NACIONALES
Transformación
Opinión, por Luis Manuel Robles Naya //
A fuerza de ponerle número a las cosas, se ha difundido la idea de que el gobierno actual y el anterior representan una Cuarta Transformación, en una retórica tan ignara que confunde las etapas históricas con la idea de transformación. Transformar es, según la Real Academia Española, cambiar de forma a alguien o algo y, por tanto, si solo cambia la forma, no hay nada de profundidad como para que sea histórico.
Puntualicemos; México se transforma continuamente. Después de Plutarco Elías Calles, la transformación ha sido continua hasta llegar a consolidarse dentro de las primeras economías mundiales y tal vez el único en América Latina que ha logrado, desde 1929, la renovación en los poderes Ejecutivo y Legislativo pacíficamente.
|
Actualmente, seguimos padeciéndolas, particularmente por la decisión de elegir al Poder Judicial mediante el voto popular. El país no está creciendo económicamente, y medidas como esa no lo permitirán. No son los aranceles que amenaza poner otro ocurrente, lo que habrá de limitar el desarrollo pleno del potencial del país, sino la destrucción del Estado de derecho, la incertidumbre que provoca y el hecho de gobernar para tener contenta a la plebe sin atender los reales problemas nacionales.
No se puede esperar más de un régimen en el que la ley no es la ley, sino la voluntad del gobernante, donde los juicios se fallan en las conferencias mañaneras y se fabrican culpables con los adversarios. En el que importa más la lealtad al movimiento y al partido que la capacidad y la eficiencia y que la impunidad está garantizada por una credencial de afiliación.
No se puede esperar más de un gobierno cuyo partido se peleó con la congruencia y ahora destruye lo que, siendo oposición, se esmeró por crear. Durante años quisieron al gobierno fuera de los procesos electorales, se logró, pero ahora colonizan, dominan y someten a las instituciones electorales ciudadanas e independientes. Peleaban porque el gobierno no hiciera uso clientelar de los programas gubernamentales y ahora contratan miles de servidores de la nación para ello.
Férrea era su lucha para evitar la militarización de la seguridad pública y criticaban ácidamente que el PRI utilizara el corporativismo y el clientelismo electoral; ahora maestros, obreros, son afiliados en masa, en tanto que gobernantes y legisladores posan orgullosos con su credencial junto con el sucesor dinástico designado. En biología, la transformación se define como el fenómeno por el que ciertas células adquieren material génico de otras y por ello, podemos decir que el partido gobernante ese sí está en un proceso de transformación.
Es ahora lo que tanto combatió y lejos está de aquella fusión de izquierdas que hicieron Heberto Castillo, Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo junto con otros verdaderos izquierdistas, que cometieron el error de abrir las puertas a oportunistas y simuladores que transformaron al partido en lo que tanto combatieron.
Hoy tienen un partido hegemónico, corporativista, en el que medran las familias transformadoras y tránsfugas oportunistas. Y un gobierno clientelar, populista, autoritario que descarga en la milicia su obligación fundamental y tareas propias de la administración civil. Una versión modificada del más primitivo priismo de los años setenta.
La transformación no solo se dio en el partido gobernante. El antes partido mayoritario, el PRI, se convirtió en un club de amigos del presidente en turno haciendo política versallesca y fue relegando a la militancia hasta llegar a la actual dirigencia que lo ha convertido en una franquicia electoral repleta de incondicionales de Alito Moreno. Perdió a su base y ahora su dirigencia es como la banda de música del Titanic.
El PAN por su parte, ha perdido identidad y militancia; en manos de una fracción excluyente, poco a poco se diluye, extraviado de su doctrina original. El PRD se transformó en Morena y el resto se acomoda al mejor postor, negocian con su raquítica presencia, posiciones al servicio de quien pague.
Esa es la verdadera transformación y no es la cuarta ni el segundo piso de la misma. Es la feria de las ambiciones de una clase política para la cual las palabras nación, pueblo, soberanía, son elementos de retórica falaz y su horizonte llega hasta la próxima elección o el siguiente puesto o posición a ocupar.
Negro futuro para una nación por ellos condenada a seguir adherida al destino del vecino del norte, que dicta ahora condiciones y exige que alguien ponga orden en este país exhibiendo lo que todos sabemos: corrupción y complacencia con el crimen organizado y una serie de ocurrencias como plan de gobierno.

