Estados Unidos
La batalla que marca a Estados Unidos
– Por Miguel Anaya
Nueva York es, desde hace más de un siglo, la ciudad donde Estados Unidos se mira al espejo. Es el escaparate de su diversidad, su ambición y sus contradicciones. La urbe donde el capitalismo más feroz convive con el progresismo más radical; donde Wall Street dicta las reglas del dinero y Brooklyn las del pensamiento.
Es también el termómetro de lo que el país puede llegar a ser: si Nueva York respira con esperanza, el resto del país tiende a seguir su ritmo; si tose, tiemblan los mercados. Por eso, cada elección en esta ciudad no solo define un gobierno local, sino una narrativa nacional.
Zohran Mamdani no llegó hasta aquí por accidente. Nacido en Uganda, arribó a Estados Unidos a corta edad. Se promueve como activista antes que político; encarna el ideal de una nueva generación de estadounidenses que no teme pronunciar la palabra “socialismo” en un país que durante décadas la consideró anatema.
Su ascenso fue quirúrgico y a la vez meteórico: tejió alianzas entre comunidades tradicionalmente dispares —latinos, afroamericanos, jóvenes profesionales e incluso, con algunos sectores judíos progresistas— y logró lo que parecía imposible en la metrópoli de los extremos: unirlos bajo una causa común. Frente a él, sus adversarios representaban la continuidad del establishment demócrata, una estructura cansada y temerosa de perder el control de su bastión simbólico.
De esta manera, Mamdami venció en las elecciones demócratas al exgobernador Andrew Cuomo, proveniente de reconocida familia dedicada a la política, y quien al verse superado en la elección partidista, decidió candidatearse como candidato independiente y hoy cuenta con un apoyo importante de sectores conservadores e incluso del presidente Trump.
Esta elección trasciende los límites de Manhattan. Es la confrontación más visible entre dos visiones antagónicas del futuro estadounidense: una que apuesta por el regreso a la seguridad económica tradicional, al orden, al “America First” trumpista que busca restaurar un pasado idealizado; y otra que intenta reinventar fórmulas anacrónicas con un discurso fresco que habla de inclusión y de intervención estatal.
Que Nueva York, el ícono del capitalismo global, esté al borde de elegir a un socialista declarado como alcalde es, en sí mismo, una afrenta política y simbólica al presidente Donald Trump. Es como si la estatua de la Libertad, con su antorcha en alto, respondiera directamente al discurso de “Hacer a América grande otra vez” con un desafío: “América puede crecer desde el socialismo”. ¿Será?
El mensaje que emana de esta contienda no es menor. En una época donde la política se ha vuelto espectáculo, la elección neoyorquina redefine la escala de valores que mueve a las sociedades urbanas. Ya no se trata solo de quién tiene más dinero o influencia, sino de quién logra conectar emocionalmente con un electorado fatigado del cinismo.
Las campañas modernas —de Washington a Ciudad de México, de París a Buenos Aires— han dejado de girar en torno a partidos; giran en torno a causas, a identidades compartidas, a la promesa de dignidad.
Si Mamdani vence este martes, no será solo un triunfo progresista, sino un síntoma de época: el poder urbano moviéndose hacia un nuevo lenguaje político. Y si Cuomo gana, será una victoria independiente pero republicana; será una victoria del conservadurismo y la estabilidad sobre un discurso que desafía todo lo que Estados Unidos tradicionalmente rechaza.
Porque el mundo —como las elecciones— ya no se decide únicamente en los cuartos de guerra de los partidos, sino en la conversación colectiva que bulle en las calles y en las redes sociales. Nueva York vuelve a recordárnoslo: el futuro no pertenece a quienes se duermen en sus laureles, sino a quienes mejor interpretan el ruido del presente.
