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OPINIÓN

Las paradojas de la democracia

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Opinión, por Luis Manuel Robles Naya //

El Marqués de Condorcet, Jean Antoine Nicolas de Caritat, pionero del cálculo integral, entre otras cosas, publicó en 1785 su ensayo “Sobre la aplicación del análisis a la probabilidad de las decisiones sometidas a la pluralidad de voces”, un teorema el cual, podemos interpretar como la imposibilidad de que, en un proceso electoral con tres o más participantes, la mayoría triunfante represente coherentemente a la suma de las opiniones individuales. O dicho más coloquialmente si ganó la opción A, siempre será mayor la suma de las opciones B+C, y si además sumamos los abstencionistas y nulos, la mayoría resultante siempre representará solo la opinión de una minoría.

Ya en el siglo XX, Keneth Arrow, economista norteamericano, formuló su “Teorema de la imposibilidad”, que profundiza sobre los estudios y conclusiones de Condorcet y sostiene la imposibilidad de que la utilidad social y la función de bienestar social se puedan alcanzar en un sistema democrático plural, porque la conformación de una mayoría que excluye a las otras (transformadas en minoría), no refleja las distintas concepciones de utilidad social que tiene cada individuo.

Ambas teorías, Condorcet y Arrow, presentan ejercicios para comprobar la validez de sus argumentos, incluso el mismo Arrow explora el bipartidismo como opción y concluye que solo es posible la unanimidad en un régimen dictatorial.

En occidente, hemos privilegiado a la democracia como el medio para conducir a nuestra sociedad hacía un proyecto de nación concebido en sus orígenes para reconocer la diversidad y avanzar en las coincidencias que se puedan encontrar en la pluralidad, sin embargo, a la luz de los acontecimientos actuales, el continente se halla a merced de las paradojas resultantes.

Chile, Bolivia, Brasil, Argentina, México, son naciones que resienten la vigencia de estos postulados y las paradojas resultantes y por los hechos, comprobadas. Todos estos países con gobiernos emanados de procesos democráticos, discutidos o no, pero aceptados, reflejan la polarización de las posiciones individuales respecto al concepto de justicia social o, como alcanzar el estado de bienestar que cada uno concibe.

Neoliberales o conservadores, socialistas o capitalistas, todos coinciden en la ya ineludible obligación de abatir la desigualdad, presente en toda la sociedad del continente americano, no obstante, las diferencias son evidentes y ya no basta el modelo democrático electoral para conducir las expectativas hacia un destino común, compartido y aceptado.

En Brasil, los procesos democráticos han arrojado movimientos pendulares cada vez más radicales entre el socialismo popular de Lula y sus partidarios y la opuesta corriente liberal de Bolsonaro; Chile y Bolivia, después de años de continuidad con proyectos disímbolos, Chile neoliberal y Bolivia nacionalista, tienen hoy sociedades enfrentadas y convulsas. Argentina por su parte en cuatro años desechó un proyecto neoliberal y tornó a uno más proteccionista y cómodo para la sociedad. En México, la polarización es cada vez mayor, particularmente por el avasallamiento de un gobierno que se atribuye una mayoría nacional y se impone por diversas vías al resto de las opiniones. Afortunada o infortunadamente, las diferencias se están dirimiendo en otros escenarios.

El gobierno trata, con éxito muy discutido pero vigente, de transformar un sistema que favorece a los poderes fácticos mientras estos resisten con la mejor herramienta que tienen, el poder económico y, una terca realidad muy dependiente de los flujos de dinero para mantener la estabilidad social.

No es pertinente hablar de si se tiene en el gobierno la legitimidad para imponer un modelo no consensado, o si este es o no un buen mecanismo para combatir la desigualdad y lograr un estado de bienestar. Lo cierto es que se está presentando la comprobación de las paradojas y la solución gubernamental para lograr la utilidad social de sus funciones y el estado de bienestar está siendo fuertemente discutido por una sociedad cada vez más dividida y polarizada.

Para Arrow, la única forma de lograr la unanimidad es un régimen dictatorial y no hay nada más indeseable que vernos enfrentados con esa situación, porque nadie en su sano juicio quisiera ver coartadas sus libertades, sin embargo, tampoco es deseable la prevalencia de la arrogancia y la descalificación de opciones, por seguir formas autárquicas y unipersonales de gobierno.

Hace tiempo, un escritor suramericano señaló que México era la dictadura perfecta. Lo hizo cuando en México prevalecía un partido hegemónico que administraba las opciones democráticas y parecía abrirse a una verdadera democracia. Cuando verdaderamente lo hizo, para dejar de ser una dictadura perfecta, México avanzó democráticamente pero entró de lleno en la era de las paradojas y hoy parece imposible que el gobierno construya ese estado de bienestar con el concierto de todos y dando cabida a postulados, aspiraciones y opiniones diversas, pues el camino mostrado, hasta hoy, parece ser una vuelta a la dictadura perfecta.

Vaya paradoja, que habiendo querido destruir al dinosaurio, estemos viendo el nacimiento de otro.

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