Connect with us

NACIONALES

La fusión de dos culturas: Día de Muertos en México, la gran celebración mestiza

Publicado

el

– Opinión, por el dr. Juan Raúl Gutiérrez Zaragoza

El Día de Muertos, celebrado cada 1 y 2 de noviembre en México, es una de las expresiones culturales más emblemáticas del país. En esta época de defensa indígena “pop”, erróneamente, se le considera un origen puramente prehispánico, pero esta visión simplificada no hace justicia a la complejidad de su historia.

En realidad, el Día de Muertos es un producto del mestizaje: una fusión entre las cosmovisiones indígenas mesoamericanas y las prácticas religiosas europeas, particularmente las católicas.

Como señala el arqueólogo Víctor Joel Santos Ramírez, “decir que el comienzo de esta celebración es propiamente prehispánica no sería acertado”.

Veamos, las culturas mexica, maya, purépecha y totonaca ya rendían culto a la muerte mucho antes de la llegada de los españoles. Para los mexicas, por ejemplo, la muerte era una transición hacia otro plano de existencia, y se celebraban rituales como el Miccailhuitontli y el Hueymiccailhuitl, dedicados a los difuntos.

En estas ceremonias se ofrecían alimentos, flores y objetos personales a los muertos, como forma de honrar su memoria y asegurar su bienestar en el más allá. La flor de cempasúchil, originaria de Mesoamérica, era utilizada por su color vibrante y su aroma penetrante, que se creía guiaban a las almas en su regreso al mundo de los vivos.

Estas festividades eran parte de las veintenas, ciclos de 20 días que estructuraban el año ceremonial mexica. Según el Códice Borbónico y otras fuentes como Arqueología Mexicana, Miccailhuitontli celebrada en el mes de agosto, era dedicada a los niños fallecidos, Se realizaba durante la veintena llamada Xócotl Huetzi, que significa “el fruto cae”, simbolizando el ciclo de la vida y la muerte; esta festividad incluía ofrendas florales y rituales para los niños fallecidos.

En tanto que, Hueymiccailhuitl, ya para septiembre, era la “gran fiesta de los muertos”; se centraba en los adultos difuntos, era una celebración más extensa y solemne. Como vimos, se llevaban a cabo ceremonias con imágenes de deidades como Mictlantecuhtli y Xiuhtecuhtli, además de ofrendas de tamales, flores y danzas rituales.

Estas fiestas prehispánicas fueron posteriormente fusionadas con las celebraciones católicas del Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos, dando origen al actual Día de Muertos, como lo explicaré más adelante.

De esta manera, tras la liberación, en 1521, de los pueblos indígenas azotados por el brutal sometimiento azteca, los españoles introdujeron el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos, celebrados el 1 y 2 de noviembre respectivamente. Estas fechas fueron impuestas por la Iglesia católica como parte de su calendario litúrgico, y con el tiempo se fusionaron con las festividades indígenas.

El Instituto Cultural Helénico, entre muchas otras referencias históricas serias, afirma que “con la llegada de los españoles y la imposición del cristianismo, las creencias indígenas sobre la muerte se fusionaron con las festividades católicas”.

Muchos de los elementos que hoy consideramos tradicionales en el Día de Muertos tienen este origen dual. Los altares, por ejemplo, ya existían en las culturas prehispánicas como espacios de ofrenda, pero su estructura actual -con niveles, velas, imágenes religiosas y cruces- proviene de la tradición católica. Las velas, que representan la luz de Cristo, fueron incorporadas como guía espiritual para las almas. El pan de muerto, aunque cargado de simbolismo indígena en sus formas (que evocan huesos y ciclos de vida), es una creación colonial que utiliza ingredientes europeos como el trigo y el azúcar.

Las calaveras, símbolo central de la festividad, también reflejan esta fusión. En las culturas indígenas, la muerte no era temida, sino parte del ciclo natural; las calaveras eran representaciones comunes en arte y ritual, pero las calaveras de azúcar, decoradas con colores vivos y nombres, fueron introducidas por los españoles, quienes usaban moldes para dulces en celebraciones religiosas. Por lo que el Día de Muertos en México es una celebración que combina tradiciones ancestrales, influencias europeas y prácticas cristianas, resultado de un proceso de sincretismo cultural.

Este sincretismo no solo se refleja en los objetos, sino en el espíritu de la celebración. El Día de Muertos no es una ceremonia sombría, sino una fiesta de color, música, comida y memoria; es una forma de decir que la muerte no rompe los lazos, sino que los transforma. Santos Ramírez lo dice bien: “el Día de Muertos es una evolución de tradiciones y creencias indígenas, europeas y cristianas”.

Tenemos entonces que, para un México despierto, el Día de Muertos es una celebración mestiza, profundamente mexicana, que honra la vida a través del recuerdo de los que ya partieron. Su riqueza no está en su pureza, sino en su capacidad de integrar mundos, creencias y símbolos en una sola expresión de amor y memoria.

Sin embargo, a pesar de los datos, todavía existe un México necio que, en su animadversión a lo español, se niega a reconocer el mestizaje como producto de la fusión de culturas que dio origen al Día de Muertos. Esta postura, aunque comprensible desde la ignorancia de una supuesta herida histórica, empobrece la comprensión de una tradición que no es propiedad exclusiva de lo indígena ni del legado europeo, sino una síntesis viva de ambos.

Negar esta evolución es negar la historia misma de México, que no se construyó desde la pureza cultural, sino desde el entrecruce, el conflicto y la reconciliación simbólica.

La flor de cempasúchil, el pan de muerto, las calaveras de azúcar, los altares con velas e imágenes religiosas, todos estos elementos son testimonio de una identidad mestiza que ha sabido transformar el dolor en ritual, la pérdida en memoria y la muerte en celebración; es así que con la llegada de los españoles y la del cristianismo, las creencias indígenas sobre la muerte se fusionaron con las festividades católicas.

Reivindicar el Día de Muertos como una expresión exclusivamente indígena es tan erróneo como atribuirlo por completo a Europa. Su riqueza está precisamente en esa tensión, en esa mezcla, en ese sincretismo que lo convierte en una de las manifestaciones culturales más profundas y universales del México contemporáneo.

Aceptar el mestizaje no es rendirse a una narrativa colonial, sino reconocer que de la fusión también nace la belleza y el Día de Muertos, con su color, su música, su poesía y su memoria, es prueba de ello.

Festejemos nuestro Día de Muertos, una fiesta no prehispánica, no europea, mestiza como lo mexicano.

Juan Raúl Gutiérrez Zaragoza es doctor en Derecho por la Universidad Panamericana y doctorante en Filosofía en la Universidad Autónoma de Guadalajara.

Continuar Leyendo
Click to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Copyright © 2020 Conciencia Pública // Este sitio web utiliza cookies para personalizar el contenido y los anuncios, para proporcionar funciones de redes sociales y para analizar nuestro tráfico. También compartimos información sobre el uso que usted hace de nuestro sitio con nuestros socios de redes sociales, publicidad y análisis, que pueden combinarla con otra información que usted les haya proporcionado o que hayan recopilado de su uso de sus servicios. Usted acepta nuestras cookies si continúa utilizando nuestro sitio web.