OPINIÓN
Un año de vida de nuestros niños: ¿Qué nos quita la pandemia?
Educación, por Isabel Venegas //
Cualquier pandemia ha de significar una tragedia, un sin número de pérdidas son casi obligatorias; la resiliencia, valentía y creatividad con las cuales se afronte el momento serán determinantes para salir más o menos rápido de la crisis; desgraciadamente no todos tendrán los recursos materiales, emocionales o cognitivos suficientes para hacerle frente al fenómeno, y las pérdidas sensibles a causa de esas mismas carencias se sumarán a la problemática inicial. La depresión, la soledad y el rezago educativo son componentes que tienen su propia gravedad.
Pensemos por ejemplo, ¿qué es lo que está perdiendo un niño que no asiste al preescolar? La educación básica tiene como principal componente la socialización de los estudiantes, que ellos comprendan que no son el centro del universo, cosa que de entrada asumen cuando mamá está avocada casi de tiempo completo a cuidar de su bebé. Un niño de cuatro años en un jardín escolar aprende a jugar con otros niños, desarrolla la lógica del intercambio cuando tiene que compartir materiales y juguetes, y aunque no suele ser sencillo, se ve ante el reto del desprendimiento. La convivencia que él desarrolla en el hogar, ya sea como hijo único, con hermanitos o más menos miembros familiares, suele no contemplar las reglas que se configuran (para bien y para mal) dentro del contexto educativo.
Y es que a pesar de tener muchas limitantes, la escuela sigue siendo el mejor escenario para desarrollar ambientes propicios para los menores, donde las experiencias exploratorias se potencian en ese laboratorio de descubrimiento, de tal manera que cuando llegan a casa sus expresiones son siempre con las ganas de compartir lo que aprendieron: ¡Hoy jugué con fulanito! ¡Se enojó mi amiga conmigo! ¡Me gané un premio en el salón!
Los retos del aprendizaje en casa pudieran no parecer tan inalcanzables desde pedagogías como la de la escuela multigrado, los postulados de Montessori y las colaboraciones que gracias a la tecnología, los profesores siguen teniendo a través de la red, la radio y la televisión. La capacidad de los niños para estar aprendiendo cosas nuevas, para colaborar en el hogar desde la novedad, para mejorar sus procesos de convivencia ya sea con sus hermanos o con sus vecinos, obliga a aprovechar las habilidades cognitivas y sociales de modo que no se vean mermadas ante este confinamiento.
La escuela rural también aporta mucho conocimiento y experiencias de éxito en décadas de trabajo a distancia, una evolución que ciertamente ha contado con recursos tecnológicos (la grabación en videocasete, las diapositivas, los registros de audio, etc.) pero que se ha basado más en la colaboración de la comunidad, vivencias y experiencias que respetan la figura del otro.
Ciertamente no hay un precedente en nuestros registros más inmediatos que nos hubiese advertido del nivel de complejidad al que nos estábamos enfrentando, sin embargo a estas alturas ya debemos tener claro que no podemos sentar nuestras esperanzas en que el día de mañana aparezca una vacuna; debemos contemplar la complejidad de la distribución, los pocos recursos tras el impacto económico y las reservas de un medicamento que no ha tenido los años de experimentación y valoración en laboratorios necesario, es decir, será bueno contar con ello pero a pesar de tener ese remedio, habremos de mantener los protocolos, la higiene, la sana distancia y un sistema híbrido para que las aulas no sean el germinador de las terceras, cuartas o quintas olas de esta, o de una nueva pandemia.
En resumidas cuentas, si el panorama no se veía fácil hace ocho meses, la visión no mejoró hace cuatro y ahora es claro que el reto sigue ahí, que no podemos estar esperando a que la magia suceda sola, son nuestros niños y adultos mayores los que, al querer proteger del contagio, se están perdiendo de todo un año de su vida.
Una significación que para quienes no están en esos puntos de la vida compromete a una mayor responsabilidad.
Para un niño de cinco años, el 2020 representa la quinta parte de su vida, una cantidad abrumadora considerando que son ocho meses que llevamos sin tener clases presenciales, equivalen a 240 días sin tener un recreo, sin organizar festivales y sin actos cívicos en el patio de la escuela.
Esto es como cuando te aplican un examen de 20 preguntas en el cual, si te equivocas en una, no tiene tanto valor como en el caso de que te hicieran una prueba con tan solo dos reactivos. Cada ejercicio es la mitad de tu calificación y no hay margen de error. No importa si te dejan sacar el libro, llevártelo a tu casa, entregarlo hasta cuatro días después, aquí lo realmente importante es la complejidad de las preguntas, y la posibilidad de que con los recursos con los que cuentas puedas acertar para sumar la calificación.
Cuando un niño pregunta cada día si ya mero llega navidad, es porque para él el tiempo fluye de manera muy distinta, los tiempos con los que él explora la vida son de la magnitud de sus experiencias y cada una llena de significado y emoción. Los días de los niños no pueden estar llenos de gris por atravesar una crisis que muy probablemente, será el preámbulo de muchas otras. Tomar cartas en el asunto significa organizar dinámicas proactivas:
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Establecer ritmos, rutinas y organizadores para que los niños se acerquen al espacio que dejaron en la escuela, centrando la atención en la lógica de las reglas que dan sentido desde casa.
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Evitar la artificialidad al punto de tener a los pequeños tras de una pantalla varias horas, simulando una convivencia que puede implicar riesgos en la construcción de del concepto de relación.
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Organizar pequeños grupos de contacto cercano para que de manera controlada se viva la regulación social, se mantengan los protocolos y se fomente el aprendizaje de manera más significativa.
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La colaboración por aldeas controladas, también impulsa la reactivación económica al ayudar a los padres a retomar sus actividades laborales de manera escalonada, con la tranquilidad de que sus hijos no pierden ni en su desarrollo, ni en la protección a su salud.
Es importante a pensar en las afectaciones que está viviendo el mundo de los niños, tanto como el de los adultos mayores; seres que en muchas partes del mundo han comenzado a levantar su voz exigiendo su libertad a vivir en plenitud.
Grandes conflictos éticos y morales plantea este pensamiento porque hoy vemos que la proporción de contagios en la mayoría de los estados del país se sitúa entre jóvenes (de entre 17 y 35 años de edad). Desde el mes de agosto la OMS anunciaba que los niveles de propagación estaban siendo impulsados por personas menores de 40 años, por su parte la agencia BBC citaba a Takeshi Kasai, en su conferencia decía que «muchos (jóvenes) no saben que están infectados, porque tienen síntomas muy leves o no tienen síntomas. Y esto puede resultar en que transmitan, sin saberlo, el virus a otros»
Considerarlo como una “noble” injusticia el tratar de proteger de la enfermedad a los niños y a los adultos mayores en tanto los jóvenes siguen arriesgándose y arriesgando, no da miras a poder controlar un problema que requiere entender que la relatividad del tiempo no te exime del compromiso social.
Mat. y M. en C. Isabel Alejandra María Venegas Salazar
E-mail: isa_venegas@hotmail.com
