MUNDO
Aliados involuntarios: Donald Trump, ¿el agente de Putin?
– Actualidad, por Alberto Gómez R.
La sombra de la influencia rusa se cierne sobre la Casa Blanca, no a través de espías tradicionales, sino mediante una sintonía estratégica que sirve a los intereses del Kremlin.
La posibilidad de que un presidente estadounidense actúe, consciente o inconscientemente, como agente de influencia de una potencia extranjera parece extraída de una novela de espionaje. Sin embargo, esta inquietante especulación ha ganado terreno entre analistas de inteligencia y políticos desde que Donald Trump irrumpió en la escena política.
Este artículo examina la evidencia que sugiere que Donald Trump podría estar facilitando los objetivos estratégicos de Vladimir Putin, particularmente la implosión interna de Estados Unidos y el debilitamiento de la OTAN y la Unión Europea, con paralelos históricos que incluyen el papel de Mijaíl Gorbachov en la disolución de la Unión Soviética.
LA FORMACIÓN DE UN OBJETO VULNERABLE
La teoría de que Trump ha sido cultivado por Rusia encuentra fundamento en el background de inteligencia de Putin. Expertos señalan que «Putin fue un oficial de inteligencia de carrera, entrenado para identificar vulnerabilidades en un individuo y explotarlas». Esta evaluación coincide con los informes que sugieren que el KGB identificó a Trump como un hombre de negocios joven y vulnerable décadas antes de su presidencia.
Según Yuri Shvets, un ex mayor del KGB entrevistado en 2025, el servicio de inteligencia soviético inició una ofensiva de encantamiento contra Trump ya en la década de 1980. «Recopilaron mucha información sobre su personalidad para saber quién era personalmente. La sensación era que era extremadamente vulnerable, intelectual y psicológicamente, y era propenso a la adulación. Esto es lo que explotaron». Esta operación de influencia habría continuado bajo Putin, quien perfeccionó el arte de manipular a Trump mediante el halago y la validación de su visión del mundo.
La preocupación sobre esta relación trasciende lo especulativo. Leon Panetta, ex director de la CIA y secretario de Defensa bajo el gobierno de Obama declaró en octubre de 2024 que Trump se había «convertido en una fuente para Putin, y alguien que puede ayudarlo a manipular lo que quiere lograr».
Panetta añadió que «Donald Trump de muchas maneras es ingenuo sobre quién es Putin realmente. Él (Putin) sabe cómo trabajar una fuente, y tiene una que está muy cerca de la cima en este país». Esta evaluación sugiere que, más que una conspiración elaborada, existiría una explotación calculada de las vulnerabilidades psicológicas y políticas de Trump para beneficio del Kremlin.
LA GUERRA ANTI-WOKE
El movimiento «woke” (el pasado de «wake», que significa despertar) surgió dentro de la comunidad negra de Estados Unidos y originalmente quería decir estar alerta a la injusticia racial de la administración.
El término resurgió en la última década con el movimiento Black Lives Matter, que nació en rechazo a la brutalidad policial hacia personas afrodescendientes. Pero esta vez su uso se difundió más allá de la comunidad negra y empezó a ser utilizado para significar algo más amplio.
En 2017, el diccionario Oxford agregó esta nueva acepción de «woke», definiéndolo como: «Estar consciente de temas sociales y políticos, en especial el racismo».
El término «woke» se convirtió en sinónimo de políticas de izquierda o liberales que abogan por cosas como la equidad racial y social, el feminismo, el movimiento LGBT, el uso de pronombres de género neutro, el multiculturalismo, el uso de vacunas, el activismo ecológico y el derecho a abortar.
Políticas con las que se asocia el Partido Demócrata del presidente Joe Biden, así como también al ala más liberal que incluye políticos como Bernie Sanders o la congresista Alexandria Ocasio-Cortez.
En contraposición, el ala más extrema del Partido Republicano, liderada por el presidente Donald Trump, considera que estas políticas representan no solo una amenaza a los «valores de familia» sino incluso a la misma democracia, a la que se quiere «reemplazar con una tiranía woke». (bbc.com)
La agenda anti-woke Trump ha funcionado como cortina de humo para políticas que debilitan instituciones estadounidenses clave. Según análisis de 2025, el equipo de Trump «ha dado con lo que cree que es una fórmula ganadora: cada vez que quiere arrebatarle la atención médica a los estadounidenses o dejar en libertad a una corporación depredadora, simplemente dice que está luchando contra la ‘ideología woke’ o ‘DEI'».
Esta estrategia sería particularmente evidente en áreas críticas para la seguridad nacional y el bienestar ciudadano:
Aviación civil: En febrero de 2025, Trump despidió a casi 300 personas de la Administración Federal de Aviación (FAA) a pesar de una serie de accidentes aéreos, incluyendo el accidente de avión más mortífero en veinte años. Los medios pro-Trump atribuyeron sin pruebas los accidentes a políticas DEI, distrayendo la atención de los recortes en seguridad aeronáutica.
Protección al consumidor: La administración intentó desmantelar la Oficina de Protección Financiera del Consumidor (CFPB) tachándola de «woke», a pesar de que esta agencia ha recuperado más de $21 mil millones para estadounidenses estafados por instituciones financieras.
Investigación científica: El senador Ted Cruz creó una base de datos de supuestas «becas woke DEI» que en realidad incluía investigación para mejorar infraestructura envejecida en Pittsburgh y mejorar la recuperación de inundaciones en Detroit.
PARALELOS CON LAS TÁCTICAS DE PUTIN
El uso de guerras culturales para debilitar la cohesión social y desviar la atención de la corrupción y el autoritarismo es un elemento central del juego de manual de Putin. La administración Trump ha adoptado tácticas similares, donde:
Se etiqueta como «woke» cualquier regulación que proteja a los ciudadanos de corporaciones depredadoras. Se ataca a las universidades como centros de «adoctrinamiento» mientras se recorta financiamiento para investigación científica vital. Se utiliza retórica sobre «enemigos internos» que recuerda la retórica utilizada por Putin contra opositores y organizaciones no gubernamentales.
EL DEBILITAMIENTO DE LA OTAN
Uno de los aspectos más preocupantes para los aliados de Estados Unidos es la sospechosa coincidencia entre las políticas exteriores de Trump y los objetivos estratégicos de Rusia. Desde su primera campaña presidencial, Trump ha expresado admiración por Putin y escepticismo hacia la OTAN, precisamente la alianza que Moscú considera su principal amenaza.
El acercamiento de Trump con Putin se ha manifestado de manera más evidente en el conflicto en Ucrania. En febrero de 2025, Trump anunció que tenía una conversación telefónica «larga y altamente productiva» con Putin, durante la cual «acordaron que nuestros equipos respectivos comenzaran negociaciones inmediatamente». significativamente, Trump sugirió que era improbable que Ucrania recuperara todo su territorio anterior a 2014, indicando su disposición a aceptar la anexión rusa de territorio ucraniano.
Esta aproximación bilateral, que margina a Ucrania y a los aliados europeos, ha generado alarmantes comparaciones históricas. Sir Ben Wallace, exsecretario de Defensa británico, escribió que las conversaciones tenían «ecos del apaciguamiento nazi», mientras otros han hablado de una «traición» a Ucrania que cedería extensiones de territorio a Putin.
La administración Trump ha mostrado un desdén particular hacia aliados tradicionales de Estados Unidos, simultáneamente fortaleciendo su relación con Rusia. Esta reorientación estratégica beneficia claramente a Moscú, que ha buscado durante décadas fracturar la unidad occidental. Al debilitar la OTAN y distanciarse de la Unión Europea, Trump implementa de facto elementos clave de la agenda exterior rusa.
¿AGENTE DE INFLUENCIA O LÍDER REFORMISTA?
El paralelo histórico más revelador lo encontramos en las teorías que presentan a Mijaíl Gorbachov como agente de influencia occidental, cuyo trabajo consistió en facilitar el colapso soviético. Narrativas promovidas por el Kremlin actualmente presentan a Gorbachov y a su aliado Alexander Yakovlev como «bendecidos por Margaret Thatcher para socavar el socialismo». Según estas teorías, actuando «bajo instrucciones de la CIA» Yakovlev «presidió la campaña para la destrucción de la URSS».
Esta reinterpretación histórica, aunque cuestionable en sus detalles, establece un precedente conceptual para operaciones de influencia a alto nivel que buscan desmantelar imperios desde dentro. Si aceptamos la posibilidad de que Gorbachov pudiera haber actuado como instrumento de intereses occidentales, se abre la puerta a considerar que Trump podría estar desempeñando un papel análogo para Rusia.
Sin embargo, existen diferencias cruciales entre ambos casos. Mientras Gorbachov implementó reformas destinadas a modernizar y abrir su sistema político y económico —con consecuencias no anticipadas—, las acciones de Trump parecen orientadas a debilitar instituciones democráticas y alianzas internacionales sin ofrecer una visión constructiva alternativa. Donde Gorbachov promovió glásnost (apertura) y perestroika (reestructuración), Trump fomenta el aislamiento nacionalista y la deconstrucción del orden institucional. Por supuesto, las estrategias se definen acorde a los contextos del momento.
LA MILITARIZACIÓN DE LA POLÍTICA DEMOCRÁTICA
Uno de los paralelos más alarmantes entre Trump y Putin se manifiesta en su concepción del poder y su disposición a utilizar fuerzas militares contra su propia población. El 30 de septiembre pasado, el presidente Donald Trump y el secretario de Defensa, Pete Hegseth, convocaron a más de 800 altos mandos militares de Estados Unidos a una base en Quantico, Virginia, en donde hablaron de temas relacionados con las guerras culturales y criticado a un ejército que, dijeron, se había distraído con la corrección política.
Durante el evento, Trump sugirió que las fuerzas armadas deberían utilizar ciudades estadounidenses como «terrenos de entrenamiento», declarando que «esta va a ser algo importante para la gente en esta sala, porque es el enemigo desde dentro, y tenemos que manejarlo antes de que se salga de control».
La retórica de Trump sobre el «enemigo dentro» recuerda el lenguaje utilizado por gobiernos autoritarios para justificar la represión contra opositores y minorías. Preocupantemente, Trump alentó a soldados hostigados por manifestantes a «salir de ese auto y hacer lo que sea que quieran hacer», un endoso tácito a la violencia extrajudicial que erosiona los fundamentos del Estado de derecho.
REACCIONES DEMÓCRATAS
La respuesta de líderes demócratas no se hizo esperar. JB Pritzker, gobernador de Illinois, cuestionó la salud mental de Trump y lo acusó de copiar tácticas de Vladimir Putin: «Parece que a Donald Trump no solo le ha llegado la demencia, sino que está copiando tácticas de Vladimir Putin». Pritzker llegó a sugerir la aplicación de la 25ª Enmienda para remover a un presidente incapacitado por enfermedad mental.
Gavin Newsom, gobernador de California, fue igualmente contundente: «Declarar la guerra a las ciudades de nuestra nación y usar a nuestras tropas como peones políticos es lo que hacen los dictadores. A este hombre no le importa nada, excepto su propio ego y poder».
La evidencia disponible no sugiere que Trump sea un agente tradicional que recibe órdenes directamente del Kremlin. Las teorías más extremas sobre un Trump controlado por kompromat (material de chantaje) carecen de verificación. Sin embargo, los patrones de conducta observables apuntan a una peligrosa convergencia donde los intereses de Trump —impulsados por su narcisismo, susceptibilidad a la adulación y aversión al orden liberal internacional— se alinean perfectamente con los objetivos estratégicos de Putin.
Los paralelos históricos con Gorbachov ofrecen un precedente inquietante sobre cómo líderes aparentemente leales pueden, intencionadamente o no, facilitar el colapso de su propio sistema político. La diferencia crucial reside en que mientras Gorbachov —independientemente de su relación con Occidente— impulsaba reformas hacia mayor apertura y libertad, las acciones de Trump conducen hacia el autoritarismo y el aislacionismo.
En última instancia, la amenaza más insidiosa para Estados Unidos podría no venir de una conspiración dirigida desde Moscú, sino de la compatibilidad natural entre la visión trumpista del mundo y los objetivos geopolíticos del Kremlin. Como resume Craig Unger, autor de «American Kompromat»: «Putin estará encantado de tener a Trump como socio negociador. Es una presa fácil, un narcisista. La clave es halagarlo. Él admira a Putin».
Esta sintonía fundamental, explotada con maestría por los servicios de inteligencia rusos, podría estar logrando lo que ni la Guerra Fría ni la confrontación directa consiguieron: la implosión controlada del poder estadounidense desde su propio centro de mando, en un momento histórico donde el ascenso de nuevos contendientes globales convierte esta debilidad en una oportunidad estratégica sin precedentes para quienes aspiran a enterrar el orden internacional liderado por Occidente.
