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JALISCO

Narcocultura, la génesis del terror actual

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Luchas Sociales, por Mónica Ortiz //

Son tiempos complicados para el país y para Jalisco. El tema de la delincuencia organizada toca esferas internacionales y, al mismo tiempo, en Jalisco nos muestra los tintes de vivir en una entidad federativa que tiene graves e innegables problemas con la actividad ilícita que realizan los grupos de la delincuencia organizada.

Los casos de Teocaltiche y Teuchitlán son ejemplos insuperables para Jalisco, pues muestran un panorama terrible de lo que es en México el poder de los cárteles de la droga, la complicidad de gobiernos, el sometimiento de poblaciones y el horror de vivir en una línea delgada entre la vida y la muerte.

En este sentido, resulta inadmisible que la calidad de vida del mexicano y, en este caso, del jalisciense, se encuentre inmersa en un constante riesgo. Comunidades enteras desplazadas, carreteras intransitables, lugares a los que no se puede visitar o transitar por su periferia, pues ya son un peligro de seguridad y están controlados por el crimen organizado, ranchos de entrenamiento y reclutamiento, terminales de autobuses en las que desaparecen jóvenes para ser reclutados por los cárteles; y los gobiernos municipales, estatales y federal, con sus discursos tibios y con la obligación de proporcionar paz y seguridad, mientras los grupos criminales regresan respuestas que muestran su mandato y su poder ante acciones gubernamentales ineficaces.

Temas como el de Teuchitlán, con exposición internacional (lo cual es lo de menos, al final las verdades históricas son imposibles de maquillar), evidencian que el crimen organizado ha superado a la sociedad y a los gobiernos desde hace un par de décadas, quizás antes de esta sobreexposición al mundo de lo que soportamos en el país por el empoderamiento de los cárteles.

Antes, era menos invasivo para la población; existía una imaginaria línea divisoria entre quienes se dedicaban a actividades ilícitas y la sociedad ajena a ellas. Actualmente, nos enfrentamos a una lucha de poder por dominar territorios entre los grupos criminales, lo cual termina con las poblaciones y las actividades productivas, profesionales y turísticas de cualquier espacio que logren someter, en todos los aspectos.

En el caso de Teocaltiche, nueve personas asesinadas a sangre fría en vía pública en los últimos días, elementos policiacos desaparecidos y otros muertos, sin duda una población ya aterrorizada desde el 2021. Tienen desarmada a su policía municipal y se encuentran resguardados por la Guardia Nacional y la policía estatal; aun así, cada semana el crimen organizado envía un mensaje de poderío asesinando a alguien.

Es una película de terror e impotencia. ¿De qué sirven los gobiernos por los que votamos para vivir con calidad de vida y con seguridad, si estamos sometidos a la violencia? Los tres niveles de gobierno (municipal, estatal y federal) tienen el deber de trabajar en conjunto para garantizar la seguridad y el bienestar de la entidad, incluyendo el combate a la delincuencia organizada. Sin embargo, lograr resultados, acciones preventivas y la seguridad de estas poblaciones no les está siendo posible, y esto es grave.

El empoderamiento de los cárteles mexicanos está sobrepasando las dimensiones de la sociedad. El impacto es sumamente negativo; más allá de generar el miedo, la intimidación y el terror que producen las guerras entre los grupos delictivos, la pérdida de vidas humanas, el desplazamiento forzado, el impacto económico en las poblaciones, la ausencia de turismo, las personas desaparecidas y un sinfín de circunstancias negativas que producen las actividades del crimen organizado. Lo que pasa en Jalisco debe ser atendido por todos los niveles de gobierno.

Este es un tema sensible que impacta a todos los niveles de nuestra sociedad jalisciense. Nos compete, evaluar profundamente el efecto corrosivo de la cultura de la narcoactividad en todas sus dimensiones.

La idealización del dinero fácil y el poder ilícito entre nuestras jóvenes generaciones, junto con la peligrosa fascinación por desafiar la vida a través de la maldad y la ostentación, son elementos preocupantes de esta cultura. La mentalidad que permite dar y quitar vidas en nombre de una organización criminal revela personalidades con una profunda fractura en su salud mental, individuos cuyas mentes operan bajo estándares alarmantemente peligrosos.

Es crucial que prestemos atención a lo que nuestros hijos escuchan y a los modelos que idealizan en su entorno. Debemos cuestionar si esa existencia fugaz y violenta a la que aspiran genera un falso orgullo social o, en realidad, un inmenso dolor familiar y comunitario. La tarea de erradicar la cultura del narco comienza desde nuestros hogares, en las conversaciones y en los valores que transmitimos día a día dentro de nuestro círculo social.

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