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Epigmenio y el mesianismo de AMLO (segunda parte)

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Serendipity, por Benjamín Mora Gómez //

Mi padre me dijo: No te juntes con mensos ni con pobres de espíritu porque se pega.

En psicología se reconoce el complejo de Mesías que es un estado emocional en el cual un individuo se cree ser o estar destinado a salvar a los demás. Andrés Manuel López Obrador lo padece. Alguien así se cree destinado a la gloria; confía en sus capacidades y en el destino que está llamado a cumplir tal cual es su Cuarta Transformación para México.

En las tres primeras transformaciones de México, no hubo quien se creyera destinado a salvarle sino que, comprendiendo las circunstancias adversas sociales y políticas que se vivían, decidieron cambiarlas: Napoleón adueñado de España, México invadido por Francia y las petroleras nosteamericanas violando derechos laborales de trabajadores mexicanos. Nadie se creyó llamado a escribir sus nombres en los anales de la historia patria. Hoy, con López, en los libros de texto, su causa ya está escrita la nueva historia patria escolar.

Hoy, como nunca antes, el Estado de Derecho mexicano se disuelve y las instituciones de la República se destruyen por voluntad del presidente; la oposición es menos efectiva como una patita de conejo para atraer la buena suerte.

Reitero lo que la semana pasada aquí escribí: Andrés Manuel y su 4T son la mayor adversidad que México ha encarado en su historia de 100 años atrás”, y la razón es fácil de explicar y comprender: Los oídos de López Obrador están cerrados a cualquiera que opine distinto a cómo él interpreta la realidad o le presente datos diferentes a los que él mismo se ha inventado; asimismo, porque sus ojos están ciegos a todo lo que sea contrario a visión de futuro de México y el mundo. Es un hombre obcecado e irreflexivo. Sus neuronas padecen de un letargo casi catatónico.

El gran peligro de López Obrador es que a su ineptitud la volvió dogma y pretende que se crea en él y solo en él sin evidencia alguna que lo valide, y en su palabra aun cuando sea la mentira enferma la que la identifique.

En el ejercicio de gobierno, los dogmas y las ideologías deben enfrentarse a la ciencia, la lógica, la crítica y el escepticismo; a la prueba de la verdad.

Epigmenio Ibarra escribió, el 21 de septiembre pasado, en su artículo “El invierno de su descontento”: “Nunca un presidente había llegado al cuarto año de gobierno, con una pandemia, una guerra y una crisis económica global de por medio, con índices tan altos de aprobación”. Hoy hablemos de la guerra epigménica.

Estamos ante la invasión injustificada y cruenta, estúpida, de Rusia (Vladimir Putin) a Ucrania (Volodímir Zelenski) y los asesinatos de lessa humanidad de miles civiles ucranios, así como el abandono de sus hogares y huida de su nación de millones ucranianos, que López Obrador jamás se atrevió a condenar porque quizá cree que los invasores tienen razones históricas que los justifican o porque se siente atraído por la personalidad de Putin o porque es cobarde. Hoy, millones de rusos también huyen de su país para no ser llamado a la guerra como reservistas de Putin. En estos días, el gobierno de Rusia se anexó los territorios ucranios invadidos y sus consecuencias serán gravísimas.

Resulta sospechoso que solo cuando se sabe que, a Rusia, la invasión a Ucrania, podría resultarle la más grande derrota jamás imaginada desde la época de los zares, a López Obrador se le ocurriese su ideota de pacificación, rechazada de inmediato por Ucrania, en voz de Myjailo Podolyak, al considerarla del interés ruso. Epigmenio Ibarra acusó al gobierno de Ucrania de estar “embriagado” con sus éxitos militares, así como con los beneficios de la industria armamentista norteamericana.

Hay personas que resultan ridículas no por lo que son sino por lo que dicen o hacen. López Obrador pretende ser el poseedor de la verdad única y universal, incluso para lograr la paz entre Rusia y Ucrania. Para Ibarra, el hecho de que ambos gobiernos rechacen su iniciativa de paz es prueba de que aún en aquellos países también hay enemigos del pejesidente.

El gran escritor Francisco de Quevedo (noble, político y escritor español, caballero de la Orden de Santiago) nos dijo: “La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió”. En su obra Política de Dios y gobierno de Cristo, en su capítulo IX, escribe: “Castigar a los ministros malos públicamente, es dar ejemplo a imitación de Cristo; y consentirlos es dar escándalo a imitación de Satanás, y es introducción para vivir sin temor”. En este gobierno, permisivo al extremo, a los suyos todo se les tolera.

Vanesa Carrasquilla, periodista, al reflexionar sobre la extimidad, es decir, de cuando lo íntimo se vuelve público, nos habla de algo por demás fuerte: “vivimos en una sociedad donde el exhibicionismo y el narcicismo van a más”; una sociedad en la que “esperamos recibir el ‘feedback’ para sentir el apoyo y la aprobación de los demás”. Así es nuestro presidente que solo se despierta cada mañana obcecado en sí mismo y su lugar en la nueva historia de México. Un presidente que le apuesta al voyerismo popular deseoso de mirar al pasado nacional desnudo y exhibido en sus más lamentables vergüenzas. El presidente nos invita a mirar al pasado porque en el presente, en su presente, nada positivo se podrá encontrar. Su derrota se la propinó él mismo.

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