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MUNDO

Los señores del capital global: El gobierno de las megacorporaciones

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-Actualidad, por Alberto Gómez R.

(Parte 3) El concepto de feudalismo, aquel sistema medieval de señores, vasallos y siervos parece relegado a los libros de historia. Sin embargo, en las sombras del capitalismo tardío, ha resurgido una versión contemporánea que somete a naciones y ciudadanos: el feudalismo financiero.

Esta vertiente del neofeudalismo del siglo XXI opera paralelamente al tecnofeudalismo analizado por pensadores como Yanis Varoufakis. Mientras el segundo se centra en el control digital ejercido por gigantes como Meta o Alphabet, el primero establece su dominio mediante instituciones financieras globales, fondos de inversión y organismos crediticios que transforman la deuda en instrumento de vasallaje.

La esencia de este sistema replica la lógica medieval: jerarquías rígidas donde bancos y fondos actúan como señores feudales; feudos modernos representados por deuda soberana e infraestructuras estratégicas; y tributos materializados en intereses usurarios, ajustes estructurales y privatizaciones forzadas.

Como señala el analista geopolítico mexicano Alfredo Jalife, este mecanismo convierte a Estados nominalmente soberanos en «Estados vasallos», cuyos gobiernos implementan políticas dictadas desde oficinas en Wall Street o Washington.

Dos instituciones encarnan este poder con particular crudeza: el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Bajo la máscara de la «ayuda al desarrollo», imponen programas de ajuste estructural que exigen recortes en salud y educación, privatización de recursos naturales y apertura comercial para corporaciones extranjeras.

Las consecuencias son devastadoras: naciones de África y América Latina han sido convertidas en economías extractivistas donde hasta el 75% de sus exportaciones son materias primas controladas por multinacionales.

El periodista franco-libanés Thierry Meyssan describe estas entidades como «caballeros teutónicos del capital global», usando la deuda como espada para conquistar economías enteras.

Pero los verdaderos barones de este sistema son los gigantes financieros privados. BlackRock, con activos que superan el PIB de Alemania (más de $11 billones de dólares), ejerce un poder cuasi estatal. A través de su accionariado en el 88% de las empresas del S&P 500 (el índice bursátil más conocido en el mundo y se compone de las 500 compañías más importantes de Estados Unidos, como Amazon, Microsoft, Netflix, Ford, Coca Cola, Visa, etc.), influye en decisiones corporativas globales.

Su gestión de deuda soberana le permite condicionar políticas fiscales de países enteros. Su papel en conflictos actuales resulta revelador: en Ucrania, lidera un fondo de reconstrucción de $15 mil millones de dólares que, según investigadores como Daniel Estulin, busca controlar sectores estratégicos como la agricultura y energía del país tras el conflicto.

Esta instrumentalización de las guerras no es nueva. El siglo XX demostró cómo el feudalismo financiero moldeó conflictos bélicos para expandir su dominio. Durante la Primera Guerra Mundial, bancos como JP Morgan financiaron simultáneamente a aliados y potencias centrales. Al finalizar, el Tratado de Versalles impuso a Alemania reparaciones de 132 mil millones de marcos oro, administradas por consorcios bancarios angloamericanos que estrangularon su economía.

En la Segunda Guerra Mundial, corporaciones como Standard Oil (Rockefeller) y Bank of América proveían combustible y capital a la Alemania nazi, según documentos desclasificados del Congreso estadounidense en 1945. Como señala Estulin, estas guerras funcionaron como «rituales de iniciación» de un sistema donde la deuda se convirtió en arma de dominación masiva.

El control de infraestructuras estratégicas constituye el feudo moderno por excelencia. Los puertos simbolizan este poder: en Panamá, el 90% de las terminales están operadas por Hutchison Ports, vinculada a BlackRock, otorgando a capitales transnacionales control sobre el comercio hemisférico.

En México, tras reformas promovidas por el Banco Mundial durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, fondos como Blackstone adquirieron derechos en puertos estratégicos como Lázaro Cárdenas, y a cuyo presidente, Stephen Allen Schwarzman, premió con la Condecoración de la Orden Mexicana del Águila Azteca -reconociendo simbólicamente su vasallaje el tristemente célebre expresidente mexicano, ahora refugiado en España-.

BlackRock Inc., la administradora de fondos más grande del mundo, empezó a invertir en México en 2008 y tiene importantes activos en los fondos de pensión, el mercado bursátil y la industria energética, actuando como inversor y como gestor. Desde un discreto segundo plano ha activado redes de influencia que le han convertido en uno de los principales actores financieros del país.

Para prosperar, cada compañía debe no solo entregar buenos resultados financieros, sino, demostrar cómo contribuye positivamente en la sociedad”, escribió Laurence D. Fink, fundador y director de BlackRock, en una carta dirigida a los directores de las empresas en las que invierte la administradora de más de $11.6 billones de dólares en activos.

El 2014 Blackrock no cumplía con el lineamiento de la Comisión Nacional del Sistema para el Ahorro (Consar) que exige que para que ese tipo de empresas administradoras puedan invertir las pensiones de los mexicanos no deben contar con investigaciones pendientes. Mientras un director de BlackRock Investments Management UK estaba siendo investigado en Italia la gestora de fondos firmó un contrato con Afore Banamex en México.

En respuesta Consar, que dio su visto bueno a los contratos, aseguró que la evidencia necesaria tendría que venir de la reguladora de Reino Unido, de donde es la subsidiaria. BlackRock contestó que compartió la información requerida por Afore Banamex, mientras que la Afore comentó que cumplió las regulaciones de Consar. Ninguna se pronunció sobre las cartas.

La empresa estadounidense se ha hecho del control directo e indirecto de grandes proyectos de infraestructura energética, transporte y de telecomunicaciones, entre ellos Los Ramones, y seis bloques de exploración petrolera entre 2015 y 2017. El control es a través de una compleja estructura corporativa que pasa por múltiples paraísos fiscales.

El crecimiento fue a partir de alianzas con Pemex gracias a su cercanía con el gobierno mexicano de Peña Nieto, y mediante compras de otros fondos. Durante las campañas electorales de 2018 en México, Larry Fink se reunió con cuatro de los cinco aspirantes a la presidencia del país, Andrés Manuel López Obrador, José Antonio Meade, Ricardo Anaya y Margarita Zavala, antes de que ésta última declinara.

A través sus instrumentos de inversión (iShares) BlackRock sigue el comportamiento de acciones de 69 empresas en la Bolsa Mexicana de Valores -a través de replicar índices bursátiles-, lo que la hace la inversionista más grande del mercado bursátil mexicano. Con sus iShares no participa en ninguna junta directiva, pero es un actor escuchado por todo el mercado.

Jalife advierte que esto crea «estados dentro de estados», con legislación laboral y fiscal autónoma. Paralelamente, el sector energético evidencia la geopolítica feudal: BlackRock financia terminales de gas natural licuado en Texas para exportar a Europa a precios un 250% superiores a los estadounidenses, desplazando a proveedores tradicionales como Rusia.

En el contexto de la competencia global por el control de las rutas comerciales marítimas, BlackRock adquirió 43 puertos con 199 atracaderos en 23 países, incluyendo los estratégicos puertos de Balboa y Cristóbal, ubicados en los extremos del Canal de Panamá. Paralelamente, la administración de Donald Trump ha solicitado al Pentágono desarrollar opciones militares para garantizar el acceso sin restricciones al Canal de Panamá.

En México, BlackRock ya controla importantes terminales marítimas como Veracruz, Lázaro Cárdenas, Manzanillo y Ensenada, y se prevé que busque una participación significativa en el desarrollo del Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec, un proyecto clave para el comercio regional. Mientras tanto, Trump intensifica su presión sobre México mediante una guerra comercial y amenazas de intervención militar, lo que añade una capa de tensión geopolítica a esta disputa por el control de las rutas marítimas estratégicas.

BlackRock, el mayor fondo de inversiones del mundo y uno de los tres gigantes de Wall Street en gestión de activos, ha adquirido el control de 43 puertos en 23 países, incluyendo los estratégicos puertos de Panamá, en medio de una disputa geopolítica entre China y Estados Unidos por el dominio de las rutas marítimas globales.

Este poder financiero no opera de manera aislada, ya que familias influyentes, tanto antiguas como modernas, pertenecientes al núcleo ocultista de Occidente, son propietarias de BlackRock y The Vanguard Group a través de un régimen de propiedad circular, consolidando su control sobre sectores clave de la economía mundial.

Frente a este panorama, analistas como Pepe Escobar vislumbran fisuras en el sistema. Los BRICS y su Nuevo Banco de Desarrollo ofrecen créditos sin ajustes estructurales depredadores. Movimientos sociales en Argentina, Kenia o México resisten la privatización de recursos. La propia burbuja de deuda global -que alcanzó $307 billones en 2025- amenaza la estabilidad de los señores financieros.

Como sentencia Escobar: «El nuevo feudalismo es global, pero su resistencia también lo será». La disyuntiva del siglo XXI se define entre perpetuar la servidumbre financiera o construir democracias económicas donde el capital sirva al pueblo, no a la inversa. En esta batalla, la conciencia colectiva se erige como el primer territorio a liberar.

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