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MUNDO

De la inclusión a la controversia: Infancia, ideología y poder, el giro occidental en la política de género

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Por Jorge López Portillo Basave

Como lo hemos escrito con anterioridad, en Occidente llegó una ola, o marea, de ansiedad por promover la transexualidad a lo largo y ancho de las sociedades occidentales, desde Europa hasta América. Cuando era joven leí que a los violadores se les castigaba con castración química y que, en la antigüedad, a algunos esclavos se les llamaba eunucos por haber sido castrados para servir en palacios y evitar cualquier vínculo sexual con las mujeres de los amos.

Así las cosas, la libertad sexual se ha convertido en un tema central en Occidente, donde los países más ricos y las empresas más poderosas promovieron un modelo llamado “incluyente”, en el que, con base en el respeto a la diversidad del deseo sexual, se inició una campaña que derivó en la sexualización de menores.

Como lo hemos señalado, este fenómeno no dejó intacta a ninguna clase social ni raza. De hecho, se promovió como parte de una agenda global de afirmación sexual, denominada en Estados Unidos como gender-affirming care o “cuidado de la salud para la afirmación sexual”. En este contexto se habla de “ayudar” a menores incluso antes de la pubertad, prácticamente desde los primeros años de vida, para decirles que el sexo y la identidad son fenómenos sociales, no obligatorios ni necesariamente permanentes.

Se inició así una campaña occidental que se impuso en escuelas y empresas, presentando como deseable que, incluso en el ámbito escolar, se consultara a niños desde los 5 años de edad si se identificaban como hombre, mujer, transexual, asexual, bisexual, pansexual, etcétera, en muchos casos sin informar a los padres.

Hubo decenas de eventos en escuelas de kínder, primaria y secundaria en los que se abordaron temas sexuales ante menores, frecuentemente impartidos por personas de la llamada comunidad transexual, en ocasiones incluso mediante presentaciones con bailes eróticos o vestimenta mínima, similares a espectáculos de table dance.

Además, se les indicaba a los menores que podían dejar en blanco su identidad sexual y modificarla cuando lo desearan, sin que la escuela estuviera obligada a informar a los padres. Incluso se les aseguraba que lo que manifestaran no sería comunicado a sus familias.

Como se puede observar, no se trataba de pláticas para adultos ni de debates públicos, sino de intervenciones dirigidas directamente a menores en escuelas o clubes. Posteriormente, se les señalaba que, para “ser lo que querían ser”, podían solicitar al gobierno el acceso a medicamentos que químicamente impedirían el inicio de los cambios hormonales propios de la pubertad.

En muchas regiones se implementaron leyes para sancionar a padres, líderes sociales o religiosos que cuestionaran u objetaran este tipo de tratamientos aplicados a menores que ni siquiera habían llegado a la adolescencia, pero a quienes ya se les iniciaban tratamientos químicos con el supuesto objetivo de cambiar su sexo.

Ni qué decir de los eventos internacionales de años recientes, incluidas las Olimpiadas de París, donde hombres ya identificados como mujeres participaron en competencias deportivas femeninas, en las que, en términos físicos, superaron ampliamente a las mujeres participantes.

Parece ser que en Estados Unidos, el país que impulsó esta agenda con mayor fuerza, el Congreso ha dado un paso atrás. A nivel federal se aprobó una ley que prohíbe el uso de fondos federales para la aplicación de drogas destinadas a bloquear la pubertad en menores. La iniciativa fue presentada por la legisladora Margie Taylor y fue respaldada por todos los integrantes del Partido Republicano, mientras que fue rechazada por el Partido Demócrata.

El resultado de la votación fue de 216 votos a favor de prohibir este tipo de operaciones o tratamientos químicos para remover o suprimir características sexuales en niñas y niños antes de la mayoría de edad, contra 211 votos en contra, es decir, una aprobación por una mayoría mínima de cinco votos. El proyecto deberá ahora ser discutido en el Senado y, en su caso, firmado por el presidente Trump. Ya veremos si prospera.

Naturalmente, algunos estados y grupos más liberales podrían llevar el tema a los tribunales. El argumento central es que dicha ley vulnera el derecho a la salud de los menores que sienten pertenecer a un sexo distinto al que les fue asignado al nacer por sus cromosomas XX o XY.

Como lo he dicho en otras ocasiones, considero que un adulto puede sentirse y hacerse lo que quiera con su cuerpo, pero es incorrecto forzar a otros a seguir esa ruta, y mucho menos a infantes que no pueden conducir, votar, consumir alcohol ni decidir por sí mismos sobre tratamientos que les afectarán de por vida, ya sea mediante la remoción de partes de su cuerpo o la supresión química de su desarrollo natural.

Quienes inducen a padres confundidos o temerosos a permitir que sus hijos se sometan a tratamientos que, en muchos casos, implican una dependencia médica permanente y posibles complicaciones sociales, médicas y psicológicas, deberían responder por ello. Un adulto puede hacer de su vida lo que quiera, pero si un menor no puede consentir una relación sexual, ¿cómo puede un gobernante, un funcionario o incluso un padre decidir que un niño debe cambiar de sexo porque “Dios se equivocó” o porque la naturaleza es “defectuosa”?

No veo cómo ni por qué se debe fomentar que niños se mutilen. No veo la compasión en decirle a un niño que puede cambiar de sexo antes de que llegue la pubertad. No veo cómo un país pueda beneficiarse de alterar las hormonas sexuales de toda una generación. Pero sí veo cómo esto puede convertirse en un gran negocio y en una oportunidad para gobernar poblaciones dependientes de medicamentos de por vida, mientras se reduce la tasa de natalidad, aunque en algunos casos se haya ido demasiado lejos.

Para cerrar el año, quiero agradecer a este espacio la oportunidad de abordar temas globales, económicos y políticos que, desde México, a menudo no se discuten o se analizan únicamente desde una visión local. Agradezco también a usted su lectura, doy gracias a Dios por sus regalos en este 2025 y deseo que el 2026 sea mucho mejor para usted, para mí y para todos.

Hasta enero de 2026.
¡Feliz Navidad!


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