JALISCO
La nueva era de Leones Negros y Gobierno de Jalisco: El acuerdo de la transformación, entre el poder y la educación de Jalisco
Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco //
En lo que fue el antiguo recinto legislativo jalisciense, los ecos del poder político retumbaron las paredes de la academia, cuando Enrique Alfaro Ramírez, gobernador de Jalisco, se erigió como un titán frente a la multitud congregada en el acto solemne de la firma del decreto del presupuesto constitucional para la Universidad de Guadalajara.
Su voz, cargada de la historia reciente, traza el retrato de una institución transformada, no por el deseo de conocimiento, sino por la sed de influencia política.
Enfatiza Enrique Alfaro: «Nuestra casa de estudios se fue convirtiendo, por decisiones en las que todos tenemos una parte de responsabilidad ya sea por acción o por omisión, en un mecanismo institucional de presión política sobre los poderes constitucionales y sobre el sistema de partidos, la búsqueda de espacios de poder en la arena política a nombre de la institución generó paulatinamente un desdibujamiento de su esencia y comprometió en muchos momentos el cumplimiento de su función sustantiva: formar a las nuevas generaciones de jaliscienses”. Su crítica a quienes han dirigido la Universidad de Guadalajara no es leve; es una acusación de haber abandonado la esencia educativa por el juego del poder. Ahí, en ese momento, no sólo se firma un decreto; se pretende cerrar un capítulo turbulento en la relación entre el gobierno estatal y la casa de estudios.
Alfaro no elude responsabilidades ni oculta las cicatrices de batallas pasadas. Reconoce a Raúl Padilla López, figura imponente en este drama político, como un adversario formidable y un arquitecto del modelo universitario contemporáneo. Aun así, el gobernador sostiene que las visiones de universidad que ambos defendían eran irreconciliablemente opuestas. Este reconocimiento no busca hacer un elogio vacío, sino un recordatorio de que incluso entre adversarios hay respeto, un reconocimiento de valor en la lucha por ideales distintos.
La narrativa de Alfaro no es solamente la crónica de un conflicto, sino también la de una evolución personal y política. Describe un proceso de reflexión y decisión, marcado por la firmeza ante las críticas y los desafíos a su visión de gobierno. Su descripción de las tensiones presupuestales y las manifestaciones callejeras revela la complejidad de un debate reducido injustamente a caricaturas por la opinión pública.
El acto de la firma del decreto se convierte, entonces, en una especie de reconciliación, no sin antes pasar por un camino de confrontación y desencuentros. Alfaro extiende una mano, no solo a sus adversarios políticos, sino también a la comunidad universitaria, buscando reconstruir puentes, restaurar el diálogo y reenfocar la misión de la universidad hacia el bienestar de Jalisco.
En este relato de poder, política y educación, el papel del rector Ricardo Villanueva emerge como crucial. Alfaro lo reconoce como un adversario digno, cuya lealtad a sus convicciones lo colocó en el centro de la tormenta política. A través de la figura de Villanueva, el gobernador ilustra la posibilidad de madurez política y diálogo constructivo, incluso en medio de la confrontación más ácida.
Al tomar el micrófono el rector de la UdeG, Ricardo Villanueva Lomelí, habla con voz entrecortada y fuera de su discurso escrito, diciendo: “La verdad es que no, no me preparé para hablar de Raúl Padilla y creo que fue un error no haber previsto eso ayer, sí, yo creo que, con el gobernador, muchísimas veces platicamos Enrique en tu oficina, visiones diferentes, creo que con entereza defendiste las tuyas y creo con entereza defendí las mías y para mí Raúl Padilla es la mente más brillante que ha pasado por la Universidad y eso, va a ser siempre”.
La descripción de Padilla como «la mente más brillante» que ha atravesado los umbrales de la universidad no es solo un reconocimiento a su inteligencia, sino también un sutil recordatorio del peso de su legado y de su influencia indeleble en el panorama educativo y cultural de Jalisco. Esta mención, entre líneas, plantea un desafío a la audiencia: interpretar el silencio y las omisiones tanto como las palabras pronunciadas.
La figura de Raúl Padilla, omnipresente en el subtexto, emerge como el elefante en la sala, un tema que, por su ausencia explícita, delineó con claridad los contornos de este encuentro
Luego, el rector de la UdeG, dice con una candidez que roza la ingenuidad política: “Pero ya vamos a hablar de puras coincidencias a partir de hoy, ¿no? Y en verdad gobernador. Gracias, gracias por lo que está sucediendo el día de hoy, ya en los momentos difíciles nunca me imaginé que, pudiéramos estar el día de hoy haciendo este momento histórico para la universidad y, así como decimos lo malo, decimos lo bueno, este, esto va a marcar tu administración, y va a haber un antes y un después, y toda la vida te vas a sentir muy orgulloso también de haber llegado a este momento”.
La promesa de enfocarse en «puras coincidencias» a futuro, sugerida por Villanueva, se presenta como un velo de unidad y concordia que apenas disimula las discrepancias pasadas. Es un intento de limar asperezas, de mirar hacia adelante, pero con la plena consciencia de que el pasado, con sus roces y desacuerdos, no se borra con facilidad. En este gesto de acercamiento, se evidencia una estrategia política que busca sanar heridas en público, pero sin olvidar las batallas libradas en privado.
Al final, lo que se celebra con la firma del decreto no es simplemente un acuerdo presupuestal; es la promesa de un nuevo comienzo para la Universidad de Guadalajara y para el estado mismo. Es un pacto basado en el respeto mutuo, la solidaridad y el diálogo.
En este acto protocolario, entonces, se revela una faceta de la política jalisciense raramente vista: la capacidad de transformar el conflicto en colaboración, la adversidad en avance.
En X @DEPACHECOS
