NACIONALES
Un movimiento sin brújula
-Opinión, por Iván Arrazola
En política, el oficio político es una de las cualidades más valiosas para un dirigente. No se trata solo de experiencia o astucia, sino de la capacidad para leer el momento, anticipar escenarios, modular el discurso y conectar con la ciudadanía, incluso en circunstancias adversas. El oficio permite convertir crisis en oportunidades, blindar la credibilidad y sostener un proyecto en el tiempo.
Ese tipo de oficio político, coherencia entre el discurso y la vida personal, sumado a la habilidad para proyectar símbolos que conectan con la ciudadanía, lo encarnó el expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica.
Viviendo en una modesta granja, conduciendo un viejo Volkswagen y donando la mayor parte de su sueldo, hizo de la austeridad un pilar central de su narrativa, lo que le permitió conservar un amplio respaldo popular, incluso en medio de decisiones impopulares. Mujica puede considerarse un modelo para una izquierda que, en muchas ocasiones, se ha extraviado en posturas extremas y en luchas internas.
Por eso sorprende la ausencia de ese rumbo en varios dirigentes actuales de la 4T, quienes, en lugar de preservar la imagen de políticos austeros que ayudó a conquistar el poder, parecen moverse bajo la lógica de la frivolidad y la superficialidad.
Uno de los casos más recientes es el de Andrés Manuel López Beltrán, conocido como Andy, quien tuvo que explicar públicamente por qué decidió tomar vacaciones mientras su partido seguía trabajando. En una carta dirigida a la opinión pública, afirmó haber solicitado el permiso con antelación, después de “extenuantes jornadas de trabajo”.
El argumento podría parecer válido, pero pierde fuerza si se considera que ocupa un cargo de alto nivel, con un salario cercano a los 88 mil pesos mensuales —muy por encima del ingreso de la mayoría de los mexicanos— y que, además, su sueldo se paga con recursos públicos.
El viaje, cuyo hospedaje costó 7,500 pesos por noche, dice López Beltrán que fue financiado con recursos propios, pero lejos de disipar las críticas, la mención de las cifras solo las incrementó: para buena parte de la población, ese gasto equivale a un salario mensual completo.
La contradicción se hizo aún más evidente cuando, en el cierre de su carta, afirmó que “siempre valdrá la pena pagar una cuota de humillación cuando se lucha por una causa justa y contra los opresores del pueblo”. Hoy, desde una posición de poder, su discurso, más propio de la oposición, resulta poco creíble.
El episodio incluso generó burlas internas: Fernández Noroña dudó que Andy hubiera escrito la carta, calificándola de “malísima”, y la presidenta Claudia Sheinbaum evitó debatir el tema, lo que se interpretó como una señal de que tampoco a ella la convenció su explicación.
No se trata de un caso aislado. Sergio Gutiérrez Luna, presidente de la Cámara de Diputados, y su esposa, censuraron públicamente a una ciudadana que cuestionó la manera en que se le asignó la diputación a la esposa del legislador. Esto no solo los colocó en el centro del debate público, sino que también dejó al descubierto una vida de lujos difícil de conciliar con el lema “primero los pobres”.
Una investigación periodística reveló que el diputado recibió dos boletos de cortesía para un evento de Fórmula 1, cada uno con un valor aproximado de 170 mil pesos. De confirmarse, el hecho no solo podría constituir un delito, sino que evidenciaría, una vez más, la incongruencia de un movimiento que se comprometió a erradicar los privilegios.
El episodio más insólito quizá lo protagonizó Alejandro Armenta, gobernador de Puebla, quien llevó a su mascota Tomy a su conferencia mañanera y, en un acto que raya en lo absurdo, lo designó “director del Bienestar Animal” mientras entablaba una conversación ficticia con él, utilizando una voz en off que simulaba ser la del perro. Este hecho, ocurrido en un contexto de graves problemas de seguridad en la entidad, como el robo de transporte y las extorsiones, revela una preocupante banalización de la función pública.
El contraste es claro: mientras líderes de izquierda con verdadero oficio político, como Mujica, entendían que la imagen y la coherencia son activos estratégicos para blindar un proyecto. Ciertos liderazgos de la 4T parecen navegar sin brújula, confiados en que la aplastante victoria electoral de 2024 les otorga licencia para todo. Bajo esa lógica, se permiten la vida de lujos, privilegios y excentricidades que, en el discurso, han condenado con vehemencia.
En este contexto, el lema de que “no somos iguales” suena cada vez menos creíble. Un movimiento que nació con la promesa de regeneración nacional corre el riesgo de perder el rumbo y diluir su capital político si sus dirigentes olvidan que el verdadero liderazgo no se mide por el poder que se ostenta, sino por la congruencia entre lo que se dice y lo que se hace.
