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JALISCO

Guadalajara bajo el agua y sobre la alfombra roja del Mundial

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-Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco

Mientras los funcionarios públicos de Jalisco inflan el pecho, hacen cuentas alegres y se toman selfies bajo el flamante reloj mundialista recién inaugurado en el Centro Histórico, el agua —la real, la que arrastra, ahoga y derrumba— sigue entrando sin permiso a las casas de miles de jaliscienses.

Guadalajara, Zapopan, Tlaquepaque, Tonalá: zonas donde los vecinos no cuentan los días hacia el Mundial, sino las lluvias, los deslaves y las muertes. Así está la ciudad que se venderá al mundo como sede de cuatro partidos de fútbol en 2026.

Dicen que Jalisco está listo para recibir al turismo global, pero no para contener una tormenta. Que habrá luminarias de diseño europeo, pero no drenajes de tercera. Que viene la derrama económica… pero la única que ya conocen los vecinos de La Martinica es la del canal que, desbordado, les arrebató sus casas, sus coches y —en el caso más trágico— la vida de un bebé de meses.

Los jaliscienses somos, dicen algunos con desparpajo, candil de la calle y oscuridad de la casa. Pero esta vez, la frase no alcanza a cubrir la indignación: mientras Pablo Lemus y Verónica Delgadillo posan con la sonrisa de catálogo junto a emisarios de la FIFA, el agua sigue marcando líneas de lodo en las paredes de cientos de hogares.

Los mismos que no aparecen en las promociones del Airbnb oficial del Mundial, pero que sí figuran en la lista de daños materiales, pérdidas humanas y negligencia institucional.

Nueve personas han muerto, seis de ellas por causas directas de las lluvias: niños, bebés, jóvenes, adultos mayores. ¿Y qué ha dicho el gobernador? ¿Qué palabras ha ofrecido la presidenta municipal de Guadalajara? Nada. Ni un mensaje para las familias, ni un reconocimiento del fracaso institucional. Pero sí hubo tiempo para correr con Bora Milutinovic, dar las condolencias a los dueños de emporios panificadores y viajar para festejar su cumpleaños. Prioridades, le llaman.

A los muertos los calla el silencio oficial. A los vivos los quiere callar el maquillaje urbano: 450 millones de pesos en luminarias, adoquines, árboles de ornato y banquetas impermeables. Todo para que las cámaras de la FIFA y los influencers internacionales se lleven la mejor postal. Aunque detrás de las cámaras, las filtraciones sigan brotando —literal y figuradamente— en cada rincón de la ciudad.

Y no es un fenómeno reciente. El temporal de lluvias de 2025 es uno de los más letales de la última década, pero los problemas son estructurales. Las zonas donde ocurren las tragedias son las mismas que año con año padecen lo mismo: drenajes colapsados, canales olvidados, obras postergadas. Son las colonias que no están en el mapa de Airbnb, pero que sí aparecen en los expedientes de Protección Civil, y que volverán a inundarse, porque aquí la prevención, políticamente, vale menos que una fotografía en redes sociales.

Mientras tanto, la especulación inmobiliaria avanza como deslave. La diputada Mariana Casillas lo dijo sin rodeos: lo que se está gestando en Guadalajara es un modelo de ciudad como mercancía, donde la expulsión de sus habitantes forma parte del “desarrollo”. Ella misma presentó una iniciativa para regular el Airbnb y otra para tipificar la especulación inmobiliaria. Pero esas propuestas no figuran en la narrativa de éxito del gobierno estatal. En esa historia, los barrios no existen, solo los desarrollos de renta corta.

¿Y qué decir de la movilidad? Las líneas del tren ligero no siguen el trazo de las necesidades populares, sino el de la plusvalía. Tonalá sigue esperando una solución real a su movilidad, pero el proyecto que se presentó con bombo y platillo ante la presidenta Sheinbaum es la Línea 5: una combinación de autobús con nombre de tren que —otra vez— responde más a intereses inmobiliarios que a derechos ciudadanos.

El Mundial será, nos dicen, una vitrina para Jalisco. Y es cierto: mostrará al mundo lo que somos capaces de aparentar, pero también lo que no queremos que se vea. Será, en resumen, un espectáculo montado sobre ruinas invisibilizadas, sobre escombros familiares, sobre tumbas sin nombre.

Y cuando ruede el balón en el estadio de las Chivas, los asistentes —tapatíos y turistas por igual— deberían mirar más allá de la cancha. Porque fuera del estadio hay calles que se vuelven ríos, casas que se vienen abajo, y familias que, mientras los funcionarios brindan con champagne mundialista, todavía buscan a sus desaparecidos.

Y mientras eso ocurra, esta ciudad no será sede del futuro: será sede del olvido.

En X @DEPACHECOS

 

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