OPINIÓN
El peligro del daltonismo social
Educación, por Isabel Venegas //
Ya estamos de nuevo en las escuelas desde nivel superior, medio superior y ya hasta los peques de preescolar pudieron iniciar el ciclo escolar en educación básica. Arrancamos el 2019-“B” o 2019-2020 y con ello volvemos a las matemáticas y a la ciencia, volvemos a cobrar conciencia de la importancia de hacer uso tanto de la razón, como de la emoción. ¿Recuerdas que hablábamos sobre la necesidad de revisar el caso de la estadística y las encuestas, para ver el por qué elementos científicamente probados, últimamente dan señas de estar fallando? o por lo menos esa es la lectura que se está dando coloquialmente.
Decíamos entonces que, para el caso de la situación electoral era importante retomar los esfuerzos que se habían hecho en el pasado de nuestro país, en el sentido de la formación ciudadana para que con incentivos concretos se forjara más la idea de compromiso político, a fin de “obligar” a participar con el sufragio de su voto. Recordarás que en promedio un 60% había participado en las últimas elecciones, lo que arroja un importante 40% que no nos deja ver su posicionamiento durante el transcurso de las campañas electorales, son los llamados “indecisos”, que al final terminan por decidir que no harán nada.
Dentro del 60% que sí participa durante la jornada electoral, está un importante sector que no le dice al encuestador la verdad. No se anima a opinar o revelar el nombre del partido o candidato de su elección por miedo a ser criticado, por las represalias de algún patrón o líder territorial que pueda enterarse que no está a favor de cualquiera de las promesas que supuestamente le redituarían después, es decir, en ciertos sectores se mantienen algunos mecanismos de control de autoridad con figuras que se equiparan a la del capataz o al del mayordomo de la hacienda en la era pre-revolucionaria.
Ya sea por acciones coartadas por cacicazgos o por la nueva postura de decir lo “políticamente correcto” amén de no estar de acuerdo con eso, mucha gente opina una cosa pero hace otra; además de eso debemos apuntar que hay una gran diferencia que en estadística puede confundir a la hora de hacer la lectura de los resultados; una cosa son los elementos fácticos y otra son los estudios de percepción. Pongamos de ejemplo el caso de la pobreza. Hay indicadores concretos que hablan sobre los avances o retrocesos en el combate a la marginación, aunque en ese sentido, también hay que estar revisándolos frecuentemente porque el concepto de “necesidad” también va evolucionando.
Considerando la información que tenemos a este momento, y teniendo en cuenta estos datos como hechos concretos, tangibles y medibles, veamos lo que presenta el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) en su reporte del 2018. Si bien es cierto que su tarea es la de revisar la efectividad que los programas que implementa el gobierno para mitigar los problemas más graves de la población, finalmente ese es el ente que tienen los datos más certeros de cuánta gente en nuestro país sigue careciendo de lo más elemental. Su lema es que “lo que se mide se puede mejorar”.
La mayoría coincide en que el mejor mecanismo para abatir los problemas de fondo de la ciudadanía es la educación. Los principales programas de gobierno han incidido en ese aspecto y desde la mirada del CONEVAL el reporte indica que entre el 2008 y el 2018, el rezago educativo pasó de ser del 21.9% al 16.9%.
En términos generales la población no pobre y no vulnerable logró incrementarse, pasando del 18.7% al 21.9%, es decir, ahora son 27.4 millones de personas los que están en esa franja que va dando más posibilidad a la estabilidad generacional. Los que estaban en la condición de pobreza extrema pasó de ser un 11% a un 7.4%. También las categorías de “población en situación de pobreza” y la de “vulnerable por carencias sociales” decrecieron. La única que se incrementó es la “vulnerable por ingresos” lo cual parece ser positivo porque es un paso de evolución adquisitiva.
En contraste con los datos que arroja el CONEVAL, el “Frente a la pobreza, Acción Ciudadana” presentó hace dos años una encuesta nacional referida a la percepción sobre el ejercicio de derechos. El resultado es que el 95% de la ciudadanía entrevistada, manifestaba una fuerte preocupación por la dimensión de la pobreza en nuestro país.
Los datos que arroja también dicen que: el 66.8% piensa que el problema es “muy grave”, junto a un 27.9% que opinaron “grave”, es decir, sumando esas dos categorías tenemos un 94.7% que no ve un avance en la reducción de la carestía social de manera objetiva. En esa misma encuesta el 66% se mostró pesimista en cuanto a que sea posible superar la pobreza en menos de 10 años, el 41% dijo que es “poco factible” y el 24.4% dice que “no es factible”, en tanto que los compromisos de México ante la Organización de las Naciones Unidas, fue atender el problema, atendiendo los Objetivos del Desarrollo Sostenible, con fecha límite el 2030. Los resultados que la encuesta del Frente a la pobreza también permitieron ver que a más escolaridad crece el pesimismo en la creencia de que se podrá resolver el problema social.
Bien podríamos relacionar los niveles de ansiedad y el impacto en la salud emocional de nuestra comunidad, la cual arroja un abrumador 90% pesimista ante el ejercicio de los gobiernos en su función de respetar los derechos humanos de las personas. Esto implica un riesgo muy grande al desacreditar a la institución de cualquier color, pero que da posibilidades de que haya cada vez más organización social y comunitaria, siempre y cuando se reflexione en esto porque de lo contrario podríamos estar ante una nueva revolución que nos emocione por lograr el derrocamiento de los actuales “poderosos” para volver a empezar a construir instituciones de las ruinas,… como quien dice, nos encanta partir de ceros.
Deberíamos repensar (sobre todo, quienes hemos tenido la oportunidad de elevar el grado académico) nuestros niveles de pesimismo sin dejar la criticidad, es que aquí hay dos puntos de contraste, la posibilidad de provocar un pensamiento positivo carente de elementos, como discurso de campaña que hace que un gran sector de la población ponga su confianza en programas sociales que no resuelven en nada la pobreza de nuestro país; pero por otro, ser tan negativos como para no ver que sí ha habido avances y que en nuestras propias manos está la transformación, ya sea para exigir un cambio a las políticas gubernamentales o para desarrollar posibilidades de cambio real por lo menos en nuestro entorno.
Un pensamiento crítico implica analizar la realidad separada de nuestros sentimientos y prejuicios, permitirnos el contraste frecuente entre lo que podemos contabilizar y lo que nuestros sentidos nos dicen. Recuerda que la imagen que nuestros ojos perciben no es siempre como el objeto es en realidad.
Mat. y M. en C. Isabel Alejandra María Venegas Salazar
E-mail:isa venegas@hotmail.com
