ENTREVISTAS
La historia de Jared Serna contada por sus padres: «Le dijeron que nunca volvería a jugar… y hoy rompe un récord de 79 años»
Por Gabriel Ibarra Bourjac
Cuando Jared Serna conectó aquel domingo el triple que significó el noveno de la temporada —en menos de treinta juegos—, no solo rompió la marca histórica de la Liga ARCO Mexicana del Pacífico, que desde 1945 parecía inalcanzable, lo hizo con una insolencia que dejó mudos a los cronistas veteranos: nueve triples en veintitantos partidos, cuando el récord anterior (ocho) había sido el techo de una campaña completa de 68 encuentros.
Jared convierte los dobles en triples como quien respira, como si las bases fueran un simple trámite antes de la fiesta en home. En Jalisco ya no lo quieren: lo idolatran. Y con razón. Es el espectáculo más grande que ha dado el béisbol mexicano en mucho tiempo.
Pero detrás de esa gacela que vuela por los senderos hay una historia que pocos conocen y que hoy, gracias a la voz de sus padres, Ramón “Baby” Serna y Martha Estrada, podemos contar con todo el dolor, toda la fe y toda la esperanza que lleva dentro.
A los 13 años, en un torneo amistoso en Los Ángeles, un manager irresponsable lo dejó lanzar hasta que el brazo dijo “ya no más”. Regresó a Guaymas con el codo destrozado. Seis especialistas —entre Empalme, Guaymas y Hermosillo— dictaminaron sentencia: “El niño ya no va a poder jugar béisbol; sácale el uniforme”.
La mamá lloraba todas las noches; Jared, con esa carita de niño al que se le estaba yendo el sueño de su vida, también lloraba. Y entonces apareció el milagro con nombre y apellido: doctor Vicente Arturo Carranza, en Magdalena de Kino.
Después de ver los estudios, el doctor explotó: “¿Quién carajos les dijo que este brazo está perdido? Aquí yo lo libero”. Siguieron inyecciones, dieta estricta, pomadas, reposo absoluto, prohibición total de dulces y comida chatarra. Fueron dos meses de calvario y de fe. Jared cumplió todo al pie de la letra.
Y un día, el doctor Carranza dijo las palabras que cambiaron todo: “Ya no tiene nada. Vayan a jugar”. Ese día no solo se salvó un brazo: se salvó la carrera que hoy nos tiene a todos disfrutando el espectáculo de verlo batear, volar por las bases, atrapar la bola y hacer lances memorables.
Por eso, cuando vemos a Jared deslizarse de cabeza en tercera o pararse en la caja de bateo con esa seguridad de hombre hecho, entendemos que no es solo talento puro: es talento sobreviviente. Talento que venció la irresponsabilidad de un manager, la desesperanza de seis doctores y las lágrimas de una madre que se negó a que le mataran el sueño a su hijo.
Hoy los padres de Jared, Ramón “Baby” Serna y su esposa —gente sencilla y beisbolera de pura cepa guaymense— abren el corazón en esta entrevista inolvidable. Nos cuentan cómo empezó todo con una pelota y un bat chiquito en los juegos de los Ostioneros; cómo lo hacían subir el cerrito cinco veces si quería que lo llevaran a jugar; cómo le pegaba a la llanta hasta que le salían ampollas… y cómo hoy no cambiarían por nada esas noches de gritos y brincos frente a la tele cada vez que su muchacho hace de las suyas.
Esta es la historia detrás del ídolo. Y vale oro.
LA ENTREVISTA
GIB: Ustedes son gente muy beisbolera en Guaymas, Sonora, ¿verdad? ¿Cómo nació esa pasión por el béisbol y cómo ubicamos a Jared dentro de esa tradición?
Ramón “Baby” Serna: Sí, totalmente. Todo empieza con mi abuelo, que fue beisbolista en Guaymas. Luego mi papá, mis hermanos… mi papá ya está grande y ya no juega, pero mis hermanos siguen jugando localmente. Todos los domingos había juego y yo llevaba a mis hijos desde chiquitos.
Al principio llevaba al mayor, Eduardo. Jared tenía como tres o cuatro años y no me dejaba ver el juego: “Papá, cáchame. Papá, tírame la pelota”. Le compraba un bat y una pelotita y ahí estaba yo con él.
Un día mi hermano me dijo: “Llévalos a la liga de 5–6 años”. Llevé al grande y dejé a Jared viendo. Pero Jared no paraba: siempre quería batear, correr, agarrar pelotas. Ya a los 5–6 años lo metí a un equipo y rápidamente destacó: quedó en la selección de Guaymas, luego en la de Sonora… y así se le fueron dando las cosas.
La verdad, nunca imaginé que llegara tan lejos. Para mí y para mi esposa solo se trataba de que se divirtiera y no estuviera ocioso.
GIB: Jared es un jugador espectacular: batea, fildea y corre las bases como una gacela. Se ha convertido en el ídolo de Charros… los dobles los hace triples. Y ahora rompe la marca histórica de triples en la Liga ARCO con solo 9 en menos de 30 juegos. ¿Cómo han vivido esta emoción?
Ramón “Baby” Serna: Nosotros no lo esperábamos. Solo lo llevábamos para que jugara y se entretuviera. De repente empieza a destacar y la gente de Guaymas nos llama feliz, amigos peloteros nos felicitan… a mí se me sube la adrenalina porque veo la alegría de ellos y digo: “Hay que creérnosla”. Yo no me pierdo un juego por nada. Cada vez que batea o hace una jugada me da “gallina de piel”.
Martha Estrada, mamá de Jared: Estamos muy sorprendidos y agradecidos con Dios. La gente nos dice: “¡Es usted la mamá de Serna!” y yo poco a poco me lo fui creyendo. Desde chiquito le poníamos reglas: si quería jugar béisbol, tenía que subir y bajar el cerrito que está atrás de la casa cinco veces, darle a la llanta todos los días… Mi esposo le decía: “Si no le pegas a la llanta, no te llevo”.
Y así fue. Esa velocidad que tiene ahora viene de ahí, de ese entrenamiento natural que le pusimos desde niño.
GIB: ¿Y esas reglas eran para los tres hijos?
Mamá de Jared: Mis tres hijos son peloteros. Jared es el del medio. El mayor tiene 28 y es músico, pero también jugó. El menor, Jordi, tiene 18; está firmado con Marineros de Seattle y muchos dicen que puede ser mejor que Jared, pero es más tímido. Jared lo orienta muchísimo: le manda ejercicios, le dice qué comer, cómo entrenar… está aprovechando todo lo que Jared aprendió.
GIB: ¿Cómo fue Jared de niño y adolescente? ¿Cómo maduró hasta convertirse en este pelotero tan completo?
Ramón “Baby” Serna: Desde kínder solo pensaba en béisbol. Desayunaba, comía y soñaba béisbol. En esta casa no ha habido otra cosa. Desde que se levanta hasta que se duerme: gimnasio, bateo, entrenamiento. Siempre fue muy dedicado. Hoy, Jordi y él se levantan, desayunan y a entrenar. Cuando Jared está en casa todavía le digo: “Vamos a la llanta”, y aunque dice que ya está grande, me hace caso (risas).
ROBINSON CANÓ, EL ÍDOLO DE JARED
GIB: ¿Quiénes fueron sus ídolos de pequeño?
Ramón “Baby” Serna: De chiquito veía mucho a Robinson Canó en el Nintendo. Luego vio en vivo a Adrián González, a Karim García, a Ramiro Peña… Después le tocó practicar con Adrián González y con Nick Swisher, que había sido su ídolo en videojuego y televisión.
Aquí en la Liga del Pacífico veía a Erubiel Durazo, Vinicio Castilla, Benjamín Gil… Hoy convive y juega con los que eran nuestros ídolos. Para mí es un sueño verlo junto a ellos.
GIB: ¿Cómo vivieron el momento en que rompió la marca de triples?
Mamá de Jared: ¡Ay, qué bárbaro! Yo todos los días pido a Dios por él. El día que empató el récord mi consuegra me dijo: “Vamos al estadio”. Le dije: “No, me quedo, porque sé que lo va a pegar”. Y lo pegó. Gritamos, brincamos, lloramos aquí en la casa. Cuando rompió la marca estábamos viendo el juego en diferido sin darnos cuenta, y de repente ¡otra vez el triple! Volvimos a brincar. No nos cabe la alegría en el pecho, de verdad.
GIB: Ahora está en Triple A con los Jacksonville Jumbo Shrimp, filial de Marlins. Acaba de ganar campeonato y le van a dar anillo…
Mamá de Jared: Sí, me acaba de hablar para pedirme la medida del dedo. Estamos muy felices. Siempre le digo: “Esto no es solo tuyo, es de todo el equipo, de la familia, de la gente que te apoyó”.
“NADA DE SOBERBIA”
GIB: El éxito a veces transforma a la gente. Hemos visto casos tristes de peloteros mexicanos con mucho talento a los que la fama les ganó. ¿Cómo le ayudan a Jared a mantener los pies en la tierra?
Mamá de Jared: Constantemente le decimos: “Todo esto es de Dios, no tuyo. Nada de soberbia”. Le contamos nuestras experiencias: una vez esperamos horas a Julio Urías afuera de un estadio y ni nos volteó a ver; lo mismo con Vinicio Castilla. Le digo: “Si un niño te pide un autógrafo o una foto, nunca lo ignores. Sé humilde. Guarda, ahorra, porque nadie sabe lo que Dios tiene preparado. Tú eres Jared, como cualquier otra persona, y te debes a la gente que te ayudó”.
CUANDO LO DESAHUCIARON
GIB: ¿Cuál ha sido el momento más difícil que han pasado con él en el béisbol?
Mamá de Jared: Cuando tenía casi 13 años lo llevaron a Los Ángeles a un torneo amistoso y lo dejaron pichar demasiado: muchos innings, muchos lanzamientos. Le empezó a doler el brazo. Aquí en Guaymas y Empalme varios doctores nos dijeron que ya no iba a poder jugar, que podía quedar inmóvil del brazo.
Yo lloraba todos los días. Hasta que una amiga me recomendó al doctor Vicente Arturo Carranza, en Magdalena. Lo llevamos con los ojos cerrados después de seis doctores que no daban esperanza. El doctor lo revisó, lo inyectó, le puso dieta estricta, pomadas, tratamiento… y en dos meses lo dio de alta. Jared nunca dejó de tener fe ni de seguir todo al pie de la letra. Fue la lesión más fuerte que tuvo, pero gracias a Dios y al doctor Carranza ahí sigue.
EL AGRADECIMIENTO CON DIOS
GIB: Para cerrar, ¿algo que quieran agregar?
Mamá de Jared: Solo agradecer. Primero a Dios, luego al público de Guaymas, de Guadalajara, de todos lados que quiere y apoya a mi hijo. Sin el público no hay béisbol. También a ustedes, los comunicadores, que lo dan a conocer y lo alzan. Que sigan apoyándolo; nosotros seguiremos pidiéndole a Dios que lo cuide y lo mantenga humilde. Muchas gracias a todos, de corazón.
