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MUNDO

Dos discursos valientes

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Opinión, por Iván Arrazola //

Vivimos en tiempos donde cuestionar a la clase gobernante puede derivar en un linchamiento público. Los días en los que era posible reclamar, disentir o expresar inconformidades parecen haber quedado atrás, especialmente cuando se trata de líderes populistas, quienes no toleran la crítica ni el cuestionamiento. Su respuesta habitual es descalificar a sus críticos como enemigos o adversarios, basándose en la idea de que ellos encarnan la voluntad popular o simplemente prefieren ignorar sus demandas.

Esta semana, en medio del clima de polarización política que prevalece en buena parte del mundo, presenciamos dos momentos que muestran las voces de mujeres valientes que se atreven a hablar de frente, incluso cuando la clase gobernante no quiere escucharlas.

El primer caso ocurrió en Estados Unidos, tras la segunda toma de posesión de Donald Trump como presidente. En una demostración de poder durante la ceremonia de investidura, Trump estuvo acompañado por figuras influyentes y nuevamente reiteró su intención de sacar de territorio estadounidense a millones de migrantes indocumentados. Sin embargo, su despliegue de poder se topó con una voz crítica: la obispa Mariann Budde. Durante el Servicio Nacional de Oración, Budde se dirigió directamente a Trump con el siguiente mensaje:

«Permítanme un último ruego. Señor Presidente, millones de personas han depositado su confianza en usted y, como dijo ayer a la nación, ha sentido la mano providencial de un Dios amoroso. En nombre de nuestro Dios, le pido que se apiade de las personas de nuestro país que ahora tienen miedo».

Budde también habló sobre los migrantes, diciendo:

«Y las personas que recogen nuestras cosechas, limpian nuestros edificios de oficinas, trabajan en granjas avícolas y plantas de envasado de carne, lavan los platos después de comer en los restaurantes y trabajan en los turnos de noche en los hospitales: puede que no sean ciudadanos o no tengan la documentación adecuada, pero la gran mayoría de los inmigrantes no son delincuentes. Pagan impuestos y son buenos vecinos. Son fieles miembros de nuestras iglesias, mezquitas, sinagogas, viharas y templos».

La incomodidad entre los asistentes, incluidos el vicepresidente J.D. Vance, su esposa y Melania Trump, fue evidente. Al salir del servicio, Trump expresó su descontento con el sermón:

«No fue muy emocionante. No me pareció un buen servicio… Pudieron haberlo hecho mucho mejor».

Pero su respuesta no quedó ahí, a través de su red social Truth Social, Trump calificó a la obispa como una radical de izquierda, acusándola de politizar la iglesia de forma descortés y con un tono desagradable. Criticó que no mencionara los problemas que, según él, generan los inmigrantes ilegales y afirmó que su discurso fue inapropiado, aburrido y poco convincente, exigiendo una disculpa al público.

El segundo caso se dio durante un evento en Oaxaca, en una de las semanas más exitosas de la gestión de Claudia Sheinbaum —en la que logró, al menos temporalmente, disipar preocupaciones por la llegada de Trump—, la presidenta fue sorprendida por la irrupción de María Elena Ríos. La saxofonista, víctima de un ataque con ácido que le provocó daños irreversibles, reclamó que su agresor no se encontraba hospitalizado, como afirmaban las autoridades locales, y señaló directamente al gobernador de Oaxaca por protegerlo.

Con voz firme, María Elena Ríos se dirigió a la presidenta Sheinbaum:

«¿Presidenta, me recuerda? Soy María Elena Ríos Ortiz… Hoy quiero decirle que mi lucha termina aquí, me rindo. Gobernador, usted y Juan Manuel Vera Carrizal ganan. Solo quiero decirle, presidenta, que las mujeres en Oaxaca no tenemos justicia.»

La situación se tensó cuando el público presente interrumpió la protesta de Ríos con gritos y rechiflas, mientras que ella junto con una acompañante desplegaron una manta con la frase “no es tiempo de mujeres”. En medio de ese ambiente de tensión, se escuchaban vítores de “¡presidenta, presidenta!” y “¡gobernador, gobernador!”, lo que terminó por opacar la denuncia de la saxofonista. Tras desplegar la manta, María Elena Ríos abandonó el templete, mientras la presidenta Claudia Sheinbaum se limitó a sonreír ante los gritos de “¡presidenta!”.

En un mundo cada vez más polarizado, donde el cuestionamiento a la clase gobernante deriva en descalificaciones y ataques, los discursos valientes como los de la obispa Mariann Budde y María Elena Ríos destacan como actos de resistencia y dignidad. Ambos casos demuestran que, incluso en contextos adversos, hay voces que se atreven a señalar las injusticias y a exigir empatía y responsabilidad, enfrentándose a líderes que prefieren ignorar o minimizar sus demandas.

La intervención de Budde evidenció la incomodidad de quienes prefieren perpetuar narrativas excluyentes sobre los migrantes, mientras que Ríos puso en el centro del debate la falta de justicia para las mujeres en México y la protección a agresores por parte de las autoridades, aunque el discurso oficial diga que es tiempo de mujeres, Ríos muestra que lamentablemente no es así.

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