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«Bendito futbol», libro de Fernando Quirarte: Un legado rojiblanco que late en el corazón de Jalisco

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– Por Belisario Bourjac

En el Palacio de Gobierno de Jalisco, donde las paredes aún resuenan con los ecos de decisiones políticas y sueños colectivos, se presentó «¡Bendito Fútbol!», el libro de memorias de Fernando Quirarte Gutiérrez, apodado «El Sheriff».

No fue un evento cualquiera: fue un homenaje vivo a la pasión jalisciense por el balompié, ese deporte que no solo entretiene, sino que forja identidades, une generaciones y, en ocasiones, duele como una derrota en tiempo extra.

Con el Mundial 2026 asomando en el horizonte —y Guadalajara como sede de cuatro partidos en el Akron—, la elección de fecha y lugar no pudo ser más simbólica. Fernando Quirarte, nacido en esta tierra de tequileros y charros el 17 de mayo de 1956, sabe mejor que nadie lo que significa defender con uñas y dientes una causa: ya sea la playera rojiblanca de las Chivas o el escudo tricolor de la Selección Mexicana.

El salón principal del Palacio bullía de vida, con banderas rojiblancas ondeando y un aroma a historia deportiva. Ahí estaban el gobernador Pablo Lemus Navarro, quien abrió las puertas de esta casa pública para honrar no solo a un ídolo deportivo, sino a un símbolo de la resiliencia jalisciense; Juan José Frangie, presidente municipal de Zapopan; y Mikel Arriola Peñalosa, comisionado presidente de la Federación Mexicana de Fútbol.

No faltaron las leyendas: excompañeros como Manuel Negrete y Eduardo «Yayo» de la Torre, cronistas como Alberto Lati y Raúl Orvañanos, y hasta familiares que han sido el ancla de una vida marcada por el rugido de las gradas.

Pablo Lemus, con esa empatía que lo define, declaró: «Fernando Quirarte sabe lo que significa jugar un Mundial como local. Elegimos esta antesala al 2026 para presentar su libro, porque demuestra la pasión que sentimos las y los jaliscienses por este deporte. Todo fanático del balompié nacional tiene que leerlo».

Entre aplausos y anécdotas, Lemus expresó que «¡Bendito Fútbol!» se erige no como un mero relato autobiográfico, sino como un testamento de entrega, sacrificio y amor inquebrantable por el fútbol.

Fernando Quirarte no es solo un nombre en los anales del deporte mexicano; es un semblante tallado en la memoria colectiva de Jalisco. Hijo de Fausto Quirarte, un exjugador del Guadalajara que le inyectó la sangre rojiblanca desde la cuna, Fernando creció en las calles de esta ciudad, donde el balón no es un juguete, sino un destino inexorable.

Debutó en las Fuerzas Básicas del Rebaño Sagrado a los 17 años, en la temporada 1973-74, bajo la tutela de entrenadores que vieron en él no solo un defensa central imponente —de 1.80 metros y una garra legendaria—, sino un líder nato.

«El Sheriff», apodo que evoca su autoridad en el campo y su justicia implacable ante los rivales, disputó 274 partidos con Chivas hasta 1987, anotando 20 goles que, para un zaguero, son trofeos de guerra. Su último baile con el Guadalajara fue épico: capitán en la final del campeonato 1986-87 contra Cruz Azul, donde su gol en el minuto 89 selló el noveno título liguero del club, un clímax que lo inmortalizó como emblema eterno del Rebaño.

La crónica del diario Récord resalta que la semblanza de Quirarte trasciende las estadísticas. Es la historia de un muchacho que tomaba el camión público para llegar a los entrenamientos en Verde Valle, persignándose frente al Sagrado Corazón antes de cada sesión, pidiendo fuerza a un Dios que, parece, siempre le respondió.

En el libro, relata con crudeza emotiva esos inicios humildes: «El fútbol me dio todo: una carrera, una familia, una identidad».

El Informador recuerda que Quirarte dejó Chivas en 1987 por una oferta del Atlas, donde jugó dos temporadas (1987-89), y cerró su carrera en 1990 con los Leones Negros de la UdeG, sumando cerca de 350 partidos y 26 goles en total. No fue un retiro plácido; fue el epílogo de un guerrero que, incluso en la derrota, nunca bajó la cabeza.

Y luego está el Tricolor. Con 45 juegos y cinco goles, Quirarte fue pilar de la Selección Mexicana en una era dorada. Su cima: el Mundial de México 86, organizado en casa, con 100 mil almas en el Azteca testigos de su promesa cumplida.

Días antes del torneo, en plena pretemporada en Puebla, recibió la noticia que lo quebró: la muerte de su padre. Voló a Guadalajara para despedirlo y, entre lágrimas, juró: «Si meto un gol, será para ti».

Al minuto 22 del debut contra Bélgica, un centro preciso de Tomás Boy (q.e.p.d.) encontró su cabeza. 1-0. Corrió despavorido hacia las tribunas, señalando el cielo, en un gesto que se convirtió en la portada icónica de su libro.

Dos goles en total en ese Mundial —el segundo contra Irak—, y México avanzando a cuartos de final por primera vez como anfitrión. «Fue el momento más emotivo de mi carrera», confiesa en las páginas, donde revive no solo la euforia, sino el peso de representar a una nación que veía en el fútbol un bálsamo para sus heridas sociales, en medio de una crisis económica y un terremoto que azotó al país.

La transición de jugador a entrenador fue natural, como un relevo en el mediocampo —resalta Milenio—. Dirigió a Santos Laguna (campeón en Verano 2001, subcampeón en 2000), Atlas (2002-03) y Jaguares (2005). En 2011, regresó a Chivas como timonel, un ciclo breve pero intenso: llevó al equipo al liderato general en el Clausura, pero renunció en 2012 tras un mal arranque, una decisión que hoy lamenta con amargura. «Fue por ego, una de mis peores elecciones», admite en el libro, reflexionando sobre cómo la presión del Rebaño puede doblegar incluso a los más fuertes.

Como analista y empresario, Quirarte sigue ligado al fútbol: embajador del Mundial 2026 junto a Lorena Ochoa, y voz respetada en los medios, donde critica con cariño que a algunos jugadores actuales de Chivas «les falta amor a la playera».

En entrevistas recientes, ha abogado por una cantera más sólida, recordando cómo él mismo emergió de las fuerzas básicas sin lujos, solo con disciplina y fe.

«¡Bendito Fútbol!» no es un catálogo de trofeos; es un mosaico humano, escrito durante la pandemia e impulsado por problemas de salud que lo llevaron a cuestionar su legado mental y físico.

El libro desentraña claroscuros: la muerte trágica de sus hermanos, un desvanecimiento por un golpe en un entrenamiento, un asalto violento en las calles de Guadalajara, el fallecimiento de sus padres.

Comparte vestidores con Maradona —cuyo dribbling lo dejó boquiabierto en un amistoso—, Hugo Sánchez y Bora Milutinović, el técnico serbio que lo llevó a la gloria mundialista con su filosofía de «jugar con el corazón». Narra clásicos inolvidables contra el América, donde el Estadio Azteca se convertía en campo de batalla; y revela su plan como funcionario público para atender las explosiones de Guadalajara en 1992, mostrando que «El Sheriff» siempre defendió más que una portería: defendió a su gente en momentos de crisis.

En la presentación, Quirarte se quebró al agradecer a su familia —esposa, hijos, nietos— y a la afición: «Ustedes me han acompañado en lo bueno y lo malo. Este libro es para los jóvenes que sueñan con la cancha: el fútbol enseña disciplina, pero también a levantarse de las caídas, como yo lo hice tras lesiones y derrotas».

Manuel Negrete, su compañero del 86, intervino con voz ronca: «Fernando no solo tenía bien puesta la camiseta; la tenía cosida al corazón, latiendo por México y por Chivas».

Mikel Arriola, de la FMF, lo nombró ejemplo para el Tri rumbo a 2026: «En tiempos parecidos, necesitamos ese modelo de jugador: garra jalisciense, esa que hizo historia en el 86 y que inspirará a las nuevas generaciones».

Este libro llega en un momento propicio para Jalisco. Con el Akron listo para recibir al mundo en 2026, y Lemus impulsando obras como la Línea 5 del Macrobús al aeropuerto —para que nadie se quede fuera del festejo, conectando periferias con el pulso del evento—, «¡Bendito Fútbol!» recuerda que el deporte es más que goles: es identidad, cohesión social y motor económico.

En Guadalajara, donde el fútbol se hereda como el tequila o las tradiciones charras, Quirarte encarna esa pasión visceral. Como escribió él mismo: «Gracias al bendito fútbol, que me ha dado tanto, me da la impresión de que no lo valoramos hasta después que nos retiramos».

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