JALISCO
El colapso de Guadalajara bajo el concreto de la simulación
Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco //
En una ciudad donde el concreto vale más que el agua, y donde los gobernantes sonríen para la cámara, pero le dan la espalda a las entrañas podridas de su territorio, un socavón terminó por tragarse la promesa de modernidad.
No fue en el Centro Histórico, donde se lanzan millones para que la piedra luzca como postal de Instagram; fue en El Bethel, allá donde viven los otros, los que no figuran en los planos de la ciudad boutique que dibuja el poder.
Una madre y sus dos hijos iban en su camioneta cuando el suelo —literalmente— desapareció bajo ellos. Cayó también un camión de pasajeros y uno de carga. Por milagro o mera estadística, no hubo muertos. Pero sí hubo una revelación que se repite cada temporal: Guadalajara no solo se está hundiendo, sino que sus autoridades le ayudan con entusiasmo.
“Muy probablemente fue la gota que derramó el vaso”, declaró con olímpico candor el titular del SIAPA, Antonio Juárez Trueba. Pero no fue una gota. Fueron años. Fueron décadas. Fue el abandono sistemático de un sistema hidrosanitario con más de medio siglo de atraso. Fue la omisión de diagnósticos, la simulación de mantenimientos, y la negligencia convertida en política pública.
El colector que colapsó tenía 20 años y había recibido —según el discurso oficial— atención preventiva. Pero ahí está el agujero: 20 metros de largo, 6 de ancho, 4 de profundidad. Una herida abierta que deja ver no solo las grietas del asfalto, sino la fractura entre los gobernantes y la realidad.
La verdad está debajo del concreto, y nadie se ha tomado la molestia de excavarla… hasta que ya es demasiado tarde.
Mientras tanto, los reflectores apuntan hacia otro lado. Hacia el centro, hacia la postal. Con la grandilocuencia de quien anuncia una revolución cultural, la alcaldesa Verónica Delgadillo presume una inversión de 450 millones de pesos —en conjunto con el gobierno estatal— para convertir el primer cuadro de la ciudad en “el corazón más bonito de México”.
Lo que no dice es que, mientras se cambian adoquines, se instalan luminarias artísticas y se dan charlas con los boleros del Teatro Degollado, hay colonias como Oblatos, Santa Cecilia y Balcones del Cuatro donde las calles se convierten en ríos negros cada vez que llueve, donde los vecinos viven entre aguas servidas, y donde el agua potable escasea con la misma frecuencia con la que se inauguran fuentes danzantes en la Plaza Tapatía.
No es casual: es modelo de ciudad. Una ciudad dividida no por el río Atemajac ni por la barranca de Huentitán, sino por el abismo entre quienes pueden pagar el relumbrón y quienes apenas sobreviven al derrumbe.
Dice El Informador – el pasado sábado- que, “Según datos del propio SIAPA, obtenidos vía transparencia, en 2024 se atendieron dos mil 832 socavones en la Zona Metropolitana de Guadalajara. Ocho hoyos al día”. Ocho advertencias que no se escuchan. Y mientras tanto, el presupuesto para embellecer la ciudad —solo el que se ha anunciado públicamente— rebasa los 500 millones de pesos. Para prevención de inundaciones, apenas se destinan 20 millones.
“Es una simulación institucionalizada”, acusó con severidad el regidor Juan Alberto Salinas, de Morena. Y tiene razón. Porque la negligencia dejó de ser accidente y se convirtió en método. Porque hay un plan municipal de desarrollo que apenas menciona el riesgo hidrológico. Porque hay una partida de 560 millones en “contingencias” que se usa para patrullas, camiones y otros caprichos, mientras las verdaderas emergencias se entierran en la burocracia.
Y no es solo Guadalajara. Es el modelo metropolitano que se reproduce como virus entre colonias y municipios. El investigador José Arturo Gleason lo advirtió con datos duros: el colector San Juan de Dios tiene más de 100 años, y hay riesgo de colapso en varios puntos.
Pero ni el gobierno municipal ni el estatal han querido hacer el diagnóstico profundo que urge. Ni siquiera saben —o fingen no saber— cuán comprometida está la red que transporta los desechos y desagües de cinco millones de personas.
Eso sí, ya planearon pasos peatonales para no interrumpir el comercio en el centro, ya negociaron con el Poder Judicial y los artistas urbanos, ya eligieron el tono de las luces LED que decorarán las plazas fundacionales. Pero no hay un plan serio para evitar que más gente termine debajo del pavimento. No hay dinero para la prevención, porque el aplauso está en la fachada.
La ciudad se divide en dos: la de los reflectores y la de las fisuras. La de la Fuente de los Niños Miones, recién restaurada, y la de los menores que viajan en un vehículo familiar hasta que el asfalto los devora. Y en esa división, la política juega su peor papel: el de la coreografía. Todo es una puesta en escena, inauguración, promesa, hashtag.
“Estamos proyectando el Centro Histórico para los próximos 40 o 50 años”, dijo la alcaldesa. ¿Y quién proyecta los colectores, las bombas de desagüe, las líneas de conducción, las casas que se inundan, los carros que se hunden, las personas que sobreviven?
La oposición ha prometido presentar una reasignación presupuestal para blindar el fondo de contingencias y atender al menos a las 400 familias afectadas hasta ahora. Exigen intervención integral del sistema hidrosanitario, un verdadero plan urbano y no solo retoques de escaparate.
Pero el verdadero problema es estructural. Guadalajara es rehén de su propia narrativa: la de la ciudad de los eventos, la de la capital de la innovación, la que sueña con ser metrópoli europea mientras le falla el drenaje más básico. Y esa narrativa se alimenta con dinero público, con simulaciones y con olvido.
El poder, decía uno de los llamados “señores del agua” de los 80, no se demuestra con discursos, sino con drenajes que funcionan. Mientras la élite política decide cuántas jardineras habrá en la Plaza Fundadores, hay un subsuelo que grita, que colapsa, que hunde.
La ciudad bonita de día se vuelve trampa mortal cuando llueve. Y mientras tanto, el ciudadano sigue caminando sobre tierra quebradiza, sin saber cuándo será su turno de caer. Porque en Guadalajara, el verdadero socavón no está en la calle Malecón. Está en el gobierno.
Por cierto, la preocupación más patética de este temporal de lluvia es, ¿Qué pasará el año que entra si los visitantes al Mundial se dan cuenta de que nuestra ciudad cada día se inunda más?
En X @DEPACHECOS
