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OPINIÓN

Más allá de la estadística: En época de COVID-19 ¿cómo va el ciclo escolar?

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Educación, por Isabel Venegas //

En este momento muchos investigadores de las ciencias sociales se plantean varias interrogantes acerca del fenómeno que estamos viviendo tanto por la emergencia de las situaciones, como por las implicaciones de lo que esto representa en un corto y mediano plazo.

Desde marzo hemos vivido la educación pública y privada en el confinamiento; a la fecha nos encontramos sin todavía poder dimensionar qué tanto estamos aprovechando los instrumentos que nos permiten hacer trabajo desde casa, aunque ya podemos ir notando elementos que llaman la atención.

El punto es que para las ciencias humanas, las estadísticas nos dicen mucho pero no todo; las experiencias, las vivencias y los contextos, son analizados desde la complejidad de los estudios cualitativos, los cuales suelen dar mucha luz sobre cómo abordar las particularidades de cada región, pero tienen la desventaja de requerir mucho más tiempo para su análisis y composición.

Los números nos dicen cosas, pero nos dan alertas que luego debemos desmenuzar con el análisis del contexto. En el informe que presenta el Secretario de Educación Pública. Esteban Moctezuma, titulado “Principales cifras del Sistema Educativo Nacional 2019-2020” revela que la tasa de escolarización en la educación básica es una curva parabólica desde el 2011, con un punto de inflexión entre el 2014 y el 2015; a partir de entonces se ha registrado un descenso en la matricula vinculado a la capacidad de cobertura.

Durante el ciclo escolar 2019-2020 la tercera y última parte se desarrolló a distancia. La dinámica sorprendió a la mayoría de los colectivos escolares, pero dieron atención (como pudieron) a la emergencia y a la sorpresa. Al arranque del ciclo escolar 2020-2021 la lógica indica que debimos estar mejor preparados para dar más empuje al tema de las modalidades como el aula invertida, el manejo de plataformas virtuales, o los apoyos que la Secretaría de Educación Pública ofrecía por televisión; grosso modo se alcanza a visualizar que el resultado está siendo mucho menor, y que la participación de los alumnos en educación básica no parece significativa, la labor de los profesores tiene una evaluación negativa, a pesar de que se haya triplicado el trabajo por estar contactando a cada alumno en particular.

Hay un supuesto preocupante: los padres de familia no están priorizando la educación de los hijos menores, además de que carecen de las herramientas para gestionar sus tiempos, espacios y los recursos con los que deben contar (libros, cuadernos, televisión o computadora, etc.), los tutores están requiriendo a los chicos para que ayuden en la casa, cuiden a los hermanitos menores mientras ellos trabajan, o involucrándolos en labores comerciales como colaborar en el negocio familiar.

Hablamos de menores de edad, de chicos que no pueden estar registrados formalmente en ningún trabajo, pero que están siendo demandados por más de 5 o 6 horas en tareas que consumen mucha de su energía.

Cuando se hicieron encuestas rápidas para ver si los estudiantes contaban con computadora, internet y celular, o en todo caso televisión para seguir los programas de “Aprende en Casa” los resultados vaticinaban un éxito en el programa, resultado que está lejos de la realidad, y que hoy (como suele suceder) busca en la figura de los profesores, al culpable responsable de no estar encontrando los medios que superen esta y otras situaciones igual de graves.

La educación pública ha sufrido un grave golpe, porque en el momento en que regresemos a las aulas ¿Cómo podremos revertir el impacto negativo en la apreciación de valor al trabajo escolar? Más allá de recuperar los conocimientos que se dejaron de tener durante ya casi 8 meses de trabajo a distancia está el hecho de no haber trabajado como “comunidades educativas”, una enorme desconexión entre padres de familia, maestros, directivos y administrativos en general.

Ese impacto puede cobrar factura en la configuración de los modelos con los que se siga atendiendo a la educación pública en nuestro país. Si bien es cierto que las alertas se suelen prender cuando plataformas políticas de ciertas líneas –digamos de derecha- parecen empujar las carteras hacia la iniciativa de privatizar la educación argumentando que es demasiado cara e ineficiente, ahora parece que de a poco se va dejando morir sola para que esa pugna no sea tan evidente, a pesar de tener gobiernos que se dicen ser –de izquierda-.

Ese segundo supuesto es alarmante, no por el hecho de privatizar la educación, cosa que tiene sus peligros y sus bondades, sino por lo que eso implique al no ejercer un acto de autoridad y dejar que sea la generación de estudiantes actual la que tenga que agonizar para justificar algo que, de lo contrario, tendría altos costos electorales.

Una brecha enorme se abre entre la escuela pública y la privada, entre la educación básica y los que alcanzaron a brincar el momento y están ahora en el nivel medio o superior, pero ese cuadrante que ahora ubica a nuestros niños de entre 7 y 15 años, está siendo terriblemente golpeado por un cúmulo de situaciones que la pandemia deja ver.

La única salida que podemos encontrar es la de utilizar la mejor herramienta con la que contamos: la comunicación. El ser humano tiene ese valioso instrumento y no se da cuenta de su potencial; hoy necesitamos escuchar a los padres de familia, a los alumnos y a los profesores, entender cuáles son sus situaciones y poder colaborar de manera eficiente y efectiva para solucionarlos. Grupos de directores y actores políticos ya están dando la lucha por defender el presupuesto para las escuelas de tiempo completo, y hará falta dar seguimiento a la recuperación del ciclo escolar para muchos otros planteles a los que también estará golpeando gravemente la situación.

La estructura del sistema educativo tiene la obligación de operar para resolver la mayor cantidad de problemas que hoy surgen en las escuelas públicas, pero si no se están atendiendo desde las particularidades, primero con su maestro, luego con las directivas, y así en escalas directas e inmediatas, se terminará con indicaciones como las de junio del ciclo escolar pasado: ¡Que se apruebe a todos con por lo menos un mínimo de calificación, y que se ayude a aprobar a aquellos que tenían materias pendientes! En un sistema altamente complejo, vemos que esa también es una implicación que cobra costos, y que hace que de un grupo de 60 alumnos, la respuesta sea de entre unos 7 o 10 estudiantes en promedio, mientras que estando en la misma pandemia, el ciclo escolar pasado la respuesta era exactamente al revés.

Mat. y M. en C. Isabel Alejandra María Venegas Salazar

E-mail: isa_venegas@hotmail.com

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