribus” como han dado en llamarlas ha devenido en una pulverización del mismo, al grado de mantener fracciones parlamentarias por arte de las componendas y acuerdos cupulares. En su devaneo, ahora pretenden aglutinar lo que quedó en un movimiento, “Futuro 21”, que más parece un Frankenstein ideológico que una aspiración política.

A estas luces, la derrota moral deviene de una ausencia de la misma. La moralidad política sucumbe ante el pragmatismo y las ansias de poder, dejando a México con un futuro sin opciones.

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