OPINIÓN
Poder y Dinero: La CNTE le pone freno a la 4T
Por Benjamín Mora //
No hace mucho, en reunión con amigos, nos preguntábamos los por qué de nuestra endémica impuntualidad mexicana; hoy, confirmo, en mi fuero personal, que hemos sido impuntuales hasta con nuestro papel en el concierto de las naciones al punto de despreciar a nuestra incipiente democracia y tardía educación.
Una y otra vez, nos negamos a salir de nuestro caos pues lo interpretamos, ingenuamente, como parte de nuestro surrealismo sin comprender que paso a paso nos volvemos más y más nihilistas. Hoy, el ejercicio de la política se vuelve naif, redentora sin redimir, ante una transformación que no acepta el debate pues busca imponer la idea del comodino pensamiento único, sumiso y obediente hacia un solo hombre y, en dónde, cualquier denuncia del contrario se denigra desde la simplicidad peyorativa de ser fifí, conservadora o vinculada con la mafia del poder. Sin embargo, pocos advierten que las estructuras del poder anterior se mantienen intactas y de las del antisistema conviven con las primeras y se infiltran en el nuevo gobierno, complicándolo.
Sostengo que la legitimidad del gobernante se hace visible en el rostro del pueblo. Así pues, debemos preguntarnos qué ha empobrecido, saqueado, estigmatizado e invisibilizado a millones de familias en el pasado, y qué y cuáles de tales causas perviven hoy en día, quizá, solo quizá, con otra careta y distintas estrategias pero igual de perversas.
Debemos aceptar que, en el ejercicio de la política, los principios dan rumbo, diferencian, especifican y establecen los límites del poder y, con aquellos, los de la democracia. Hoy, como ayer, se advierte un ocultamiento sistemático de la verdad y la manipulación de los deseos de los ciudadanos. O, como bien se acepta en círculos más críticos, no toda acción que se desarrolle en el campo político puede ser considerada como legítimamente política.
La semana pasada, en este espacio, reconocí la capacidad negociadora de Esteban Moctezuma Barragán, secretario de Educación Pública federal, ante la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) por lograr que, en breves horas, dejara libre el acceso a San Lázaro y los maestros regresaran a sus escuelas. Hoy, debo aceptar que la dirigencia gremial me engañó y nos mostró la ingenuidad de Esteban Moctezuma y, con él, también la del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Hoy, se nos refrenda que a la CNTE nadie podrá, jamás, satisfacer sus ansias de poder y dinero, y nada, absolutamente nada, la detendrá hasta hacerse dueña de la educación pública, de las plazas de maestros, del pago de las nóminas y doblegue a éste y los gobiernos que le sigan. Estamos ante un problema de rectoría educativa y Estado de derecho; estamos, también, ante un Gobierno de ingenuos con infiltrados pro CNTE.
Desde la semana pasada, poco hemos sabido de Moctezuma Barragán… bueno, a decir verdad, yo nada he sabido de él.
Una, tan solo una, sección de la CNTE trae en jaque al Gobierno federal y al Congreso de la Unión que no se atreve a legislar la Reforma Educativa de AMLO pues teme que no quedará ni una coma ni un punto de su propuesta. Ahora sí, ni cómo negarlo, el Estado mexicano cedió el Estado de derecho a una minoría gremial, dueña del chantaje y la extorsión.
Se abandona la educación pública y se toman calles, plazas y edificios públicos. Estamos ante un delito de múltiples cabezas, unas dentro de la coordinadora, otras en el propio Congreso y otras desde el propio gobierno; unas desde la violencia y la intimidación y las otras a partir de la omisión de sus obligaciones legislativas y administrativas. Estamos ante un delito pluri-ofensivo al que no persigue el Gobierno desde sus órganos de Procuración de Justicia en un Estado que aspira a ser de Derecho; un delito… muchos delitos… que atentan contra de la propiedad gubernamental, la integridad física de los maestros disidentes a la Coordinadora, el ejercicio transparente y correcto del presupuesto público y el derecho a la educación de decenas de miles de niñas y niños.
Sin parecer exagerado en mi comentario y respaldado en el pensamiento de Noam Chomsky, seguimos en la antesala de un Estado mexicano fallido pues carece de la capacidad y voluntad de proteger a los niños y niñas estudiantes de la violencia de la CNTE, e incluso, estamos ante un Estado dispuesto a ceder el sistema educativo gubernamental, hasta su destrucción, con tal de no confrontarse con los maestros de una sección sindical.
El Estado mexicano ha decidido dejar en abandono emocional y afectivo a nuestros niños y niñas, a nuestros hijos e hijas, pues son los menos importantes en las negociaciones gremiales bajo el discurso fácil de una Reforma Educativa mal implementada y peor estructurada por Enrique Peña Nieto. Lo que no es negable es que, en aquella, los estudiantes fueron más importantes que los maestros y maestras.
Hoy tenemos a millones de niños y niñas cuasi expósitos pues el Estado mexicano no los reconoce como su responsabilidad primera. El gobierno abandona su obligación de comunicar lo que ellos y ellas significan para el Estado mexicano; asimismo, hace el menor de los esfuerzos para construir las bases de una educación de excelencia y trascendencia; pasa semanas sin garantizar la educación ante el abandono irresponsable de las aulas por los maestros de la Coordinadora; no tiene un plan por el cual se escuche a los padres de familia y menos a los estudiantes, ni se preocupa por provocar la reflexión sobre lo que sucede a sus hijos e hijas; no responde a las advertencias internacionales sobre nuestra bajísima calidad educativa; no está dispuesto a sacrificar su imagen por el bien de México.
¿Cómo explicar lo absurdo que envuelve a nuestra educación pública? Solo encuentro una explicación: En México nos gustan los perdedores, como bien nos plantea Héctor Aguilar Camín en su La frontera nómada en donde se lee “la historia de México no la han escrito los triunfadores”.
El Gobierno de AMLO podría ser el gran derrotado de la Cuarta Transformación en materia educativa; pero, aun así, sentirse triunfador porque nadie derramó sangre, aunque sí ignorancia y arrogancia.
En el Triunfo de los derrotados, obra de Pablo Montoya, se lee “Lo nuestro fue siempre una causa ajena a la victoria. Ahora que puede recapacitar sobre lo sucedido, creo que amábamos por encima de todas las cosas la derrota (…) El progreso nos parecía el producto de una burguesía caduca, colmada de vicios, de individuos que anhelábamos eliminar como si ellos representaran la imperfección de la historia”.
