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La marcha y la mujer: «Una cien veces»

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Educación, por Isabel Venegas //

Este será un artículo especial por dos razones, una porque es mi cumpleaños y como buena hija de todos los ancestros que se deba invocar, no pienso trabajar. Dos, porque lo que vivimos hace unos días casi no me lo permite: La violencia en contra de la mujer, una cantidad de vidas cobradas, de agresiones sexuales que igual le truncan la historia de plenitud a cualquiera, una serie de notas cada vez más desgarradoras, aunque al final todas tan crueles ya sea que le suceda a una niña, a una adolescente, a cualquier anciana, a alguien enfermo, da igual si es hombre o mujer, todos sufren, todos lloran.

En ese desmedido problema, una marcha hace evidente el dolor desgarrador de quienes lo han vivido, o de quienes ni siquiera lo pueden dimensionar porque todavía buscan el cuerpo de su familiar para poder, ahora sí, saber cómo fue su penar y sobrellevar una muerte en lugar de creer que en vida sigue siendo torturada o reo de la trata de blancas. La desesperación es demasiada, y tanto las víctimas directas, como sus familiares, tiene la aflicción suficiente como para destrozar sus propios muebles, su vida o las paredes de enfrente. No se trata de justificar una situación, sino de entenderla.

Tampoco es el argumento correcto el equiparar una vida con un edificio; el falso dilema o el dilema desmedido se pone de manifiesto al ver cómo para la mañana siguiente ya se habían reparado las estaciones del tren, los vidrios rotos se sustituyeron por nuevos, mientras que las muertes continuaron. Existe evidencia suficiente de que la protesta violenta no suele arrojar los resultados deseados, y una muestra más es la que da la Jefa de Gobierno de la CDMX cuando a pesar de haber accedido a la serie de peticiones que le hicieron, las cosas siguieron igual, tal vez sea porque el pliego fue derivado de la actuación en el mitin, es decir, la preocupación se desvió a la apertura de carpetas de investigación en contra de quienes cometieron actos vandálicos y no por la solicitud de una estrategia bien enfocada.

Se deberá atender con políticas efectivas, y aunque no creo mucho en la alerta de género, habrá de servir de algo, pero hay otro tanto por hacer y cada quien tiene claro lo que le toca. Hoy solo puedo decir que me hermano con quienes han sufrido, que me uno al reclamo de justicia para todos aquellos a quienes por un proceso torpemente llevado los han re-victimizado e ignorado, que defiendo el derecho de los hombres para no ser atacados injustamente ni en lo real, ni por redes sociales; finalmente creo que hoy lo que más nos hace falta es mucha paz, porque se reclama la agresión a la mujer, tanto como lo hacen los hombres, los indígenas, la comunidad LGBT, etc. Si no hay paz y un poco de silencio, no puedo entender qué es lo que me pides, el reclamo se pierde y junto con él, el tiempo tan valioso de nuestro encuentro.

Te invito hoy a disfrutar de un bello poema de Elvira Sastre, sin dejar de trabajar, sin dejar de luchar por las mujeres, los hombres, los niños y los ancianos de nuestra comunidad. Pero con la calma de un buen estratega, del guerrero que no sucumbe ante la adversidad de ver que a su lucha, todavía le faltan mil batallas. Y mientras tanto ¡Feliz cumpleaños a mí!

Una cien veces / Elvira Sastre

Hay mujeres
que son estaciones de (d)año,
tormentas torrenciales en agosto y estufa
en un diciembre lleno de abandonos.

Hay mujeres
que son pájaros sin alas en un cielo lleno
de recuerdos,
fieras carnívoras al acecho de las ganas
y de esa falta de poder ante la tentación
que solo es deseo confundido.
Hay mujeres
que son mariposas abstraídas esperando a que
cierres todas las puertas
para acariciarte las mañanas a través
de la ventana,
para sacudirte la mirada en cualquier
dirección ajena a tu rostro.
Hay mujeres
que son animales en celo
galopando sobre tu pecho abatido.
Hay mujeres
de ojos castaños
con alma de gata.
Hay mujeres
de ojos verdes
con alma de zorra.

Hay mujeres
que son signos de interrogación abierta,
tres exclamaciones siguiendo
una huida.
Un ladrido de madrugada.
Hay mujeres
que justifican el silencio.
Hay mujeres
que excusan la poesía.

Hay mujeres
que son aeropuertos alejados
de los que solo salen aviones de mentira,
puertos marítimos
en los que vuelves a ser otra vez tú,
estaciones de tren
donde se cruzan tantas contradicciones
que encuentras paz.

Hay mujeres
que suenan a herida al tocarlas
y te hacen desear la muerte antes que ellas.
Hay mujeres
que huelen a limpio, a cuerpo inerte,
y te hacen desear invadirles el corazón
y el pecho con la brutalidad de un ejército de flechas.
Hay mujeres
que desordenan tus huellas cuando aparecen
y te hacen desear encontrar tu camino
sobre su columna vertebral.
Hay mujeres
que no se esconden, que quieren sin escarcha en los ojos,
que saben a sed,
y esas,
esas te hacen desear quererlas toda la vida.

Hay mujeres
que esperas siempre
porque nunca llegan.
Hay mujeres
que están en todos los lugares que ocupas
menos en tus manos.

Hay mujeres
que son primeras y únicas,
que sobrevuelan el suelo que pisan los demás,
que son azules y ocupan un sitio
diferente al resto.

Hay mujeres
que crees por encima de todo
y por encima de todo deshacen tus creencias,
que son tiernas, ciertas y dulces,
y con su ternura, certeza y dulzura
parten tu inocencia en dos.

Hay mujeres
que abren tus ojos con un soplido de magia
y en el siguiente truco desaparecen,
como la suerte.

Hay mujeres
que te enseñan la moneda por las dos caras:
te besan negándote,
se marchan mientras te nombran,
se quedan en silencio
y desde otros recuerdos te afirman.
Que solo conocen la palabra derrota
en tu boca.
Que solo conoces la palabra victoria
en su boca.
Que te aman mientras te olvidan
y olvidándolas las amas.

Hay mujeres
que quieres y no puedes,
que son tanto que no son bastante,
que dándote lo que necesitas olvidan lo que deseas.
Mujeres contra las que no hay razones
que encajen
y conviertes en huida
para darles un sentido.

Hay mujeres
que son aves de paso,
bodas de un día,
amores que salvan tu vida en una noche,
postres eternos en medio de una prisa carnal,
engaños a la rutina,
tu alma animal rendida al instinto de supervivencia.

Hay mujeres
que aparecen como los aciertos:
a tiempo y sin esperarlas.
Que se atreven y se quedan y tienen
el pelo del color de tu almohada,
que se agitan y temes y dan la vuelta
a tus excusas convirtiéndolas en motivos.
Que te aman sin evitarlo
y amas sobre todo por supuesto.

Y
estoy
yo.
Que soy una en todas esas mujeres.

Y
estás
tú.
Que eres todas esas mujeres en una.

Mat. y M. en C. Isabel Alejandra María Venegas Salazar

E-mail:  isa venegas@hotmail.com

 

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