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Narrativas de cambio: El poder de contar nuestra historia

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A título personal, por Armando Morquecho Camacho //

En la historia de los grandes movimientos políticos y sociales, un factor clave ha sido la habilidad para contar una historia. Pensemos, por ejemplo, en la Revolución Francesa. Más allá de las medidas que se tomaron o de los actores involucrados, fue la narrativa de libertad, igualdad y fraternidad la que movilizó a una nación entera.

Ese relato, enmarcado en la realidad que vivían millones de franceses, fue lo que dio sentido y legitimidad a la lucha. La caída de la monarquía no fue solo una cuestión de técnica o estrategia militar; fue la capacidad de conectar con las aspiraciones y las frustraciones de la sociedad lo que logró el cambio.

En México, esta necesidad de una narrativa que dialogue con las realidades sociales es igual de crucial. Aunque las instituciones y los organismos autónomos son pilares fundamentales para el buen funcionamiento del Estado, su importancia técnica no es suficiente por sí sola para ganar el respaldo social.

En esa tesitura, no debemos pasar por alto que más de la mitad de la población mexicana vive en condiciones de pobreza. Esta cruda realidad, aunque incómoda, debe ser el punto de partida de cualquier proyecto político que busque tener relevancia en la vida de los ciudadanos. Las decisiones políticas no pueden diseñarse ni aplicarse desde un vacío, deben estar enraizadas en las condiciones que afectan diariamente a millones de mexicanos.

Por ello, debe decirse que el gran acierto del actual Gobierno Federal ha sido precisamente entender esta premisa fundamental. A diferencia de administraciones anteriores, que construyeron sus narrativas desde la abstracción o desde una visión tecnocrática, este gobierno ha tejido un discurso que conecta con la realidad de la mayoría. La idea de «primero los pobres» no es solo un eslogan, sino una narrativa que resuena profundamente en una nación que ha vivido durante décadas bajo el yugo de la desigualdad, y que ha permitido consolidar un relato que le da sentido a su agenda política y que ha movilizado el respaldo popular.

Desde el inicio de esta administración, se ha visto un esfuerzo por construir un discurso que dialogue directamente con las necesidades y aspiraciones de la mayoría. El presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido efectivo en entender que en un país donde millones de personas luchan por sobrevivir día a día, el discurso político debe reflejar esa realidad.

Su narrativa de justicia social, redistribución y combate a la corrupción ha logrado capturar el imaginario de una gran parte del electorado. Este relato, aunque criticado por algunos sectores, ha encontrado eco en la vida cotidiana de las personas que se sienten vistas y escuchadas por primera vez en décadas.

Por eso no se trata solo de las políticas públicas implementadas, sino de la historia que se ha contado a través de ellas. Este gobierno ha logrado insertar sus decisiones en un contexto narrativo más amplio que va más allá de la gestión técnica. Las becas para estudiantes, los programas sociales para adultos mayores y las medidas de austeridad no son vistas como acciones aisladas; forman parte de un relato mayor de cambio y transformación que conecta con la idea de justicia social y reparación histórica. La narrativa, en este sentido, se ha convertido en una herramienta fundamental para consolidar el poder y asegurar el respaldo social.

En ese orden de ideas, la capacidad de un gobierno para contar su propia historia, para enmarcar sus acciones dentro de una narrativa que resuene con la ciudadanía, es vital en un país con una historia tan rica y compleja como México. Cada programa implementado debe ser presentado no solo como una solución técnica, sino como un paso hacia un futuro más justo y equitativo.

Por ejemplo, los programas destinados a adultos mayores no se limitan a proporcionar asistencia económica y tampoco se deben reducir al monto de esta asistencia económica. Son un homenaje a la dignidad de aquellos que han contribuido a la sociedad durante décadas y, al mismo tiempo, un compromiso por no dejar a nadie atrás, lo que ha permitido construir un sentido de comunidad y pertenencia, transformando la percepción de estos programas de asistencialistas a herramientas de justicia social.

Al margen de esto, la narrativa debe ser flexible y abierta al diálogo. La historia que se cuenta no puede ser estática; debe adaptarse y evolucionar con las realidades cambiantes de la sociedad. La ciudadanía no es un bloque monolítico, y sus voces deben ser escuchadas. El feedback de la población, las críticas y las demandas emergentes deben formar parte de este relato, enriqueciendo la narrativa y fortaleciendo la conexión entre el gobierno y sus gobernados. Esto implica una disposición a reflexionar sobre los errores y a incorporar nuevas visiones que reflejen las experiencias de diferentes grupos sociales.

Además, el éxito de esta narrativa no solo depende de la capacidad del gobierno para comunicarla, sino también de la forma en que se implementan y evalúan las políticas. Si las acciones no corresponden a las promesas y los relatos, la credibilidad se ve comprometida, y la distancia entre el gobierno y la población se amplía. Así, la historia contada debe estar sustentada en resultados tangibles que demuestren un compromiso genuino con las necesidades y aspiraciones de la ciudadanía.

Así como en la Revolución Francesa la aplicación de los ideales que le dieron origen evolucionó y se adecuó a los tiempos, en México el desarrollo debe seguir un camino similar. La narrativa construida en torno a las políticas debe ser capaz de adaptarse a las nuevas realidades y desafíos que se presenten. Este proceso no solo debe ser un esfuerzo del gobierno, sino un ejercicio colectivo en el que la ciudadanía también asuma un papel activo.

La historia debe seguir siendo contada y recontada, en un diálogo continuo que conecte con las aspiraciones de las nuevas generaciones y permita que la lucha por un México más justo y equitativo siga adelante, transformándose con el tiempo, pero manteniendo su esencia de justicia y dignidad.

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