OPINIÓN
El debate de cómo educar: Los niños y las niñas en la nueva normalidad
Educación, por Isabel Venegas //
La convivencia diaria, los juegos, las reglas, la organización, son parte de la enorme riqueza que asume como ideal La Educación; desde el preescolar, la formación de los niños se basa en la premisa del desarrollo próximo constructo elaborado principalmente por teóricos como Vigostky que se refiere a la distancia que existe entre el desarrollo psíquico actual del sujeto y su estado potencial; lo que el ser humano construye a partir del otro, de superar el pensamiento egocentrista para concebirse como parte importante de un complejo social.
Diseñar los contenidos y la metodología con la que se va a educar a los niños en la escuela, parte de tener la idea acerca de cómo se concibe al individuo; nociones filosóficas y ontológicas orientan el pensamiento del ser y del deber ser desde una institucionalización que se apoya en una gran organización, particularmente hablando del caso de la educación básica en el sistema público.
La concepción del niño como un “adulto pequeño” con las mismas obligaciones pero con pocas capacidades, deriva en la necesidad de cubrir esas carencias lo más rápidamente posible para que pueda insertarse pronto al ámbito laboral y productivo de manera eficaz. La forma de vestir, las condiciones de trabajo, la alimentación, y su manera de relacionarse con el entorno, son evidencia socio histórica del concepto que tiene sus matices según el punto geográfico en el que se ubique. Para el siglo XVI los niños se veían como adultos a los que les faltaba algo; la misma ropa, el mismo trato, hasta los mismos espacios para dormir, daban cuenta de una sociedad en donde poco se distinguían las franjas de edad a no ser por las tallas y estaturas.
Hasta el Siglo XVII esa concepción del niño también tuvo matices particulares pensándolo como heredero del pecado original, creyendo que hay una necesidad de “corregir” las conductas marcadas según el canon, justificando así la formación a base de castigos, rudeza y sin dispensa alguna a los errores; otra manera (en algunas zonas coincidente), era aquella que pensaba a los infantes como una tábula rasa sin nada escrito, vacíos de conocimientos y habilidades, necesitados de que alguien viniera a volcar en ellos la fuente del conocimiento, para que a partir de ahí pudieran comenzar a construir su riqueza personal.
Intrínsecamente la idea de que el niño es posesión de alguien más, lo hace rentable en términos de posibilidades y necesidades. Los pequeños significarán para muchas familias de escasos recursos un gran problema al tener que pagar por ejemplo, alimentación, salud y vestido, pero al mismo tiempo serán la promesa de una aportación al gasto familiar a través del trabajo infantil que por ende, no estaba mal visto.
Para finales del Siglo XVIII el pensamiento sobre la importancia de salvaguardar la fragilidad y la ternura de los pequeños se va instalando, y junto con él una serie de mecanismos logran poner en primer plano la necesidad de procurar entornos para un crecimiento adecuado, para una infancia que se entiende como factor determinante en el proceso de desarrollo físico, intelectual e incluso moral del ser humano. Ponderar la sanidad del ambiente de formación psicológica y física, pretendía a su vez que la inocencia se prolongara por el tiempo “necesario”; ese ha sido el debate de las últimas décadas, logrando como estrategia de protección, censurar los programas de televisión para que durante un horario “familiar” no se mostrase contenido erótico, palabras altisonantes o escenas de extrema violencia.
Una lucha por reducir esa censura y mostrar programas mucho más rentables en televisión abierta, confluye en un escenario que ampara más los términos mercantiles o la libertad de expresión de los adultos.
Plataformas digitales dan cabida a todo tipo de materiales, en tanto que paralelamente sucede la hipersexualización infantil, principalmente del género femenino. Una cultura que retoma (con formas veladas) la manipulación de los pequeños y que se relaciona con un sentido de posesión de los adultos que tienen su tutela.
Un ejemplo sencillo lo podemos observar a través de escuchar diálogos con los niños desde el lenguaje y los gustos o necesidades de los adultos; preguntarle a un niño que cursa preescolar si alguno de sus compañeros o compañeras le gusta para que sea su novio o novia, reduce la posibilidad de que se construyan una idea acerca de una relación que no contenga componentes como los celos, la pasión o la genitalidad, por ejemplo.
Complicado escenario para los niños de estas generaciones que por una parte deben estar pegados a una pantalla de televisión o del computador, con cada vez menos candados, controles o filtros, puesto que a pesar de que la mayoría de las plataformas digitales ofrecen a los tutores ciertas formas para proteger a sus niños de contenido “no apropiado”, pocos se dan cuenta o saben cómo activar esas herramientas, amén de la poca reflexión al respecto.
Una gran exposición de las nuevas generaciones a las producciones de youtubers e influencers quienes por la simplicidad de sus diálogos, por la forma llamativa con la que hacen la edición de sus videos o por las parodias de comicidad ágil, hacen creer a los niños que ese material ha sido diseñado para ellos. Finalmente si ellos no eran los destinatarios primarios, terminan siendo una fuente de “votos y likes” que cuentan al igual que el de cualquier adulto.
Observar estas complejidades evidencia el enorme compromiso que se tiene para volver a hablar sobre la concepción de los menores de edad, la protección de su derecho a tener una infancia libre, sana y feliz, en tanto que también se pone sobre la mesa la urgencia de una educación sexual completa, saludable y eficaz. Menudo reto para las nuevas generaciones de formadores puesto que hasta la fecha, son pocos los tutores y docentes que pueden impartir estos temas en la educación básica sin los sesgos histórico culturales desde paradigmas de adultismo, posturas dogmáticas y/o pasionales-radicales, llevando a cuestas una falta de formación y de conciencia respecto de la importancia que tiene la forma en que abordan cada tema.
La democratización de los contenidos en las redes sociales y en los medios de difusión como la radio, el cine y la televisión, invocan la erradicación de la censura y argumentan efectivamente sobre las libertades del individuo y su soberana posibilidad para elegir libremente de entre los contenidos, pero en un mundo donde los niños acceden a los mismos dispositivos, máxime en tiempos de pandemia, debemos pensar en las implicaciones, porque tal parece ¡esto va para largo!
Mat. y M. en C. Isabel Alejandra María Venegas Salazar
E-mail: isa_venegas@hotmail.com
