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Samuel García, la denigración de la representación pública: Perspectivas sobre el compromiso político

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A título personal, por Armando Morquecho Camacho //

En el vasto escenario de la política mexicana, pocos han logrado alcanzar el nivel de cinismo exhibido por Samuel García, el gobernador de Nuevo León. Su reciente movimiento de ‘’ajedrez político’’ ha dejado a más de uno boquiabierto, revelando una faceta del juego político que deja en entredicho la integridad y seriedad de ciertos actores en el panorama nacional.

García, con la desenvoltura de un maestro de marionetas, solicitó una licencia por seis meses para perseguir sus «aspiraciones presidenciales» mismas que fueron aprobadas por su esposa, quien según un video subido a TikTok, autorizó su aspiración de participar en la contienda después de que le regaló una camioneta, situación que ciertamente era de esperarse: ¿qué mejor manera de abordar la precampaña para la presidencia de la República que desde la comodidad de su retiro temporal como gobernador?

Sin embargo, lo que el ‘’Gobernatore’’ fue incapaz de ver debido a su fuerte cuadro de ceguera temporal por ambición, es que, en el Congreso del Estado, García no ostenta mayoría, y en consecuencia de esto, los legisladores estatales designaron un interino a partir de diciembre, añadiendo un toque de drama a esta trama cínica.

Esta situación plantea interrogantes incómodos sobre la percepción de la política como un juego para algunos. ¿Acaso dejar un cargo de tal envergadura, con la confianza de un regreso garantizado, no desvirtúa la esencia misma de la representación pública? Para García no, esto parece ser sólo otro movimiento en su estrategia política, donde los cargos son piezas de un tablero que se mueven con la misma frialdad que las fichas en un juego de ajedrez.

El cinismo se desborda cuando observamos la falta de consideración por el impacto que estas decisiones tienen en la estabilidad política y administrativa del estado. ¿Qué mensaje envía a los ciudadanos de Nuevo León, que ven cómo su líder se retira temporalmente para perseguir sueños presidenciales? La sensación de desamparo y desinterés no hace más que profundizar la desconfianza en las instituciones y en aquellos que están llamados a representar los intereses de la comunidad.

Pero, no nos engañemos, el caso de Samuel García no es un fenómeno aislado. En diversos rincones del país, este tipo de maniobras se han convertido en parte del manual del político avispado.

La candidatura presidencial parece ser la sirena que atrae a los navegantes políticos hacia las rocas del oportunismo. ¿Acaso no es tiempo de revisar estos mecanismos que permiten a los líderes jugar con el destino de un estado, sin considerar las consecuencias?

La ironía de todo esto es que, en última instancia, el reto recae en la próxima legislatura. ¿Cómo prevenir esta danza de cargos y asegurar una mayor estabilidad en los gobiernos estatales? Quizás sea momento de plantear una legislación que condicione a los políticos a cumplir con su mandato antes de aspirar a nuevos horizontes o, en su defecto, renunciar de manera definitiva a sus cargos para competir por otros.

La naturaleza efímera de la responsabilidad política en manos de algunos políticos revela una brecha profunda entre la teatralidad del discurso público y la cruda realidad de las motivaciones personales. García y Rodríguez no están solos en esta representación; son simplemente actores destacados en una obra de teatro que se repite con demasiada frecuencia en el escenario político mexicano.

Mientras los ciudadanos observan este espectáculo desde la grada, no pueden sino preguntarse si sus representantes están genuinamente comprometidos con el bienestar de la comunidad o si simplemente están siguiendo el guion que les garantiza un lugar en el escenario político nacional. La sensación de desencanto y escepticismo crece a medida que los líderes parecen más preocupados por sus propias ambiciones que por el bienestar de quienes dicen servir.

La decisión de Samuel García y Mariana Rodríguez es una burla a los valores de la representación popular. Es un recordatorio doloroso de que, para ellos, la política es un juego donde lo único que importa son sus intereses personales, resguardados en espacios de representación.

De hecho, vale la pena recordar que el ‘’Gobernatore’’ fue incapaz de concluir su gestión en el Senado de la República, ya que chapulineo de este espacio para competir por la gubernatura de su estado pero con la tranquilidad de que sin importar el resultado, tendría un espacio al que regresar para poder cocinar su siguiente maniobra.

Este episodio deja al descubierto una triste realidad: para algunos políticos, la representación pública es simplemente una plataforma para sus ambiciones personales, un trampolín conveniente que pueden usar y dejar a su antojo. Se aprovechan de la confianza depositada en ellos por los ciudadanos, para luego abandonar sus responsabilidades en busca de nuevas oportunidades políticas. Es una traición a la confianza de aquellos que los eligieron con la esperanza de un liderazgo genuino y comprometido.

Ante esta situación, es imperativo replantear la manera en que se accede y se abandona un cargo público. Una tercera opción viable sería someter la decisión de dejar el cargo a una consulta ciudadana. Esto no sólo daría voz a la ciudadanía, sino que también garantizaría una mayor legitimidad en la toma de decisiones políticas de esta magnitud. Es hora de empoderar a la ciudadanía y asegurarnos de que los representantes populares estén verdaderamente al servicio de la comunidad.

En conclusión, el caso de Samuel García en Nuevo León no sólo es un episodio lamentable de cinismo político, sino también una oportunidad para reflexionar y tomar medidas concretas. Es momento de dejar claro a los políticos que la ciudadanía no está dispuesta a tolerar la manipulación de cargos en beneficio personal. Sólo a través de una participación y exigente de la sociedad podremos construir un sistema político más honesto, responsable y comprometido con el bienestar de todos los mexicanos. La necesidad de reformar nuestro sistema político es apremiante, y está en manos de la ciudadanía demandar un cambio real y duradero en la forma en que se hace política en México.

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