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La encrucijada americana: Deuda, declive y la sombra de una nueva Doctrina Monroe

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Actualidad, por Alberto Gómez R.

La deuda nacional bruta de Estados Unidos superó la marca histórica de los 38 billones de dólares a finales de 2025, un hito sombrío alcanzado, de manera casi simbólica, durante un cierre del gobierno federal. Esta cifra, que crece a un ritmo vertiginoso —se estima que la deuda se incrementó en casi 70,000 dólares por segundo durante el último año—, es el telón de fondo de una transformación profunda en la política y la economía global.

Para muchos analistas, este nivel de endeudamiento no es solo un problema contable, sino el síntoma de una hegemonía económica bajo presión, que busca nuevas fórmulas, a veces desesperadas, para mantener su influencia. En este contexto, la mirada de Washington ha regresado con intensidad a su “patio trasero” histórico: América Latina, y especialmente, a Venezuela y sus vastas reservas petroleras.

LOS CIMIENTOS AGRIETADOS

El peso de la deuda estadounidense es una losa para su futuro económico. Como advierte Michael Peterson, presidente de la Fundación Peter G. Peterson, “los costos por intereses desplazan importantes inversiones públicas y privadas en nuestro futuro, perjudicando la economía para cada estadounidense”. La Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno ha señalado que esta carga se traduce en costos de endeudamiento más altos para hipotecas y automóviles, salarios más bajos y bienes más caros. (apnews.com)

Paralelamente, las prioridades presupuestarias del gobierno revelan una tensión interna. Para el año fiscal 2026, se propuso un aumento del 13% en el gasto de defensa, acercándolo a la cifra récord de un billón de dólares. Este incremento se financiaría, en parte, con recortes “drásticos” en una multitud de programas sociales y de ayuda exterior, incluyendo educación, salud, medio ambiente y asistencia pública, con una reducción de casi el 23% en el gasto discrecional no relacionado con la defensa (cnnespanol.cnn.com) Esta redistribución de recursos, de lo social a lo militar, refleja una elección estratégica en un contexto de recursos limitados.

EL REGRESO AL “PATIO TRASERO”

La respuesta a esta encrucijada interna parece estar orientándose hacia el exterior. En diciembre de 2025, la administración Trump publicó su Estrategia Nacional de Seguridad, un documento que marca un giro geopolítico significativo. Allí se declara abiertamente la intención de reforzar la influencia de Estados Unidos en América Latina y se anuncia la aplicación de un “Corolario Trump” a la Doctrina Monroe, resucitando la visión del continente como esfera de influencia exclusiva de Washington.

El texto argumenta que Estados Unidos debe reajustar su presencia militar global “para hacer frente a amenazas urgentes en nuestro hemisferio”. (www.dw.com)

Este corolario no es una mera declaración de principios. Tiene un objetivo económico y geopolítico concreto: asegurar el acceso y control de recursos estratégicos. El documento menciona explícitamente la búsqueda de un cambio de gobierno en Venezuela y el control de recursos clave como el Canal de Panamá. Venezuela, con las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, encarna el tipo de “tesoro” que podría aliviar, al menos temporalmente, las presiones sobre una economía estadounidense cargada de deudas y necesitada de riqueza tangible.

La tensión con Venezuela ha sido el campo de pruebas más visible de esta nueva estrategia. Durante semanas, la administración Trump mantuvo al mundo en vilo con señales contradictorias sobre una posible intervención militar. Por un lado, desplegó un contingente sin precedentes en el Caribe, que incluye al portaaviones Gerald Ford y unos 15,000 efectivos. Por otro, habló de mantener contacto con el presidente Nicolás Maduro.

Expertos como Phil Gunson, del International Crisis Group, interpretan esta ambigüedad como el reflejo de un cálculo político interno. “Trump sabe, porque se lo dicen las encuestas, que tal vez sería popular deshacerse de Maduro si fuera rápido e indoloro, pero embarcarse en una aventura bélica, no”, señala Gunson. David Smilde, profesor de la Universidad de Tulane, confirma que “un 70% de los estadounidenses se opone a una intervención en Venezuela”. (elpais.com)

Esta presión popular y el alto costo potencial de una guerra han hecho que la opción militar conviva con la de una “salida pactada”. La administración parece estar empleando una estrategia de coerción máxima —con despliegues militares, bombardeos a supuestas narcolanchas y sanciones— para forzar una negociación que le sea favorable, posiblemente apuntando a un cambio de régimen que abra el petróleo venezolano a intereses estadounidenses. Es un juego de alto riesgo donde la amenaza de la fuerza busca conseguir lo que la fuerza misma no puede lograr sin un costo político prohibitivo.

EL TABLERO GLOBAL

La obsesión por América Latina y sus recursos no puede entenderse al margen del cambio tectónico en el orden mundial. Como explica el inversor Ray Dalio, estamos presenciando un “gran conflicto mundial sobre el orden mundial, con el ascenso de China” que desafía el dominio occidental establecido tras la Segunda Guerra Mundial (es.weforum.org). Esta pugna es, en esencia, económica y tecnológica.

Un análisis del Real Instituto Elcano cuantifica esta rivalidad. Su modelo revela una asimetría crucial: Estados Unidos mantiene una capacidad desproporcionada de coerción económica, gracias a su dominio del sistema financiero global (que controla entre el 80% y 90% en segmentos clave). Este poder le permite, según el modelo, infligir pérdidas significativas a sus rivales mientras limita su propia vulnerabilidad.

La estrategia “America First” (o MAGA), lejos de ser irracional, aparece en este análisis como óptima en el corto plazo para Washington. Genera ganancias relativas para EE.UU. (0.3% del PIB) mientras impone costes mayores a China (-3.4% del PIB) y moderados a la Unión Europea. Sin embargo, el mismo estudio advierte que esta confrontación conlleva el riesgo de una “crisis financiera endógena” que podría causar pérdidas del 12.5% del PIB en Estados Unidos y del 23.8% en China (www.realinstitutoelcano.org). El proteccionismo y la coerción son armas de doble filo.

La búsqueda de hegemonía a través de la fuerza tiene una consecuencia doméstica insoslayable: la progresiva militarización de la política interna y el desgaste de la cohesión social. La administración Trump no solo ha desplegado tropas en el exterior, sino también en suelo estadounidense. El envío de la Guardia Nacional y los marines a Los Ángeles y otras ciudades para operaciones vinculadas al control migratorio ha generado una profunda preocupación entre veteranos y expertos legales.

Dan Maurer, ex teniente coronel y profesor de derecho, advirtió que esta situación refleja “exactamente la situación por la que luchamos para independizarnos”, acusando al presidente de “Making America militarized again” (Haciendo a América militarizada de nuevo). Joe Plenzler, veterano de los Marines, cuestionó la idoneidad de usar tropas para tareas policiales: “No somos policías… No están entrenados en tácticas de desescalada requeridas en el policiamiento comunitario”. (latimes.com)

Esta orientación hacia soluciones militarizadas consume recursos descomunales. Solo en los últimos tres años, las fuerzas armadas gastaron más de 6,000 millones de dólares en bonificaciones para reclutar y retener personal, una cifra que evidencia la dificultad para mantener sus efectivos en un mercado laboral competitivo y una sociedad con creciente aversión al conflicto. (www.kmvt.com)

El declive de la hegemonía económica estadounidense es un proceso relativo y complejo. Estados Unidos sigue siendo la potencia con mayor capacidad para moldear el sistema global a su favor, incluso a través de la coerción. Sin embargo, su gigantesca deuda, la desigualdad interna y el ascenso de rivales como China lo han colocado en una posición defensiva. En este contexto, la tentación de utilizar el poder militar para asegurar recursos que alimenten su economía y reafirmar su dominio regional es poderosa, como demuestra la crisis con Venezuela.

Pero esta vía está plagada de riesgos. Puede generar crisis financieras globales, erosionar aún más la legitimidad interna de Washington al priorizar la guerra sobre el bienestar social y acelerar la búsqueda de alternativas por parte de otros países.

El mundo observa cómo una superpotencia, presionada por sus propias contradicciones económicas, reconsidera las lecciones del siglo XX, donde la fuerza bruta a menudo resultó ser un pilar débil para sostener un imperio. El dilema americano no es solo cómo mantener su primacía, sino a qué costo —económico, moral y social— está dispuesto a pagar por ella.


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