OPINIÓN
Sobreviviendo al virus, ¿y la salud mental?
Educación, por Isabel Venegas //
Cuando uno llega a un hospital por alguna enfermedad debe ser cuidadoso de no contraer más virus y bacterias de las que llevaba antes de ingresar; se supondría que las clínicas deberían de ser los lugares más purificados que pudiera haber de modo que con el sistema inmunológico trabajando a toda su capacidad por lo que ya se contrajo, no se le pida que además luche en contra de otras tantas enfermedades pendientes por adquirir ahí.
La experiencia depende del tipo de unidad que a cada quien le toque conocer: las policlínicas de la cruz verde, las familiares del ISSSTE o del IMSS, los consultorios privados, los hospitales de especialidad o alta especialidad, etc., desde donde pueden atender los médicos “Simi” hasta las instalaciones del “Puerta de Hierro”, todos tienen esquemas de higiene y pueden ser más menos estrictos para con ello paliar mucho mejor los contagios al interior de su personal y de sus propios pacientes.
Tal vez los estándares de desinfección e higiene debieran de ser más estrictos y universales, de tal forma que la salud de los mexicanos fuera menos costosa en términos de mantener una serie de complicaciones, medicamentos e impactos en la vida cotidiana y productiva, sin embargo sabemos de casos muy graves que han hecho que, incluso bebés y personas que de entrada estaban sanas, perdieran la vida por infecciones contraídas al interior de un hospital.
Lo mismo está sucediendo con la salud mental cuando una pandemia nos obligó a permanecer recluidos en casa por razón de proteger la vida ante el contagio del virus, pero no consideró cuál era el nivel de sanidad que se conservaba al interior de los hogares; niños sufriendo una violencia terrible por parte de sus propios padres, los cuales a su vez estaban fuera de cuadro por la angustia de ver trastocada toda la lógica del pensamiento, incluso aunque no fue necesario ver impactadas las necesidades básicas para que se manifestara un terrible impacto en la ansiedad e histeria.
Para algunos la colectividad quedó reducida a las cuatro paredes en las que cada quien se refugió, para otros la calle fue el espacio al tomar una postura de incredulidad a las autoridades políticas y sanitaria, poniendo en duda los altos niveles de contagio y las probables tasas de mortalidad que varían de país en país, y de región en región.
Los enfrentamientos con policías, las críticas entre vecinos, las miradas y agresiones directas en el supermercado hacían evidente que la crisis de salud mental se incrementa día a día y al parecer no le estamos dando la importancia debida. De seguir así, la recuperación física, estructural y económica difícilmente se va a lograr ya no en un mediano plazo, sino tal vez en un largo y doloroso proceso que tomará muchas vidas más a causa de la internación en psiquiátricos, suicidios o adquisición de mayores niveles de adicción a drogas por la búsqueda de salidas a crisis internas que no encuentran otra forma de ser paliadas.
Es urgente que las autoridades tomen cartas en el asunto, pero también es necesario que cada uno de nosotros nos hagamos cargo de un episodio en la historia que nos sacó de nuestras zonas de confort y nos obligó a repensar nuestras vidas, sin dejar de observar que para muchos otros no hay esa oportunidad porque es al interior del hogar donde está el tema de la vida y la muerte. Para muchos niños y niñas el abuso sexual viene de un familiar, son los parientes cercanos los que agreden o emiten comentarios lacerantes; para muchísimas mujeres dejar de salir a trabajar significa privarlas de la oportunidad de tener un respiro a relaciones asfixiantes que no tienen salida por diversas situaciones conflictivas.
Es la casa la que se vuelve una prisión en donde se confunde un modo sano de relación y una supervivencia cotidiana, son las grandes paradojas de este momento particular en donde una población ha tenido que aprender a vivir encerrada, haciendo ejercicio, leyendo, estudiando, y en el mejor de los casos averiguando cómo ser más productivo a partir de aprender mediante un curso por internet, nuevas formas de aportar a su entorno. Un confinamiento que se vuelve un infierno si te toca compartir celda con alguien que no apoya esa búsqueda de superación, que se dedica a lastimar, a agredir y limita el crecimiento debido a sus propias carencias. Círculos viciosos que van ampliando su radio y abarcan cada vez más personas.
Lo que en su momento era un castigo digno para alguien que hubiese matado, violado, secuestrado, etc. se volvió la obligación para todos. Entendido como una pena suficiente para dar una lección a quienes cometen delitos, la privación de la libertad es tan significativa como protectora, porque también implicaba la “tranquilidad” para el resto de la sociedad el saber que los delincuentes ya no seguirían perpetrando esas calamidades.
Hoy vivimos la gran paradoja de delincuentes que han tenido que “aprender” a llevar su castigo insertos de nuevo en la sociedad, tratando de asumir que su comportamiento los puede regresar en cualquier momento a la vida de cárcel, al mismo tiempo que un sector de la sociedad se encuentra privada de su libertad, entendiendo también que con ello colabora en medio de una crisis sanitaria que no termina por explicar bien su lógica, sus tiempos, ni sus dimensiones.
Llama mucho la atención que ante una situación de esta magnitud, y tratando de encontrar nuevos modos de trabajo a distancia, la mayoría de los trabajos de oficina, los administrativos, los educadores, etc. han podido implementar grandes esfuerzos por avanzar en mecánicas que aportan lecciones enriquecedoras, sin embargo en el tema de la tutoría emocional o la terapia psicológica, parece que se mantiene una gran resistencia a ser atendido apoyados en la tecnología. Muchas personas siguen esperando a que “esto pase” para que poder visitar a su terapeuta, algunos gobiernos han decidido posponer los planes de ayuda a sectores vulnerables en ese sentido, y las casas de protección a mujeres y niños violentados siguen sin ser uno de los faros de atención gubernamental, son pocos los casos que han entendido y atendido esta grave situación.
El pasado 20 de mayo se conmemoró el Día del psicólogo, y no quiero dejar pasar la ocasión para enviar mi más sincera felicitación a todos aquellos que a pesar de la adversidad, con pocos recursos y siendo también un sector altamente afectado, prestan sus servicios a través de redes de apoyo para salvaguardar lo que grandes pensadores han definido como lo más valioso de todo: la paz interior, la salud mental.
Felicitación también para todos los estudiantes en este 23 de mayo, año que recordarán para todas sus vidas, con la esperanza de que en las siguientes pandemias y enfermedades, tengamos mejores maneras de atender este tipo de emergencias, y que estemos más preparados para no dejar de aprender, de disfrutar y de crecer a pesar de esas nuevas circunstancias.
