OPINIÓN
Clases presenciales hasta agosto: Dios ha muerto…y la escuela también
																								
												
												
											Educación, por Isabel Venegas //
Uno de los filósofos más discutidos y por lo tanto, de los más actuales es Nietzsche. La reflexión acerca de sus frases más célebres sigue abriendo fuertes debates de interpretación que al final se reducen al deseo de aplicar su postura crítica en el apremio de un mundo sumamente tecnologizado, productivo, dinámico a la vez que poco reflexivo y analítico.
De esas frases del filósofo, una es la que dice ¡Dios ha muerto! Podríamos tomar esa idea en el sentido de que para el hombre debiera llegar el punto en el que se tiene que enfrentar a la necesidad de asumirse a sí mismo con unicidad, con la responsabilidad que le conlleva adjudicarse todos los sucesos con las consecuencias propias y lógicas, pero no logrará llegar a ese punto mientras le siga endilgando sus facturas a un ser supremo y alejado.
Creer en un Dios que se encarga de todo, que a cada necesidad y ante cada deseo va a aparecer para modificar el rumbo del universo y atender mis demandas personales sin mirar las implicaciones que puede haber alrededor, tarde o temprano desemboca en el nihilismo, en un modo de pensar individualista y cerrado.
Superar ese pensamiento no significa eliminar la parte espiritual, ni haber resuelto todas las dudas existenciales o la idea de qué pasa con la muerte, con el más allá; sin embargo, sí es el fin a un modo de pensar, sí hay un despojo ante la tradición de querer endosar mis problemas a un ser al que tampoco se suele rendir cuentas de cada acto.
Ese despojo se puede comparar con tocar fondo, llegar al punto de inflexión en el que se encuentra sumamente desposeído para volver a conquistar lo que se ha ganado, porque siguiendo los mismos principios de Nietzsche, lo que no se conquista se muere, lo que se queda estático se pierde y tal vez por eso, si la iglesia, la educación o la política no han ido a la conquista de nuevas ideas, de más terreno, de nuevos retos, sea la razón de que se hayan dedicado a transitar por su lenta y pausada agonía.
Los esfuerzos de toda una historia llena de mártires que fueron por brechas y caminos difíciles para acercar a los pueblos más alejados la escritura, la lectura y las matemáticas más básicas, mucho se comparó con el ejercicio de los sacerdotes y misioneros, que por su gran vocación y encomienda humanitaria, sabían que aunque llegaran a recibir un salario, no tendría que ver con la proporción del esfuerzo y del riesgo que corrían. Con el paso del tiempo, nuestro país estructuró un sistema de educación pública y con él se facilitó la organización de los esfuerzos a través de coberturas ordenadas y de profesionalización de la atención. A los pueblos más alejados no llegaría un profesor porque simplemente había terminado la secundaria, y su labor no se limitaría a que las personas tuvieran una educación mínima, básica.
El anhelo de reducir la población de menos recursos y sin acceso a una escolaridad, hoy se aleja al tener una mayor profundización de la brecha de desigualdad. Para un niño de bajos recursos sin internet, sin equipo de cómputo y sin el apoyo de familiares o amigos que fungieran como tutores académicos, sobrevino la carestía económica y a muchos de ellos les tocó trabajar; acompañar a sus padres a la tienda, al puesto en el tianguis, o al taller, reduce casi a cero las posibilidades de que se pueda conectar con su maestro a distancia. En un polo opuesto están los niños de familias con mayor poder adquisitivo quienes tuvieron la posibilidad de contratar a un profesor particular, con espacio adecuado para instalar un escritorio diseñado ergonómicamente para su edad, y con el internet y las herramientas suficientes para vivir la escolaridad a distancia.
Ya hace rato el sistema de educación mexicano se había enfrentado a los nuevos modelos educativos basados en metodologías innovadoras que no requieren de tener los mismos edificios dispuestos por aulas, con sillas formadas en filas y columnas, con listas en las que se registran los estudiantes según su edad y no por sus potenciales, gustos o afinidades. Son décadas de intentar instalar un modelo educativo basado en competencias, con perspectivas desarrolladoras y con un eje de participación social, pero al parecer la inercia se mantiene.
Formar a esos ciudadanos del mundo con una visión de democracia, de solidaridad y de comprensión planetaria, que como muchos pedagogos refieren, es esencial para que los estudiantes desde pequeños, entiendan la necesidad de cuidar los recursos naturales, valorar las diferencias entre razas, culturas y religiones y poder dejarlas de ver como amenazas, más bien apreciarlas desde una postura de enriquecimiento, necesita obligatoriamente un pensamiento nuevo, una vida nueva que no deje en el imaginario colectivo de un ente divino la buena suerte de nuestra sociedad.
Muchos profesores y padres de familia siguen preocupados por dos cosas que incluso tal vez, ya no debieran existir: las calificaciones y la aprobación de grados escolares. La mayoría de los directivos están preocupados porque los niños no han entregado evidencias de que están haciendo las tareas, y con ello no hay posibilidad de evaluar su “rendimiento escolar”; las estadísticas arrojarán un escandaloso índice de deserción, una reprobación que quizá se alcance a disimular con pobres justificaciones, pero que no recupera la gran experiencia de vida de nuestros niños, de sus padres y de toda la comunidad que aprendió a sobrevivir tras una pandemia, o en su caso a sobrellevar el enorme dolor de haber perdido a uno o incluso, a varios miembros de la misma familia.
Hoy ya llegamos al punto de no retorno, el Gobernador de Jalisco ha decretado el regreso al modelo presencial hasta el próximo ciclo escolar. Será en agosto cuando nos volvamos a encontrar físicamente, y los alumnos que hoy están en este grado escolar se perderán de muchas cosas, pero espero que puedan valorar otras tantas; el momento histórico les obligó a pagar esta cuota, pero también es a ellos a quienes brinda la verdadera oportunidad de conocer una escuela diferente.
Liberar la consciencia del hombre, potenciar todas sus habilidades, dotar de herramientas que les ayuden a transitar por el mundo con más elementos, implica pensar una escuela que deja de pensar en cantidades, sino más bien en cualidades; si esa conquista no se está dando es porque se apela simplemente a seguir haciendo todo como antes, con la premisa de que “eso nos ha funcionado bastante bien”… hasta ahora.
