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OPINIÓN

Hablemos de política

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Opinión, por Luis Manuel Robles Naya //

La política vista como una actividad orientada ideológicamente para ejercer el poder y alcanzar ciertos objetivos, es una visión que refuerza aquella concepción de que la política es la guerra canalizada pacíficamente por otros conductos.

También puede definirse como una manera de ejercer el poder para armonizar los intereses encontrados que pueden encontrarse en una sociedad. Todas estas definiciones con sus variantes ya fueron exploradas y explicadas desde Platón y Aristóteles, hasta Gramsci, Morín y Kern, Bobbio y etcéteras, y del estudio de todos ellos, se desprenden dos vertientes: una, la política sirve para dominar y someter al adversario y otra, como la integración de los intereses individuales y colectivos en la búsqueda del bien común.

Con sus matices, esta lid política e ideológica se ha materializado universalmente en dos corrientes, las políticas de izquierda (como el socialismo y el comunismo), tendientes principalmente a la igualdad social, o de derecha (como el liberalismo, el conservadurismo y el tan de moda neoliberalismo), que defienden el derecho a la propiedad privada, el libre mercado y la competencia económica.

Hasta aquí la concepción ideológica de la política, porque para hablar de política en México hay que reducirse al simple ejercicio del poder, a la administración de las estructuras democráticas y al uso faccioso de las mismas.

La orientación ideológica del actual régimen no deja de ser un mero recurso retórico y una herramienta para conseguir mantenerse en el poder, aún a costa de la destrucción indiscriminada de instituciones y al menosprecio de la ley y los órganos judiciales, vilipendiados y utilizados, un día sí y un día no, según las conveniencias de quienes ejercen el poder.

Los avances democráticos, fruto de una política integradora donde hasta las minorías cupieron en un régimen de partidos, fueron resultado de la aplicación de políticas de Estado dirigidas precisamente a la armonización de las diferencias para encontrar un futuro compartido, sin embargo, hoy son víctimas de su propia entropía. Aquellos que lograron entrar a esa arena política privilegiaron, y lo hacen aún, la contienda electoral y dejaron de lado el fin primordial de su participación que era encontrar puntos de consenso para lograr una mejor sociedad.

Hoy tenemos una facción ensoberbecida por el triunfo que abiertamente busca aplastar a sus adversarios con un discurso polarizante y populista con el que impone su percepción, contradicha frecuentemente por la realidad. Un discurso que actualiza contiendas ideológicas del siglo XIX, sin sentido en el mundo contemporáneo pero que sirven para ostentarse como un heredero de tradiciones liberales y laicas, evidenciando contradicción con los hechos. Sin embargo hay una afirmación en la que le concedo razón; sus adversarios están moralmente derrotados.

No solo porque la contienda electoral del año 2018 les haya propinado su más sonada derrota a los partidos dominantes hasta ese momento, sino porque cada uno de ellos se apartó de su ideología para privilegiar la lid electoral, la lucha por el poder por encima de convicciones y principios.

No es casual que la sociedad tenga identificada a la política, como una actividad sucia y corrupta, y a los políticos como los menos confiables. Las alianzas y coaliciones suscritas por los partidos en las últimas elecciones demostraron que los principios son negociables y que las ideologías no importan al perseguir el poder. Las prácticas de algunos de sus militantes exhibieron la ambición y el uso del poder para obtener beneficios personales en perjuicio de los más vulnerables de la sociedad y del conjunto social en pleno. La nota roja de los periódicos se llenó de fotografías de gobernantes apresados o perseguidos y los partidos que los llevaron al poder guardaron un silencio cómplice o solapador, sin autoridad moral y, porque no, con mucha cola detrás.

Pero no es solo la ideología y la moralidad política lo que se ha perdido. La altura en el debate político ideológico no existe, la participación de la militancia en las decisiones de los partidos está ausente, las cúpulas mandan y se distribuyen cuotas de poder, los cuadros y dirigentes cambian de partido como de favorito en el futbol, mientras la sociedad mira con desesperanza que no existen opciones confiables y se suma a quien más esperanza, por frágil y precaria que sea, le represente.

El actual régimen intenta cubrir con un manto ideológico variopinto y acomodado a la circunstancia, sus actos e intenciones, sin embargo en el fondo solo es un asunto cosmético y mediático para afianzarse en el poder y someter a sus adversarios. Reconstruir un país no es tan sencillo como suprimir a los conservadores y entronizar a los liberales, pensarlo así es no considerar la pluralidad de la sociedad actual, y sobre todo, que este es el país de todos aunque los otros piensen diferente. La política tiene que recuperar su esencia de búsqueda conjunta del bien común y ya que a la 4T le gustan las frases históricas, una patria común para todos.

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