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Presentación de una reforma inminente: La dictadura de la toga

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A título personal, por Armando Morquecho Camacho //

Tras el anuncio del presidente López Obrador sobre una serie de reformas que presentará en septiembre a la nueva legislatura, ha surgido un intenso debate. Entre estas reformas, una particularmente controvertida es la del Poder Judicial de la Federación.

Esto es así ya que este anuncio no solo ha suscitado cuestionamientos sobre la naturaleza y el alcance de la reforma propuesta, sino también sobre el papel que jugará la Dra. Claudia Sheinbaum, la próxima presidenta de México, en su implementación.

En ese contexto, este debate se ha tornado acalorado tanto en lo nacional como lo internacional, ya que la sensación general es que la presentación de esta reforma no solo es inminente, sino que su aprobación parece casi asegurada, lo cual ha generado una serie de discusiones apasionadas en torno a los valores democráticos y la necesidad de un sistema judicial eficiente, transparente e independiente, frente al temor de que se esté forjando una estructura de poder intocable e irreformable de forma tal que la frase ‘’la dictadura de la toga’’ adquiere no solo fuerza, sino sentido.

Sin embargo, lo que se ha perdido de vista en este acalorado debate referente a la reforma al Poder Judicial de la Federación es que antes de hablar de independencia, separación de poderes, entre otros temas por mucho interesantes, debemos hacer un back to basics a un tema que por más simple que creamos que es, es más complejo de lo que nosotros creemos, tal como la democracia.

Para el caso que nos ocupa, imaginemos la democracia como una orquesta sinfónica, donde cada ciudadano es un músico con su propio instrumento. En esta orquesta no hay un solo director todopoderoso, sino que todos colaboran para crear una melodía armoniosa en la que predominan la colaboración y la diversidad como los pilares.

En esta sinfonía cada persona puede expresar sus ideas y necesidades, asegurando que la melodía final represente a todos. De igual forma, los ciudadanos eligen sus partituras a través del voto y la participación comunitaria, manteniendo la sinfonía democrática viva. Mientras que los lideres de esta sinfonía rinden cuentas a los ciudadanos asegurando que cada sinfonía se hace en beneficio de todos y ateniendo a esa pluralidad que se erige como núcleo de la comunidad.

Sin embargo, pese a todo esto, así como una orquesta también necesita ajustes y afinaciones de manera constante para mantener su armonía, las democracias también requieren de reformas para que sus instituciones funcionen de manera correcta. En el caso del Poder Judicial de la Federación, no podemos perder de vista que, al ser un eje central de nuestro sistema, sus cambios son cruciales para mantener una sinfonía democrática, ya que, sin estos cambios, corremos el riesgo de que algunos instrumentos desafinen afectando la melodía completa de nuestra sociedad.

Un poder judicial independiente y eficaz es esencial para garantizar estos valores, toda vez que su función principal es interpretar y aplicar la ley de manera justa y equitativa, pero esto siempre bajo los parámetros establecidos en las propias leyes y en la misma constitución, no más, no menos.

En esa tesitura, en una sociedad democrática, todos los ciudadanos deben ser tratados por igual ante la ley. Pero si el sistema judicial no está funcionando adecuadamente, los derechos de los ciudadanos pueden ser vulnerados sin posibilidad de ejercer algún recurso efectivo.

Planteado con otras palabras: el Poder Judicial te defiende de los actos de autoridades ajenas a este, pero ¿Quién defiende a los ciudadanos de los actos ilegales que pueden emanar del Poder Judicial? ¿O acaso quienes lo integran se encuentran en un plano de superioridad que elimina la posibilidad del margen de error situándolos en un plano de perfección e impecabilidad? Y si es así, entonces ¿Quién tiene la calidad moral para convertirse en el observador de esas irregularidades?

Plantear reformas al Poder Judicial es una necesidad democrática. De hecho, plantear o si quiera insinuar que el Poder Judicial es intocable e irreformable es una contradicción a los principios democráticos por diversas razones.

Si bien es cierto la democracia se basa en la separación de poderes, no menos cierto es que otro punto fundamental de la democracia y la separación de poderes es también el equilibrio entre ellos. Si uno de los poderes, en este caso el judicial, se vuelve intocable, se rompe este equilibrio afectando así el funcionamiento democrático, ya que todos los poderes deben ser sujetos a control y revisión para prevenir abusos.

En una democracia, todos los actores e instituciones deben rendir cuentas. Por eso mismo un poder judicial que se plantea a sí mismo como irreformable es incompatible con el principio democrático de que nadie está por encima de la ley por más paradójico que esto resulte. De lo contrario, sin la posibilidad de una reforma, cualquier corrupción, ineficacia o abuso de poder dentro del sistema judicial no podría ser corregido, lo cual implica una amenaza directa a la justicia y a los derechos de la ciudadanía.

Es por ello por lo que tal y como lo plantee al principio, estos acalorados debates alrededor del Poder Judicial me obligan a pensar en el concepto de La Dictadura de la Toga la cual se refiere a una situación en la cual el poder judicial ejerce una influencia excesiva o arbitraria sobre la política y la sociedad, más allá de sus funciones constitucionales.

En la sinfonía democrática, cada instrumento y cada músico tiene su papel definido, trabajando en armonía para crear una melodía que represente a toda la sociedad. Sin embargo, cuando los jueces y magistrados comienzan a tomar decisiones que deberían corresponder a los representantes electos, o cuando intervienen en la vida política y social de manera que se considera antidemocrática, se produce una disonancia que puede desestabilizar esta armonía, lo cual representa síntomas de una «dictadura de la toga».

Es en este contexto donde se hace evidente la necesidad de reformar el poder judicial. Tal reforma no solo busca mejorar la eficiencia y la justicia dentro del sistema, sino también restaurar el equilibrio y la confianza en nuestras instituciones democráticas. Al igual que en una orquesta, donde es necesario ajustar los instrumentos para mantener una melodía armoniosa, nuestras instituciones deben ser revisadas y reformadas para asegurar que continúen funcionando en beneficio de todos los ciudadanos.

La reforma judicial propuesta por el presidente López Obrador, y el papel crucial que jugará Claudia Sheinbaum, la próxima presidenta de México, en su implementación, debe ser vista como un esfuerzo por afinar nuestra democracia. Solo así podremos garantizar que cada voz en nuestra sinfonía democrática sea escuchada y respetada, y que nuestras instituciones funcionen en consonancia con los valores democráticos de igualdad, justicia y participación.

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