JALISCO
López Mateos, más que una avenida
– Opinión, por Miguel Anaya
¡Ah, López Mateos! Esa arteria que todos los tapatíos aprendimos a temer a la hora de salir de casa. Lo que antes era un simple trayecto entre Zapopan y Tlajomulco se ha convertido en un acto de paciencia y resistencia, digno de medallas para quienes logran atravesarla sin perder la cordura. Y ahora, la propuesta de construir un segundo piso sobre la avenida promete resolver este drama… o al menos darle un nuevo nivel.
La idea no es nueva en el mundo urbano. La Ciudad de México, orgullosa y criticada por sus segundos pisos, nos ha mostrado que elevar el tránsito puede, en teoría, descongestionar la calle inferior. En la práctica, siempre aparece la famosa ley de Murphy del tráfico: “Si construyes un segundo piso, se encontrará la forma de congestionar arriba y abajo”.
La idea de que más carriles, aunque sean a veinte metros de altura, pueden mejorar los tiempos de traslado, suena muy convincente si uno ignora el pequeño detalle de que todos seguiremos necesitando entrar y salir de López Mateos en algún momento, creando cuellos de botella constantes.
Los defensores del proyecto pintan un panorama brillante: coches flotando sobre el caos, flujo vehicular constante, mercancías moviéndose como en una coreografía perfecta. Incluso se habla de impulso económico, como si un segundo piso pudiera arreglar de golpe la productividad de la ciudad y el humor de los conductores. Claro, la movilidad es parte esencial del desarrollo económico, pero ¿A qué tipo de movilidad aspiramos?
En la planeación de calles, no todo es color de cielo despejado. La construcción de una infraestructura de esta magnitud implica costos que podrían hacer llorar a cualquier presupuesto gubernamental. Estudios de factibilidad, impacto ambiental, ruido, vibraciones y, por supuesto, el inevitable caos durante la obra: semanas, meses, quizás años de atascos peores que los actuales. Mientras tanto, los vecinos de la avenida y los comerciantes deberán practicar yoga urbano para soportar las molestias diarias.
El debate social no se queda atrás. Algunos urbanistas critican la medida: construir más vialidades para autos perpetúa la dependencia del automóvil y deja de lado alternativas más sostenibles como el transporte público eficiente y la recuperación del sistema barrial.
Otros, en cambio, celebran la modernidad y la promesa de velocidad. Entre tanto, los ciudadanos promedio, esos que conocen cada bache y cada semáforo de memoria, simplemente esperan que no se les olvide dónde estacionar la paciencia.
Al final, la construcción de un segundo piso sobre López Mateos es un acto de fe en que más infraestructura vial generará menos estrés, menos tiempo perdido y más eficiencia. Una fe que, como cualquier otra, tiene sus riesgos y sus ironías: prometen eficiencia, y lo que en realidad se obtiene es algo similar, pero en otro nivel. Habrá que ver si el futuro nos hace levitar, o si solo nos enseña que el tráfico, al igual que el tiempo y la paciencia, no se elevan tan fácilmente.
No se trata de criticar por criticar. Es evidente que López Mateos necesita una solución; nadie en su sano juicio disfruta pasar horas atrapado en un tramo de seis kilómetros que parece eterno. El punto es que esa solución debe ser para todos, no solo para quienes circulan en automóvil.
Debe considerar a quienes viven a lo largo de la avenida, a los comerciantes que dependen del tránsito peatonal y vehicular para sacar adelante a su familia, y evidentemente, a quienes se trasladan en transporte público o bicicleta.
Elevar carriles no resolverá los problemas de movilidad diaria ni mejorará la calidad de vida de la zona, si solo se toma en cuenta una solución pensada desde la visión del automovilista.
