LOS PELOTEROS
Cal Raleigh se perfila como el nuevo rey del jonrón: Le quitaría la corona a Aaron Judge
– Deporte Rey, por Gabriel Ibarra Bourjac
¡Qué espectáculo del batazo rey estamos viviendo esta temporada en MLB!
Cuatro gladiadores compiten por la corona del cuadrangular.
Cal Raleigh, Kyle Schwarber, Shohei Ohtani, y Aaron Judge, son los cuatro colosos que han tejido un tapiz de jonrones que trasciende lo ordinario, convirtiendo cada entrada al estadio en una cita con la historia.
De las batallas épicas que trascendieron su tiempo fue aquella histórica temporada de 1961 en la que dos jugadores de los Yankees se batieron en un duelo: Roger Maris y Mickey Mantle. Maris terminó rompiendo el récord de más jonrones en un año de Babe Ruth, que era de 60, con 61 vuelacercas. Mantle logró 54.
Los tiempos cambian. La bola hoy parece volar más. Los peloteros se han convertido en especie de máquinas para conectar batazos kilométricos. Los batazos resuenan como un trueno primordial, esta temporada de la MLB que se ha erigido como un coliseo de titanes.
No es un mero juego de números y estadísticas; es un drama épico, un ballet de poder y precisión que ha cautivado a la afición con la ferocidad de gladiadores dotados por los dioses del deporte.
La afición, esa legión devota de almas apasionadas por el crack del madero, agradece este banquete con ovaciones que retumban desde Seattle hasta Filadelfia, pasando por Los Ángeles y Nueva York.
RALEIGH HACE HISTORIA
En el corazón de esta tormenta de poder late Cal Raleigh, el bateador ambidiestro de los Marineros cuya trayectoria esta temporada es nada menos que grandiosa.
Con su cuadrangular 57 la noche del pasado sábado en el Daikin Park de Houston, Raleigh no solo se reafirma como el máximo artillero de MLB, sino que rompe la marca histórica de Ken Griffey Jr. con Seattle y pulveriza récords ancestrales: superó los 48 de Salvador Pérez como el catcher con más cuadrangulares en una temporada y eclipsó los 54 de Mickey Mantle para switch-hitterse.
Ganador del Home Run Derby 2025, este chico de Seattle al que le restan aún 8 juegos para rebasar la barrera de los 60, es el nuevo rey indiscutible del cuadrangular. Todo parece indicar que su corona será de hierro forjado en el noroeste, donde la lluvia no apaga el fuego de su bate.
Raleigh no solo pega jonrones; los esculpe, los hace arte en movimiento, un testimonio de que el poder no necesita ser ruidoso para ser devastador.
Un recordatorio vivo de por qué el béisbol no es solo un pasatiempo, sino una epopeya colectiva.
EL LEÑADOR DE FILADELFIA
Kyle Schwarber, el leñador implacable de los Phillies, cuya garra parece forjada en las minas de Pensilvania es otro de los gladiadores que irrumpe en el diamante moderno. Con 53 cuadrangulares, Schwarber ha transformado el Citizens Bank Park en un volcán en erupción.
Inolvidable esa noche de agosto, cuando empató un récord con cuatro jonrones en un solo juego, elevando su total a 49 y silenciando a los escépticos.
Este hombre, que nunca había cruzado la barrera de los 50, ahora lidera la Liga Nacional en carreras impulsadas con 128 y sueña con los 56 proyectados. Schwarber no batea con finesa, batea con furia, como si cada swing fuera una declaración de independencia. En Filadelfia, donde la pasión es un fuego eterno, él es el highlander que no muere, el que hace que los fanáticos coreen
«MVP» como un himno pagano.
EL SAMURAI DE ORIENTE
Pero este no es un reinado solitario. Al otro lado de la costa, en el Dodger Stadium, Shohei Ohtani emerge como un fenómeno mitológico, un ambidextro que desafía las leyes de la física y la tradición. El japonés, con sus 53 jonrones, no solo golpea pelotas a distancias astronómicas, sino que redefine el arte del béisbol.
Ohtani no es un jugador; es una revolución. En una era donde los atletas se especializan hasta el agotamiento, él lo hace todo: batear, lanzar, cprrer. Sus 54 de la temporada pasada fueron un prólogo; este 2025 es el capítulo donde el mundo contiene el aliento.
EL REY DESTRONADO
Allá en el Yankee Stadium tenemos a otro gigante con su swing, que es un arco perfecto de fuerza contenida que envía la bola a las gradas como si fuera un decreto divino. Con 49 cuadrangulares hasta la tarde del pasado sábado, Aaron Judge no solo persigue su propio legado —recordemos sus 62 en 2022, un monumento al poder puro—, sino que eleva el listón para todos.
Es el rey destronado que se niega a abdicar, un bateador que combina la elegancia de un poeta con la brutalidad de un guerrero vikingo.
En la historia moderna del béisbol —esa crónica de hazañas que va de Babe Ruth a Barry Bonds—, no habíamos sido testigos de tal espectáculo. Nunca cuatro, ni siquiera cinco jugadores (contando a Eugenio Suárez con 47), habían coqueteado con los 50 jonrones en una misma campaña sin el fantasma de los esteroides acechando en las sombras.
Esta es una era limpia, pura, donde el talento innato y el trabajo titánico se alían para reescribir los libros. Estos gladiadores, dotados con un poder bateador que parece un don olímpico, nos regalan no solo números, sino emociones: la tensión de una carrera, la euforia de un batazo que besa las nubes, la certeza de que el béisbol sigue siendo el rey de los deportes.
La afición agradece, sí, pero también exige más. Con el otoño a las puertas y los playoffs asomando como un amanecer sangriento, ¿quién ceñirá la corona final? ¿Raleigh, el ambidiestro indomable, mantendrá su trono? ¿Ohtani, el prodigio, alcanzará el cetro? ¿Schwarber, el fiero, irrumpirá como un trueno? ¿O Judge, el gigante, reclamar lo que cree suyo?
Sea como sea, este gran espectáculo nos ha recordado que el béisbol no es solo un juego: es un ritual, una celebración de lo humano elevado a lo divino. Y mientras las bolas sigan volando hacia el infinito, nosotros, los fieles, seguiremos aplaudiendo desde las gradas del tiempo.
