OPINIÓN
El desastroso debate presidencial de EEUU
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Columna Invitada, por Isabel Venegas //
La semana pasada se llevó a cabo el primer debate en el proceso electoral de los Estados Unidos, algo que quedó muy lejos de ser la confrontación de opiniones e ideas, y que tomó más el formato de espectáculo, como tal parecía la transmisión de una pelea de box, la contienda entre dos expertos en el manejo de la imagen pública, que saben exactamente qué es lo que vende, lo que llama la atención, al tiempo que encuentran una forma de evadir la argumentaciones de sus propuestas, así como el análisis y síntesis de la realidad que ellos conciben y como la planean atender desde las posibilidades normadas para la política pública, y de la forma en la que estiman hacerse cargo de ella con los recursos y limitaciones reales.
En el evento del 30 de septiembre no hubo razonamientos, defensa de las plataformas que cada uno proponía, por el contrario, solo se gritaron, se ofendieron e incluso se tiraron golpes bajos; Donald Trump hablando de los hijos del contrincante y J. Biden haciendo uso de esas mismas figuras para explotar su papel de víctima.
Finalmente ese sociodrama identifica muy bien tanto al bully de la clase (que a muchos les cae bien por su arrojo y valentía) contra el suave, dulce y delicado oponente (que también tiene su público conmiserado por su sufrimiento).
Es muy raro ver que la evaluación apunte a un marcador: ambos candidatos perdieron. Los sondeos rápidos, las reacciones en las redes y los titulares de los principales periódicos daban cuenta de una serie de “desgracias para la democracia”, es decir, el candidato que se quiere reelegir tiene en su poder la maquinaria entera del gobierno de uno de los países más poderosos del mundo, pero que a pesar de ello no logra posicionar su candidatura lejos de la de su contrincante, ya sea por el pésimo manejo de la pandemia, por la revelación de su figura intolerante a las diversidades (de etnias, de razas, de género, … de lo que sea), o porque ya ha evidenciado que no es el excelente empresario que parecía ser.
La red de complicidades y artimañas con las que logró consolidar el emporio que hoy maneja, lo llevó a involucrar a casi toda su familia en irregularidades y delitos fiscales, familia que de no ser reelecto el presidente, corre peligro de caer en la cárcel por quedar al desamparo de la ley.
Es un hecho que el showman gringo está dispuesto a hacer lo que sea por ganar, él necesita asegurar las elecciones a como dé lugar, y frente a su tempestad se encuentra a un viejo lobo de mar, un ex vicepresidente que conoce muy bien las tripas de la Casa Blanca, así como al electorado que está en contra del actual gobierno y al cual se gana con tan solo decir que él será diferente; una diferencia que no se observa si hablamos de la administración Obama como una de las que golpeó fuertemente a los migrantes, y que utilizó la figura popular del presidente para mantenerse estable, pero con muy poco avance en agendas sustantivas y trascendentes.
En otras palabras, los problemas de marginación, de racismo, intolerancia y violencia, no aparecieron con la pandemia, son herencias que se van solidificando en suelos a los que no se atiende con seriedad. La excelente imagen del presidente anterior, que por cierto parecía haber tenido la oportunidad de un cambio radical precisamente por su origen racial, deja ver que si seguimos votando por líderes que tienen una muy buena imagen, pero con propuestas que carecen de sentido y argumentación, vamos a seguir creciendo en índices de precariedad social.
Hay una enorme población mexicana que sigue creyendo que Estados Unidos nos supera en la mayoría de los aspectos. Esa apreciación puede dividirse en tres sectores: quienes nunca han pisado el país vecino o solo lo han hecho para vacacionar unos días, con lo cual conocen las partes más bonitas de cada ciudad; otros son los que han migrado, viviendo ahí pasaron las experiencias más terribles, pero conocen también las bondades de estar bajo un régimen que suele cuidar las normas, ellos mismos reconocen la diferencia entre el comportamiento que mantiene el mismo ciudadano en un país o en otro. Por último estaría la población mexicana que hace negocios en ciudades norteamericanas, que conoce lo que es estar en sitios privilegiados de aquel país sin necesidad de estar esquivando a la patrulla migratoria, pero que también es capaz de observar lo parecido que puede ser su sistema de educación, e incluso lo precario que es su régimen de salud y de democracia. A estas alturas ya debemos tener claro que, no por ser el tío rico es el tío perfecto, y que deberíamos dejar de querer copiar todo a pie juntillas.
Lo que es cierto es que, a pesar de no ser perfecto nos regala grandes lecciones: Los candidatos que son buenos oradores, que tienen gran carisma y que son colocados por su enorme atractivo, reciben el apoyo de las masas sin que se les haga el cuestionamiento de cómo harán posible las promesas de campaña. Si un candidato aparece como el ganador de un debate porque se mostró más agresivo, porque gritó más o porque hizo un que otro chascarrillo durante el evento, te lo digo querido amigo, estamos mal.
Es tiempo de remojar nuestras barbas porque la jornada electoral 2021 no tarda en llegar; los mandones de la vida política ya se relamen los mismos bigotes de siempre, con las mismas propuestas y los mismos esquemas de campaña. Si los actores de la vida pública son los mismos, será necesario entonces que los electores seamos los que nos transformemos.
Mat. y M. en C. Isabel Alejandra María Venegas Salazar
E-mail: isa_venegas@hotmail.com

