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El triunfo de Trump: La resurrección de la incorrección política en Estados Unidos

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A título personal, por Armando Morquecho Camacho //

En el imperio romano, los gladiadores no solo luchaban contra sus oponentes, sino también contra el propio sistema que los veía como meros objetos de entretenimiento. Aunque estaban ahí para complacer al pueblo y al emperador, el simple hecho de desafiar la muerte los convertía, a los ojos de muchos, en símbolos de rebeldía y resistencia contra una sociedad que ya no escuchaba a quienes no estaban en el poder.

Con el triunfo de Donald Trump, para lo que será su segundo mandato, no estamos en la arena de un coliseo, pero sí en un escenario donde lo políticamente incorrecto ha vuelto a rugir con fuerza, y esta vez, los espectadores no solo aplauden la incorrección, sino que la celebran y la defienden.

La victoria de Trump no solo supone una nueva configuración en términos de liderazgo geopolítico; es una señal clara de cómo el discurso público y la narrativa política están siendo moldeados por figuras como él, quienes desafían la normatividad con una irreverencia que muchos consideraban obsoleta.

Esta campaña fue distinta: él, junto con sus aliados estratégicos como Charlie Kirk y sus debates en las universidades de estados clave, promovieron una ofensiva que iba mucho más allá de temas aislados, enfocándose en una narrativa que desafía de lleno los cimientos del discurso «políticamente correcto», logrando hacer que su causa sea la causa de muchos.

Donald Trump ha sido un maestro de la controversia desde su primera llegada a la política, pero en este segundo periodo, su narrativa ha ido un paso más allá. Se ha posicionado como el «antihéroe» que lucha contra lo que su base percibe como una élite moralista que domina el discurso y define lo que es aceptable y lo que no. En lugar de moverse en los márgenes de lo políticamente correcto, ha decidido darle la espalda por completo, redefiniendo el debate y forzando a sus oponentes a reaccionar constantemente a sus provocaciones.

Charlie Kirk, uno de sus más fervientes defensores y fundador de Turning Point USA, se ha encargado de extender esta narrativa en los campus universitarios, lugares que suelen ser epicentros de las nuevas ideas y donde el progresismo cultural ha florecido con fuerza. Kirk ha usado los debates en estos espacios como un escenario ideal para poner a prueba su retórica conservadora, armando un espectáculo en el que no solo combate ideas, sino que también desafía la identidad de aquellos que sostienen puntos de vista distintos. Ha puesto en primer plano temas que los republicanos habían evitado en ocasiones anteriores, como el aborto o la identidad de género, y los ha usado para galvanizar un movimiento que se ha manifestado con fuerza.

Esta ofensiva ha tenido un impacto profundo en la narrativa pública. Por un lado, el apoyo a Trump parece mostrar una fuerte resistencia al discurso tradicional de respeto a la diversidad y la inclusión. En esta nueva narrativa, esos conceptos no son derechos fundamentales, sino imposiciones que restringen la «verdad» y «la libertad». Trump y sus plataformas proponen una versión alternativa: defienden un derecho a decir lo que uno piensa, sin importar a quién ofenda. La incorrección política no es solo una postura estética, sino una declaración de principios, y su creciente aceptación podría cambiar radicalmente el tono y los temas de la conversación pública en Estados Unidos y, potencialmente, en el mundo.

Por ejemplo, temas como el aborto y la identidad de género han dejado de ser meros debates de políticas públicas para convertirse en declaraciones morales que Kirk y otros como él usan para definir a sus oponentes como «enemigos de los valores tradicionales». En sus presentaciones, Kirk no se limita a debatir, sino que también construye una identidad que cataloga a los defensores de estos temas progresistas como parte de una fuerza opresiva.

Trump y Kirk no están simplemente criticando las propuestas de la izquierda; están creando una narrativa en la que todo el establishment progresista es parte de un «régimen» que ha intentado suprimir la voz de quienes piensan diferente. Esta narrativa presenta a la «gente común» como víctimas de una élite política y cultural que impone reglas y creencias ajenas a sus tradiciones y valores.

A lo largo de su campaña, Kirk y otros influyentes en las redes han utilizado las diferencias ideológicas como un escudo para blindarse ante las críticas. En esta dinámica, la idea de debate o diálogo se transforma; ya no es una discusión abierta, sino una guerra cultural en la que solo hay espacio para la victoria o la derrota.

El segundo triunfo de Trump y el trabajo mediático de personajes como Kirk dejan lecciones importantes sobre el rumbo que podría tomar la narrativa política. La «incorrección política» no solo ha vuelto, sino que parece estar consolidándose como un lenguaje común entre aquellos que, por décadas, se han sentido reprimidos o marginados por los cambios en la cultura. Las implicaciones van más allá de los resultados electorales y pueden tener un impacto duradero en la configuración de los valores y el discurso de toda una generación.

Este cambio de paradigma podría, sin duda, remodelar la manera en que se desarrollan las campañas y los discursos en el futuro, no solo en Estados Unidos, sino también en otras democracias que observan y adoptan tendencias norteamericanas. En lugar de acatar las normas de lo políticamente correcto, es probable que veamos una nueva oleada de líderes que buscarán capitalizar en la retórica de la incorrección, argumentando que su «autenticidad» los vuelve más legítimos y dignos de confianza.

La victoria de Trump representa no solo un triunfo electoral, sino una victoria en la guerra cultural. Al estilo de los gladiadores romanos que desafiaban a un sistema al que sabían que nunca pertenecerían, Trump y sus seguidores, liderados por figuras como Charlie Kirk, han demostrado que desafiar la norma es, en muchos casos, el camino hacia el éxito en un mundo donde lo políticamente correcto había sido la regla indiscutible.

Al final, la pregunta ya no es si el discurso «políticamente incorrecto» tiene cabida, sino hasta qué punto redefinirá el ámbito político. Como los gladiadores de la antigüedad, Trump y su equipo han entrado en una arena donde la victoria no se mide solo en votos, sino en la capacidad de imponer su narrativa y de desafiar al sistema. Lo que queda por ver es hasta dónde llegarán y qué tan duradera será esta victoria.

 

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