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JALISCO

Lluvia sobre el abandono: La inacción como política oficial

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– A título personal, por Armando Morquecho Camacho

Las recientes lluvias en el área metropolitana de Guadalajara han dejado al descubierto un panorama desolador: colonias inundadas, vialidades colapsadas, familias afectadas y un sentimiento colectivo de frustración. En el caso de Zapopan, los estragos de las precipitaciones han sido particularmente visibles, pero culpar únicamente a la lluvia es un error.

Las inundaciones, los baches, las vialidades saturadas y los servicios públicos colapsados no son la enfermedad, sino síntomas de un problema mucho más profundo y complejo: una década de inacción por parte de las autoridades para atender los problemas públicos que aquejan a la ciudadanía. Este abandono estructural ha generado una fractura en la ciudad, dividiéndola en dos realidades opuestas.

Por un lado, está la Zapopan de los discursos oficiales, la de rascacielos, desarrollos inmobiliarios de lujo y promesas de modernidad que se presume en foros. Por el contrario, está la Zapopan real, la de todos los días, la de colonias marginadas donde los baches convierten las calles en campos de guerra, el alumbrado público es deficiente y los embotellamientos son una constante que desgasta la calidad de vida de sus habitantes.

Según la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del INEGI, el 63.7% de los zapopanos considera que los baches son el principal problema de su ciudad. No es difícil entender por qué. Basta con recorrer avenidas para constatar que las vialidades no solo están colapsadas, sino que están en un estado deplorable. Los baches no solo representan un riesgo para los automovilistas, sino que también son un reflejo de la falta de mantenimiento preventivo y correctivo por parte de las autoridades.

A esto se suma que el 51.8% de los ciudadanos señala el mal alumbrado público como un problema crítico. Calles oscuras no solo generan inseguridad, sino que también dificultan la movilidad nocturna y perpetúan la percepción de abandono en muchas colonias.

Por si fuera poco, el 51.2% de los zapopanos identifica los embotellamientos como una de las principales trabas para su vida cotidiana porque las avenidas se han quedado atrapadas en un diseño para un volumen de tráfico que ya no corresponde a la realidad, colapsan diariamente, convirtiendo traslados cortos en odiseas de horas.

Sin embargo, el deterioro de los servicios públicos no se limita a la infraestructura vial o el alumbrado público. Las juventudes han identificado un problema que afecta directamente la calidad de vida: los desarrollos inmobiliarios de lujo proliferan sin control saturando aún más los servicios públicos que ya presentaba una deficiencia notoria, pero que ahora se agrava debido a una ciudad que crece sin control.

Pero todo esto no es casualidad, sino el resultado de un modelo de desarrollo urbano que prioriza la especulación inmobiliaria sobre las necesidades reales de la población. Mientras los fraccionamientos de lujo se multiplican, los servicios públicos que deberían sostener el crecimiento de la ciudad se ven rebasados, evidenciando una falta de planeación integral.

El desarrollo inmobiliario descontrolado es, sin duda, uno de los principales detonantes de esta crisis. En los últimos diez años, Zapopan ha experimentado un auge de construcciones que, lejos de beneficiar a la mayoría, han saturado los servicios públicos y exacerbado los problemas estructurales. Las nuevas torres residenciales y los fraccionamientos exclusivos han incrementado la presión sobre las vialidades, el suministro de agua, el drenaje y la recolección de basura.

Pese a esto, las administraciones municipales han optado por aplicar parches temporales en lugar de soluciones estructurales. Llenar de chapopote, una avenida llena de baches antes del temporal de lluvias, puede generar una buena foto para redes sociales, pero no resuelve los problemas de fondo. Estas acciones, diseñadas más para el aplauso mediático que para el beneficio real, son insuficientes frente a la magnitud del abandono acumulado.

La Zapopan real, la que vive la mayoría de sus habitantes, no aparece en los videos promocionales ni en los discursos que celebran la modernidad del municipio. Es una Zapopan donde las colonias marginadas, como Miramar, Santa Margarita o Arenales Tapatíos, enfrentan inundaciones recurrentes porque el sistema de drenaje no ha sido modernizado en décadas. En esta ciudad los ciudadanos deben sortear baches como si fueran minas en un campo de guerra, y los embotellamientos roban horas valiosas de la vida diaria. Esta es la ciudad detrás de esos videos superproducidos que vemos en las redes sociales.

Pero la inacción de las autoridades no es solo una cuestión de negligencia, sino de prioridades mal alineadas. Durante años, los gobiernos municipales han enfocado sus esfuerzos en proyectos que “venden” mediáticamente, mientras los problemas estructurales se acumulan.

La falta de una visión de largo plazo para el desarrollo urbano, combinada con la permisividad ante el crecimiento inmobiliario desmedido, ha generado un círculo vicioso: más construcciones, más presión sobre los servicios públicos, más deterioro de la infraestructura y menos calidad de vida para los ciudadanos. Este modelo no es sostenible y sus estragos comienzan a cobrar facturas muy caras tanto a la ciudadanía, como a las propias autoridades.

Para romper este ciclo, es necesario un cambio de fondo en la forma en que se gestiona el municipio. Las autoridades deben priorizar la planeación urbana integral, con un enfoque en la sostenibilidad y la equidad. Esto implica no solo reparar baches o instalar luminarias, sino invertir en infraestructura resiliente que pueda soportar el crecimiento de la ciudad.

Significa regular el desarrollo inmobiliario para que no siga saturando los servicios públicos, garantizar el acceso a vivienda digna para las nuevas generaciones y escuchar las demandas de los ciudadanos, quienes han señalado con claridad cuáles son los problemas que más los afectan.

Las lluvias seguirán cayendo, como lo han hecho siempre, pero los estragos que causan no son inevitables. Son el resultado de una década de decisiones equivocadas y de una visión cortoplacista que ha privilegiado la apariencia sobre la sustancia. Zapopan merece una gestión que enfrente los problemas de raíz, que reconozca la complejidad de sus desafíos y que trabaje para construir una ciudad donde todos sus habitantes, puedan vivir con dignidad.

La lluvia no es una enfermedad; la inacción, sí.

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