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CULTURA

Tlaquepaque rompe récord entre flores, fútbol y alma mexicana

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Por Francisco Junco

La presidenta municipal de San Pedro Tlaquepaque, Laura Imelda Pérez Segura, apareció entre los vivos y los muertos, vestida de riguroso negro y coronada con flores de cempasúchil, como una catrina que encarnaba la esencia de su pueblo, alegre, orgullosa y profundamente mexicana.

A su alrededor, una marea naranja y morada perfumaba la Avenida Juárez, convertida en un río de pétalos que desembocaba en el altar de muertos más grande del mundo.

El aire olía a aserrín recién pintado, a copal y a pan de muerto. Las miradas se perdían en los 3,329 metros cuadrados de arte efímero que Tlaquepaque volvió a ofrecerle a sus difuntos y al mundo.

“Las grandes cosas, los grandes logros, los grandes retos, siempre requieren de la suma de voluntades”, dijo la alcaldesa, visiblemente emocionada, entre aplausos.

La ofrenda monumental, que supera su propio récord del año pasado y deja atrás al altar del Estado de México, rindió homenaje a las Copas Mundiales celebradas en 1970 y 1986.

Entre balones dorados, fotografías de glorias futboleras y máscaras prehispánicas, los visitantes encontraban el hilo invisible que une la pasión, la memoria y la identidad nacional.

“Hoy mostramos que los grandes logros son posibles siempre y cuando nos reunamos con un solo objetivo”, continuó Pérez Segura, flanqueada por Gustavo Staufert, del Fideicomiso de Turismo, y Andrés Álvarez, de Destino Tlaquepaque.

En su discurso, no hubo tecnicismos, solo gratitud hacia los vecinos, artesanos, empresarios y voluntarios que convirtieron el trabajo colectivo en obra monumental.

El notario público Lorenzo Bailón Fonseca confirmó lo que ya se intuía, que Tlaquepaque había vuelto a hacer historia.

“El altar de muertos instalado en Avenida Juárez tiene una dimensión de tres mil trescientos veintinueve metros cuadrados”, anunció solemnemente, levantando el acta que certificaba el nuevo récord mundial.

Más de 200 personas participaron en el montaje. Fueron necesarias 2.8 toneladas de aserrín, 21 mil flores de cempasúchil en maceta, 70 mil flores naturales, 5 mil de cordón de obispo y 15 mil elaboradas a mano.

Cada pétalo y cada vela contaban una historia. En 41 espacios, exjugadores de fútbol recibían ofrendas personalizadas; los niños corrían entre calaveras gigantes y los adultos posaban con las catrinas.

“Somos efectivamente el alma de la mexicanidad”, proclamó la alcaldesa ante un público que la vitoreaba. “En ningún lugar del mundo se vive esta tradición, en ninguno. Y en ningún lugar de México como en San Pedro Tlaquepaque”.

Así, entre aserrín, papel picado y el murmullo de las ánimas, Tlaquepaque volvió a ser ese corazón que late entre el arte y la muerte, entre la nostalgia y la celebración. Un pueblo mágico donde la tradición no se mira, se vive.

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