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OPINIÓN

La otra corrupción

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Opinión de Luis Manuel Robles Naya //

La corrupción ha sido identificada como la principal causa de los males del país. Según Transparencia Internacional, México es actualmente, el país más corrupto de todos los que integran la Organización para el Crecimiento y el Desarrollo Económico (OCDE) y junto con Rusia también el último lugar en el G20.

El actual presidente de la República, hizo girar la temática de su campaña electoral alrededor de este tema, al grado de decir que, acabando con la corrupción México habría de crecer y habría bienestar para todos. No corrupción y austeridad serían la llave para el crecimiento. A seis meses de haber llegado al poder, no se percibe que esto vaya a ser posible. Por el contrario, se está dando lugar a otra corrupción, que es la que provoca la ineficiencia, la impreparación, la precipitación y la ignorancia de la realidad profunda de la administración pública mexicana.

Por estos factores se explica que se hayan aplicado criterios aritméticos en la reducción del gasto público sin medir el impacto social de cada medida restrictiva.

Se dijo que se gastaba mucho en la importación de gasolina y se decidió dejar de comprarla en el extranjero sin conocer las reservas existentes, y se provocó con ello, el mayor desabasto de combustible que haya padecido nuestro país. Se dijo que los contratos para la conducción y el abasto de gas natural eran leoninos y ocasionaban perjuicios, y ahora no hay gas para producir la energía eléctrica que requiere toda la península de Yucatán. Se empeñan en echar atrás la reforma energética cancelando proyectos y licitaciones en generación de energía eléctrica y de exploración y producción de petróleo y se decide invertir miles de millones de dólares en recuperar la economía de PEMEX y su capacidad de producción.

Se dijo que había corrupción en los programas sociales como Prospera, estancias infantiles, adultos mayores, procampo y otros. A cambio, se establecieron nuevos programas que resultan bastante limitados en sus alcances sociales, lo que es similar a decir, yo te doy dinero, individualmente, y tú verás cómo le haces para proveerte lo necesario. Esto siendo una mala política social, es también una nueva forma de corrupción.

Los programas que se están sustituyendo, fueron durante años, duramente criticados por la oposición, por considerar que generaban clientelismo electoral y que se prestaban al uso faccioso por parte del gobierno. Para evitar estas suspicacias, se fueron creando bases de operación y criterios de regulación, vigilados y supervisados hasta por, cuando menos tres instancias: la Auditoría Superior de la Federación, la Secretaría de la Función Pública, el CONEVAL o Consejo para la evaluación de la política de Desarrollo Social, y existen además organizaciones civiles que dan seguimiento a las acciones de gobierno y su impacto social.

En la actualidad, se desconocen las reglas de operación, metas a evaluar más allá del número de beneficiarios y lo más importante, cuáles son los mecanismos formales para que estas ayudas lleguen, o cuales son los padrones que sirven de base, y quién los supervisa y evalúa, y esto deja un enorme horizonte para la corrupción institucionalizada.

No basta que el presidente diga que en el gabinete y en el gobierno hay pura gente honesta, porque en los detalles se encuentra al diablo.

La oposición a los gobiernos anteriores a éste, fue insistente en reclamar el uso electoral de estos programas sociales. ¿Quién puede asegurar ahora que no será así?, cuando los padrones de los más ambiciosos programas son controlados desde una sola oficina en la Presidencia de la República sin ninguna supervisión institucional. No existen, o hasta ahora se desconocen, los mecanismos que habrán de asegurar que no se incurra en corruptelas o usos facciosos.

Durante los primeros tres meses de esta administración, más del 70 por ciento de los contratos otorgados fueron adjudicaciones directas, sin licitación de por medio, con la única justificación de la urgencia.

Hay una grave digresión en el discurso presidencial ante la crítica y un alarmante divorcio entre el discurso y la realidad. Se dice una cosa y se hace otra. Siempre hay otros datos que oponer a la realidad de las cifras, y es evidente que en el gobierno federal hay mucha improvisación, desconocimiento y hasta incapacidad.

Alguien dijo que la ineficiencia es también una forma de corrupción y esta tiene consecuencias mayores que la otra corrupción. El manejo complaciente de la hacienda pública, empeñada en satisfacer los deseos del presidente a como dé lugar, habrá de agotar los recursos financieros y los fundamentos de economía política que mantienen prendida con alfileres la economía nacional.

Es necesaria una pausa en esta prisa política que se tiene por imponer un sello personalísimo a este gobierno y pensar seriamente lo que se quiere hacer con nuestro país. Despacio que voy de prisa, se le adjudica este dicho a Napoleón Bonaparte y no estaría por demás, ya que nuestro presidente es tan proclive a justificar históricamente sus decisiones, lo retomara.

 

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