OPINIÓN
De la esperanza a la duda
Opinión, por Luis Manuel Robles Naya //
El resultado electoral de 2018 fue sin duda resultado de la esperanza de un cambio. Un cambio difuso y no definido con claridad, pero alentada su expectativa por la exacerbación de la ostentación y el dispendio de la clase gobernante, su evidente corrupción y su incapacidad para instrumentar políticas que disminuyeran la creciente desigualdad social. Una plataforma política impulsada más por la retórica del líder que por una oferta política estructurada y coherente, fue suficiente para que treinta millones de mexicanos se decidieran por la alternativa electoral diferente que garantizaba un cambio.
Ya en el poder, las acciones de gobierno se han centrado en el cumplimiento de esos postulados retóricos, enmarcados en una llamada “cuarta transformación” construida también desde la plataforma de una conferencia mañanera que impone agenda mediática y que distrae del fondo de los más importantes asuntos nacionales. El fondo de ellos forma parte de los contenidos editoriales de la mayoría de los comentaristas y formadores de opinión en los medios, que han formado una masa crítica desdeñada y vilipendiada por el propio Presidente de la república que no tiene empacho en denominar “fifís”, adversarios, conservadores, nostálgicos del poder, añorantes de los moches y otros calificativos similares en los que engloba a todos los que piensan diferente o critican sus acciones.
El primer año de gobierno se ha caracterizado más por ello que por la profundidad del cambio prometido. En los hechos, el único gran cambio es que la autoridad presidencial ya no tiene acotaciones, los poderes están colonizados, los organismos autónomos disminuidos y despreciados y en síntesis, se ha instalado el presidencialismo imperial en todo su esplendor.
Sin embargo, el pobre desempeño del gobierno ha empezado a sentirse ya en la opinión ciudadana. Nótese que hablo del desempeño del gobierno y no del Presidente, puesto que él sigue encantando al pueblo con formas sencillas y austeras de conducirse, sin perder el contacto con la gente, hablándoles en los mismos términos para comunicarles su visión de la realidad y venderles un cambio que huele a gatopardismo.
Por ello, su aprobación se muestra estable, en un 68 %, con una ligera tendencia a la baja. Según una encuesta publicada por “El Universal” y levantada entre el 6 y el 11 de noviembre, el 65.5% piensa que el Presidente se preocupa por la gente, más sin embargo un 52.1 cree, que el Presidente utiliza la conferencia mañanera para distraer.
El apoyo empieza a mostrar grietas. Según un análisis de El Financiero, basado en sus propias encuestas, los niveles de apoyo están moviéndose entre los diversos segmentos poblacionales. Los hombres jóvenes se muestran más críticos y han variado su apreciación.
Al inicio del sexenio los estudiantes de nivel básico, y medio superior tenían un nivel similar de aceptación y en la actualidad, la brecha entre ellos ha crecido y los de nivel medio superior desaprueban por 20 puntos. Por edades, la juventud (18 -29) está disminuyendo su apoyo, mientras que los mayores (50 y +) se mantienen firmes en su respaldo. En resumen, debajo del promedio de aceptación presidencial (68 puntos), hay corrientes que se mueven considerablemente, en particular cuando se evalúa su actuación ante los grandes problemas nacionales y aspectos específicos de su gobierno.
La prensa sigue escribiendo casi unánimemente censurando, evidenciando inconsistencias, desatinos, empecinamientos y terquedades del actual gobierno federal, pero esta cantidad de tinta en contra, parece no encontrar eco pues los niveles de aceptación, como se ve, no han sido en esa drástica proporción modificados.
Sin embargo, como se menciona anteriormente, en el fondo, las percepciones si se mueven sobre aspectos específicos y parece que la ciudadanía está tornando de la esperanza a la duda. Un reflejo de ello se encuentra en las redes sociales. Son las redes un escenario panfletario en el cual, el fanatismo y el dogmatismo señorean en ambos lados, mostrando una sociedad polarizada con alto grado de intolerancia. Sin embargo, tanto los medios tradicionales como las redes, confirman que el humor social se mueve rápidamente, aunque por desgracia no es en la misma dirección.
Es grave, que el polarizado estado de ánimo de la sociedad sea alentado por el discurso oficial. Que la retórica presidencial, se empeñe en fomentar las diferencias invocando episodios históricos que nunca fueron resueltos, de otra forma, que con la supresión o el avasallamiento del adversario.
Nuestra sociedad ya es otra. Es cierto que está lastimada por la desigualdad y la falta de oportunidades pero demostró que se puede unir para conseguir un cambio. Ojalá que el Presidente entienda que el bono democrático que ahora usufructúa es una oportunidad para unir y que escuchar y rectificar no es claudicar. Es tiempo de pensar como un hombre de estado, no como militante y construir una patria donde quepamos todos, los fieles seguidores y los que ahora están pasando de la esperanza a la duda.
