NACIONALES
Adaptarse o desaparecer: La abogacía en tiempos de reformas
– A título personal, por Armando Morquecho Camacho
Durante la Revolución Industrial, la humanidad experimentó un cambio sin precedentes que reconfiguró por completo la estructura social y económica. En un proceso de transformación masiva, la máquina de vapor y el telar mecánico sustituyeron a la mano del artesano, sentenciando la producción manual y el inicio de la mecanización a gran escala. Esta transición no solo cambió las herramientas de trabajo, sino que también desplazó al taller, que cedió su lugar a la fábrica como nuevo epicentro de la producción y la vida social.
Este turbulento periodo dividió a la sociedad en dos bandos: algunos se resistieron al cambio, aferrándose al pasado por miedo o nostalgia, lo que a menudo dio como resultado un desempleo masivo. Sin embargo, otros entendieron que la supervivencia dependía de la capacidad de aprender a trabajar con las nuevas herramientas y de la adaptación a un mundo cada vez más urbano y mecanizado.
La historia fue clara en su veredicto: aquellos que se adaptaron a las nuevas dinámicas industriales y se sumaron a la economía basada en la fábrica, prosperaron; aquellos que no lo hicieron, quedaron atrás. Este patrón de cambio tecnológico y adaptación social se ha repetido a lo largo de la historia moderna, desde la era de la electricidad hasta la actualidad.
Hoy, el derecho mexicano atraviesa una transformación comparable. Las reformas judiciales federales y estatales, junto con los cambios en la Ley de Amparo, están reconfigurando tanto las bases, como las reglas no escritas del ejercicio profesional. Por ello, hasta cierto punto resulta normal que muchos abogados vean en estas reformas una amenaza, y no sin razón: el proceso de adaptación y el proceso de construcción de relaciones en el sistema anterior fue arduo. Pero ese tiempo terminó y hoy estos procesos tendrán que empezar de cero.
En ese tenor, la abogacía mexicana enfrenta hoy una disyuntiva: adaptarse o desaparecer. No se trata de una elección estética ni de una cuestión de gusto; es una exigencia profesional, que obligará, especialmente a las nuevas generaciones, a aprender a moverse en un entorno totalmente distinto en el que la propia dinámica y/o relación abogado – juzgador, tendrá otras dimensiones y además, se desarrollará en un contexto politizado que exigirá del abogado algo más que conocimientos técnicos.
No obstante a esto, tampoco se debe dejar pasar desapercibido que ante todos estos cambios, adaptarse no implica renunciar a la esencia de la profesión. Al contrario, significa entender que el derecho es una disciplina viva, en constante evolución, por lo que las reformas no deben verse como obstáculos, sino herramientas que exigen una nueva forma de pensar y ejercer, que a su vez demanda abogados capaces de aprovechar los cambios, de comprender la lógica de los nuevos procesos y de orientar su práctica hacia la eficiencia, la claridad y la resolución efectiva de los conflictos.
La historia de la profesión muestra que cada reforma, lejos de ser una amenaza, ha sido una oportunidad para redefinir el sentido del derecho y su respectivo ejercicio. Quienes en el pasado comprendieron sus respectivos cambios abrieron caminos nuevos. Así será ahora.
Las reformas podrán ser controversiales, pero en este punto, el entorno exige templanza, dejar de rasgarse las vestiduras, y comenzar a analizar un nuevo sistema con aristas que pueden convertirse en un terreno fértil para renovar la práctica, fortalecer el Estado de derecho y reconstruir la confianza ciudadana en la justicia desde el propio ejercicio de la profesión.
El camino hacia estos cambios tan profundos, como es natural, no estará exento de retos y obstáculos significativos. El más notable reside en que la dinámica histórica de las relaciones de poder y su consabida influencia en el curso de los litigios —una constante que siempre ha moldeado el sistema judicial— se ha reconfigurado totalmente.
En la práctica, esto significa que las viejas inercias y el peso de las influencias tradicionales pierden terreno frente a nuevos actores y mecanismos de participación. Por lo tanto, el abogado de esta era de reformas deberá ser mucho más que un simple técnico del derecho. Su labor exigirá la combinación magistral de la técnica jurídica con una visión estratégica y anticipatoria, que le permita no solo navegar el nuevo sistema, sino también incidir en él.
Pero, lo más importante, deberá entenderse a sí mismo como un nuevo actor político dentro de este entorno emergente. Esto implica una conciencia más profunda de su rol social, ya que su actuación no solo afectará el resultado de un caso, sino que también influirá en la legitimidad y la confianza del público en el nuevo sistema de justicia. El abogado deberá desarrollar una capacidad renovada para identificar dónde reside el poder en el litigio moderno —que ahora puede manifestarse a través de la opinión pública — y utilizarlo de manera efectiva para servir a los intereses de sus representados.
Ya no bastará con conocer la ley; será necesario comprender su aplicación en un entorno dinámico, más político y probablemente, más histriónico. Por eso, aquellos que se adapten a tiempo encontrarán en esta transición una oportunidad para consolidarse como referentes. Mientras que se nieguen, se irán quedando al margen, sostenidos sólo por una inercia de la política en torno a estas reformas que pronto perderá fuerza.
Adaptarse, al final, es un acto de inteligencia. Supone aceptar que el derecho, como la sociedad que lo genera, no es estático. Cambia, se renueva y exige a sus intérpretes moverse con él. Quien entienda esto no verá las reformas como una pérdida, sino como una invitación a evolucionar. Pero en esta nueva era, resistirse es una forma lenta de desaparecer.
Quien abrace el cambio con rigor y con ética no solo sobrevivirá: tendrá la oportunidad de definir el futuro de la abogacía mexicana y de dejar, en esa transformación, una huella duradera. La historia lo ha dicho muchas veces: evolucionar no es traicionar el pasado, es honrarlo al hacerlo trascender.
