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PERSONALIDADES

De viuda a alcaldesa de Uruapan: El baluarte contra la criminalidad, Grecia Itzel Quiroga García

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– Por Belisario Bourjac

Por las calles empedradas de Uruapan, Michoacán, donde el aroma de cempasúchil y flores de muerto se entremezcla con el eco distante de los balazos, Grecia Itzel Quiroz García, de 35 años y licenciada en Ciencias Políticas, se erige como una figura de acero templado en el duelo.

Originaria de la Tierra Caliente, esta madre de dos hijos pequeños no buscaba los reflectores del poder político. Hasta hace poco, su vida transcurría en la discreta labor social: como presidenta honoraria del DIF municipal, entregaba apoyos a niños huérfanos de la violencia, mujeres golpeadas por la pobreza extrema y ancianos que evocaban un Michoacán sin miedo ni extorsiones.

Su compañero inquebrantable era Carlos Alberto Manzo Rodríguez, el hombre que desafió al crimen organizado y pagó con la vida el precio de su valentía.

Manzo no era un político convencional. Elegido en 2024 como alcalde independiente bajo el emblema del “Movimiento del Sombrero” —símbolo humilde de raíces campesinas y dignidad popular—, encarnaba la indignación de un pueblo harto de secuestros, fosas clandestinas y “cobro de piso”.

Uruapan, epicentro mundial de la producción de aguacate, ha sido durante décadas un botín codiciado por los cárteles de la droga. Manzo, con su sombrero como estandarte, rechazó cualquier pacto con el narco.

En septiembre de 2025, en videos virales que recorrieron las redes, clamó públicamente al gobierno federal: “No quiero ser un presidente municipal más de la lista de ejecutados”. Pidió blindaje para su familia, inteligencia contra los narcos y recursos para una policía local depurada.

Sus súplicas resonaron como un grito en el desierto; la respuesta oficial fue un silencio ensordecedor.

El 1 de noviembre de 2025, durante el Festival de las Velas, los grupos criminales lograron romper el cerco de seguridad del valiente alcalde y le arrebataron la vida ante los ojos de cientos de personas.

Antes, Manzo había firmado su sentencia de muerte al ordenar abatir sicarios sin piedad tras ejecuciones previas. Su negativa a los “abrazos” con los grupos criminales lo convirtió en objetivo prioritario. Su asesinato se sumó a una lista macabra: al menos diez alcaldes fueron ejecutados en México durante el arranque del sexenio de Claudia Sheinbaum.

En Michoacán, con 4.7 millones de habitantes, más del 80% de los uruapenses se sentía inseguro, según una encuesta del INEGI.

Grecia Quiroz, vestida de negro riguroso y con el corazón hecho jirones, no se derrumbó. Al día siguiente, en el homenaje póstumo en la plaza principal —abarrotada por cientos de ciudadanos que coreaban “¡Presidenta, presidenta!”—, tomó el micrófono con manos temblorosas pero voz firme: “Apagaron su luz, pero no lo callarán nunca”.

Abrazando el sombrero de su esposo como talismán, añadió: “Carlos fue el único que se atrevió a alzar la voz, a hablar con la verdad sobre la inseguridad en Michoacán, sin temor a perder su vida”.

Pidió protestas pacíficas, rechazando el vandalismo que estalló en Uruapan y otras ciudades: “En memoria de Carlos, hagámoslo de manera civilizada”, recordando que su lucha siempre fue por la no violencia.

Ese domingo, el pueblo la vio no como viuda, sino como heredera legítima: una mujer que convertía el luto en resistencia.

La transición fue un torbellino. El Cabildo de Uruapan, fiel al Movimiento del Sombrero, notificó al Congreso estatal la designación de Quiroz como presidenta municipal sustituta. El diputado independiente Carlos Bautista Tafolla, del mismo movimiento, impulsó la propuesta.

El 4 de noviembre, escoltada por la Guardia Nacional —un despliegue irónico, ausente para Manzo pese a sus ruegos—, Quiroz se reunió en Palacio Nacional con la presidenta Sheinbaum. La mandataria prometió justicia y anunció el “Plan Michoacán para la Paz y la Justicia”, pero Quiroz, en privado, exigió más: romper la complicidad con autoridades locales corruptas, que Manzo había denunciado públicamente.

“Tuvieron que arrebatarle la vida a Carlos para que voltearan a ver Uruapan”, espetó después en declaraciones públicas.

El 5 de noviembre, en una sesión extraordinaria del Congreso de Michoacán en Morelia, Grecia Quiroz rindió protesta. Llegó en camioneta blindada, custodiada por un cerco policiaco y acompañada por decenas de simpatizantes del Movimiento del Sombrero.

El pleno, con 38 votos a favor y ninguno en contra, la avaló para concluir el periodo 2024-2027. Minutos de silencio y aplausos por Manzo precedieron su juramento. Vestida de luto, con el sombrero en mano, extendió la palma y prometió: “Juro por Dios y por la patria”.

En su discurso expresó: “Hoy vengo con un corazón destrozado porque me quitaron a mi compañero de vida, de lucha, al padre de mis hijos. Pero vengo con el valor que él me enseñó”. Lágrimas rodaron, pero su mirada era fuego. “El legado de Carlos Manzo está más fuerte que nunca. Este movimiento no lo callaron y no lo van a callar, porque aquí sigo, firme, con la convicción que él me enseñó”.

Gritos de “¡No estás sola!”, “¡Ni un paso atrás!” y “¡Carlos Manzo vive!” retumbaron en el recinto. Quiroz asumió una posición clara: continuidad sin pactos. Seguiría el rumbo ciudadano de Manzo, priorizando la paz social, el apoyo a los vulnerables y la erradicación de la corrupción que alimenta al narco. “Les voy a dejar un Uruapan, un Michoacán y un México que él hubiese querido”, sentenció.

Pero la toga de alcaldesa trae espinas afiladas. Los desafíos que enfrenta Grecia Quiroz son titánicos; un laberinto de balas y traiciones será la amenaza latente.

Para los mexicanos que se niegan a que la criminalidad mande, Grecia Quiroz es un faro en la tormenta. En un país donde el narco asesina candidatos —más de 30 en 2024—, su figura encarna la terquedad de la democracia. No es solo la viuda de Manzo; es la guardiana de un legado que proclama: “México se desangra mientras los gobiernos cambian de color para seguir pactando”.

Su Movimiento del Sombrero, multiplicado por el martirio de Carlos, une a campesinos, madres y jóvenes hartos. Marchas pacíficas en Uruapan, como la que encabezó el 6 de noviembre, claman “¡Justicia para Manzo!”, pero también “¡Paz para todos!”.

Quiroz representa al México profundo: el que no negocia su dignidad por miedo, el que transforma balas en votos, el que sueña con un país sin “presidentes del terror”. En sus palabras, durante la protesta: “Carlos nació para ser el presidente de México, el mejor que ha tenido. Sus manos se fueron limpias”.

Grecia, con el sombrero en la cabeza, no busca la presidencia nacional aún; busca sobrevivir día a día para que Uruapan respire. Pero su eco llega lejos: a Guerrero, Sinaloa, Tamaulipas, donde alcaldes tiemblan. Para millones, es prueba de que el pueblo puede derribar gigantes. Si cae, será mártir; si resiste, cambiará la historia.

En Michoacán, la lucha no es abstracta: es el sombrero que no cae, la viuda que no se rinde, el México que dice “basta”.

 

 

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