JALISCO
Negligencia, omisión corrupción: Semana caótica, despótica, retórica y pedagógica
Imagen con texto, por José Carlos Legaspi //
Caótica a causa de las lluvias que siempre que azotan a la zona metropolitana de Guadalajara traen desgracia, desdicha y desventura. Es porque urbanizar el área metropolitana como se hizo, fue un tonto desafío a la Madre Naturaleza. El Valle de Atemajac, territorio donde se asientan los principales municipios de la zona metropolitana tapatía, tenía y tiene, bien definidas sus rutas fluviales.
La ignorancia y prepotencia de los habitontos de estos lares es evidente. Por necesidad e ignorancia y/o por comi$ión (corrupción) es que Guadalajara creció sin ton ni son. Las consecuencias saltan a la vista: inundaciones a diestro y siniestro, así sean lluvias leves. Dichas inundaciones han cobrado año tras año, vidas humanas y pérdidas económicas (a damnificados y gobiernos). Y como dijo Don Teofilito…
A pesar de las recomendaciones, advertencias y reglamentos, “la gente” se estableció sin el menor cuidado donde los traficantes de terrenos les vendieron. Ante la vista gorda de los responsables de la urbanización en Guadalajara -y sus municipios chaperones-fue que la ciudad se desbordó de los sitios aptos para edificaciones; “engordó” de tal manera que botó los cinturones de pobreza hacia lugares otrora inhabitables que, de alguna manera, se convirtieron en “tapones” para las corrientes de agua pluvial. Pero, como decían los antiguos, el agua siempre “reconoce” sus trayectos y, como gran fuerza natural, arrasa con lo que esté a su paso.
Lo despótico se escucha de parte de las autoridades en turno. Todas, de todos los partidos que se han asentado en los poderes municipales o estatales, se aprendieron bien la cantaleta: “Nadie tiene la culpa”. ¿Será? ¿Desde cuándo más o menos tiene esta ciudad problemas de inundaciones letales?
En 1964 se anunciaba con bombo y platillo el nacimiento del “tapatío un millón”. El niño fue registrado con los nombres de Juan José Francisco Gutiérrez. Su padre era un humilde cartero. De ahí para adelante la ciudad trató de demostrar una grandeza que se convirtió en grandota. Lo grandioso se reservó para… jamás.
Los campos que rodeaban al fundo legal de Guadalajara eran, en su mayoría ejidales. Según las leyes los ejidos no podían ser objeto de comercialización, por su naturaleza y vocación agraria.
Pero, como dicen los abogángsters, “las leyes se hicieron para violarlas”. Y así fue. La venta indiscriminada de terrenos y los fraccionamientos de cal proliferaron por todos los rumbos, alcanzando a los municipios de Zapopan, Tlaquepaque y Tonalá, en principio.
Miles de transas de cochupos y fraudes se concertaron en esas ventas mal habidas. Los gobiernos municipales y el estatal adoptaron la política del avestruz. Se hicieron p…atos y dejaron en manos de los traficantes de los terrenos la urbanización. Individuos que, a su poquísimo saber y entender “diseñaron” lo que hoy vemos es un desastre de calles, avenidas, jardines y demás infraestructura urbana.
Además de tener calles que no van a ningún sitio; avenidas cortadas de tajo por casas; se dio el fenómeno de que se taponearon los cauces naturales de los arroyos, ríos y corrientes por donde el agua corrió libremente por siglos. O se construyeron en los lechos de los ríos y arroyos. Esas casas están siempre en peligro de ser inundadas o arrasadas por las corrientes de agua.
Lo retórico surgió, por supuesto, de los traficantes de terrenos y las complacientes autoridades que, incluso inventaron un organismo para legalizar lo ilícito: la CORETT que se confabuló con la ilegalidad y se convirtió en nido de ladrones y cómplices de los traficantes.
Los ayuntamientos también tuvieron su participación en esta fraudulenta manera de hacer crecer a la ciudad. Primero haciéndose de la vista gorda; luego autorizando “fraccionamientos” que no reunían ni los mínimos requisitos para ser considerados como tales.
Esa retórica no ha sido abandonada por todas las autoridades que han desfilado por ayuntamientos y la gubernatura. Año tras año se oye lo mismo: lamentaciones por las vidas perdidas, apoyo a los damnificados (a cuentagotas, claro) y la frase emblemática: “queda mucho por hacer, pero estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo, porque no se puede contra la naturaleza”.
El más reciente ejemplo de la manera de hacer mal las obras saltan a la vista: el socavón de López Mateos. Un agujero que milagrosamente no cobró víctimas humanas ni pérdidas de automóviles o transporte urbano.
Según los que saben de ingeniería, ese socavón se hizo debido a la manera en que se “atacó” cuando se remodeló ese tramo, unos siete años atrás. El paso del agua que viene del Cerro de Bugambilias, siempre ha tenido un canal que desahoga esa corriente de agua hacia el oriente de esa zona (la llamada “Colonia del Periodista” y la zona de la universidad que tiene nombre de libro de Stephen King: It Eso…) especialmente cuando llueve. Pero, en la remodelación, que se presumió fue en tiempo récord, se desechó reforzarlo, con la mentalidad abarrotera de que “cuesta bien mucho” y porque además “ni se llena nunca”.
Por cierto, dichas obras estuvieron a cargo del Ayuntamiento de Zapopan y ¿quién era el alcalde entonces? Uno que está en la cuerda floja tratando de que no le muevan el alambre de la gubernatura de Jalisco. Y Alfaro, que quería irse con bombo y platillo, sólo se está yendo bombo, con tanta bronca pluvial, de seguridad y de todo cuanto ocurre en esta entidad, que no le favorece su salida triunfal como lo había planeado.
