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El senador 86

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Opinión, por Iván Arrazola //

El voto del senador número 86, crucial para la aprobación de la reforma judicial, adquiere un nuevo significado al comprender lo que estaba realmente en juego durante esa votación. Enrique Krauze señala que el sistema político mexicano del siglo XX nació a raíz de un asesinato, el de Álvaro Obregón, y terminó con otro, el de Luis Donaldo Colosio en 1994.

De manera similar, el cambio político en México comenzó con el gran cisma priista, marcado por la salida de Cuauhtémoc Cárdenas, quien abandonó las filas del PRI junto a otras figuras destacadas como Porfirio Muñoz Ledo, ese ciclo de cambio se cierra con el voto del senador 86 a favor de la reforma judicial.

El anuncio de Cárdenas en 1988 fue considerado un acto de congruencia política frente a un régimen que se resistía a abandonar la práctica del «dedazo», fue protagonizado por un líder que dio forma a un movimiento de izquierda, el cual alcanzó su punto culminante en 2018 con la victoria de Andrés Manuel López Obrador.

Sin embargo, con el voto del senador 86 se cierra un ciclo de transformación política en México. Lejos de ser visto como un acto de congruencia, este episodio revela una política degradada. El senador 86 encarna la forma más vil de hacer política en el país; sin ningún tipo de pudor o recato, representa lo que para buena parte de la clase política significan los principios e ideales: nada.

Una de las principales críticas a la oposición en el último proceso electoral fue su incapacidad para renovar sus cuadros y depurar sus filas. Prefirieron otorgar una parte significativa de las candidaturas a políticos desprestigiados, con largos historiales de corrupción, como en el caso de los Yunes. No hubo autocrítica ni la capacidad de proponer una oferta política atractiva y fresca.

Optaron por dejar las candidaturas en manos de la misma clase política de siempre, las viejas caras conocidas que fueron incapaces de moldear un sistema capaz de evitar los excesos del autoritarismo. Ahora, a la oposición le tocará desempeñar un papel meramente testimonial, en el que el régimen podrá realizar las reformas que desee sin que la oposición pueda detenerlo.

Peor aún, las tres principales fuerzas políticas están secuestradas. En el caso del PRI y de MC, estos partidos son controlados por dos liderazgos que representan la parte más arcaica de la política mexicana, guiados por intereses personales y sin un proyecto atractivo. Un ejemplo claro es Dante Delgado, más enfocado en criticar a la oposición que al oficialismo, y Alejandro Moreno del PRI, quien busca perpetuarse en el poder y lo podrá conseguir porque los partidos políticos en México carecen de democracia interna. En realidad, están dominados por pequeñas cúpulas con muy poca representatividad.

Por su parte, el Partido Acción Nacional atraviesa su peor crisis. Su papel como principal fuerza opositora está limitado por un liderazgo partidista débil, sin proyecto ni ideas claras sobre cómo enfrentar el futuro en un contexto de régimen hegemónico. En este escenario, resultó penoso el desarrollo de los acontecimientos durante la votación del pasado 10 de septiembre, cuando Marko Cortés acusó a los Yunes de traicionar al partido. Sin embargo, la verdadera traición ocurrió antes, cuando se decidió postular a un candidato con una reputación dudosa. Ahora, el PAN se dirige a la renovación de su dirigencia sin expectativas, sin propuestas ni un proyecto claro.

Pero para el oficialismo, las cosas tampoco parecen ir por el mejor camino. La manera en que se llevó a cabo la votación de la reforma judicial, rodeada de presiones y falta de transparencia, muestra que no fue una discusión basada en la persuasión mediante argumentos, sino en la imposición de la mayoría. Además, se recurrió a políticos de la peor reputación, como Miguel Ángel Yunes, excolaborador cercano de Elba Esther Gordillo, quien ha pasado de ser priista a panista, y ahora morenista.

Este tipo de prácticas marcarán el sexenio. Aunque los votos le otorguen al régimen la victoria que tanto anhelaban, no le proporcionarán credibilidad. Aquellos que se autodenominan diferentes y con fuerza moral han tenido que aliarse con lo peor de la política para impulsar sus proyectos. Podrán imponerse mediante la fuerza, pero no a través de la razón.

Esto tendrá consecuencias a mediano o largo plazo, cuando se cuestione la política que se está llevando a cabo. Cuando el régimen pacta, intercambia o compra voluntades, lo que realmente demuestra es que no le interesa la justicia, sino exhibir su poder y aplastar a sus adversarios.

Es posible que, en los próximos años, al mirar hacia atrás y analizar lo sucedido en México durante 2024, se comprenda que el nuevo régimen surgió producto de la imposición, podrán gobernar durante 30 o 40 años, pero tarde o temprano lo que se construyó de forma efímera tendrá que desaparecer de la misma forma, al igual que el triste recuerdo del senador 86.

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