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JALISCO

El reverso incómodo de la historia oficial: Urrea, el general olvidado que nos obliga a mirar el poder de reojo

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Por Gabriel Ibarra Bourjac

En un país donde la historia oficial sigue siendo un collage de héroes intocables y villanos de cartón, hoy nos reunimos para presentar un libro que recupera la memoria de uno de los personajes más importantes y, al mismo tiempo, más injustamente relegados de la primera mitad del siglo XIX mexicano: el general José Cosme Urrea.

Y lo hacemos de la mano de un descendiente directo que, con paciencia de orfebre y honestidad de cronista, ha convertido la investigación familiar en una novela histórica de primer orden: don Carlos Urrea García Rulfo.

Permítanme empezar por lo que más me impacta de esta obra: su honestidad brutal.

Porque don Carlos no llegó a los archivos con la pretensión de levantar un altar a su tatarabuelo. Llegó con la curiosidad de quien arma un árbol genealógico y, de pronto, se topa con tres generales en la misma rama. Y cuando decidió escribir sobre José Cosme, lo hizo con la idea romántica de un militar solitario, casi monje de la patria.

Hasta que la realidad documental le dio un zape: el general no estuvo soltero, sino que se casó… ¡tres veces!

Y don Carlos, en lugar de esconder el dato debajo de la alfombra familiar, reescribió capítulos enteros.

Ese gesto marca la diferencia entre la hagiografía y la historia verdadera.
Eso, por sí solo, vuelve valioso el libro incluso antes de abrir la primera página.

El general José Cosme Urrea no es un nombre que suene en los libros de texto.
No tiene estatua ecuestre en el centro de ninguna ciudad importante, no tiene avenida con su apellido, no aparece en los billetes.

Y, sin embargo, estuvo casi en todo: en la guerra de Independencia —primero del lado realista y después del insurgente—; en la guerra de Texas; en la defensa contra la intervención estadounidense; como gobernador de Durango y de Sonora; como preso político; como rebelde contra Santa Anna y contra Bustamante; como estratega que escapó de dos cautiverios, y como hombre que, en más de una ocasión, prefirió el destierro antes que doblegarse.

Es decir: Urrea es el reverso incómodo de la historia oficial. No es el héroe romántico de Hidalgo ni el calculador genial de Iturbide.

Es el militar profesional que entiende que la independencia no fue un grito unánime, sino un cambalache de lealtades, traiciones y pragmatismos.

Es el hombre de las periferias que, desde Sonora y Durango, observa cómo el centro se come al país.

Es el federalista que choca contra los centralistas de siempre.
Y es, también, el derrotado en Texas que carga con la culpa colectiva de una nación que prefiere mirar hacia otro lado.

Don Carlos ha elegido contarnos esta vida compleja con una estructura audaz: dos líneas temporales que corren en paralelo.

En la principal, un narrador omnisciente nos conduce por la madurez del general: su gubernatura en Durango, la campaña de Texas, la guerra contra los invasores norteamericanos.

En la secundaria, el propio José Cosme, ya viejo y mirando hacia atrás, recuerda su juventud: el ingreso al ejército realista, la decisión de pasarse a los insurgentes y las razones profundas que lo llevaron a jugarse la vida por una patria que apenas estaba naciendo.

Esa doble vía narrativa funciona como un espejo: nos muestra cómo un hombre se va construyendo a sí mismo mientras el país se deshace y se rehace a su alrededor.

Y lo hace con capítulos cortos, precisos, casi periodísticos, que se leen como crónicas de guerra escritas en el calor de la batalla.
No hay ladrillos académicos aquí; hay pulso, olor a pólvora, sudor de caballo y polvo de los caminos de Sonora.

Además, don Carlos se tomó el trabajo de reconstruir el mundo sensorial del siglo XIX: la ropa, la comida, los olores de los presidios, el sonido de los tambores en las plazas de armas, el sabor del pulque en las cantinas de Álamos.

Todo ello está acompañado por las magníficas ilustraciones de Natalia Olvera Carvallo, que no son mero adorno: son ventanas que nos permiten ver lo que las palabras, a veces, no alcanzan.

Pero lo que más me interesa resaltar esta noche es el valor político de este rescate.

Porque José Cosme Urrea no es solo un personaje del pasado: es un espejo del presente.

En un México que vuelve a debatirse entre federalismo y centralismo autoritario, la figura de este general rebelde suena a advertencia.

Urrea se levantó contra Santa Anna no por ambición personal, sino porque entendió que un país donde todo depende de la voluntad de un solo hombre está condenado al desastre.

Y pagó el precio: cárcel, destierro y olvido.

Hoy, cuando vemos cómo ciertas reformas pretenden concentrar el poder hasta extremos que rozan lo caricaturesco, leer a Urrea es un ejercicio de salud mental.

Nos recuerda que el federalismo no fue un capricho de provincia, sino la única forma que encontramos, hace dos siglos, para que el país no se despedazara.

Nos recuerda que los caudillos pasan, pero las instituciones débiles permanecen.
Nos recuerda, sobre todo, que la lealtad a la patria no siempre coincide con la lealtad al hombre fuerte de turno.

Ahí radica la gran virtud de este libro: no glorifica, interroga.

Don Carlos no nos entrega un héroe de bronce; nos entrega a un ser humano lleno de contradicciones, capaz de grandes aciertos y de errores monumentales.

Un hombre que ganó batallas y perdió guerras; que gobernó con mano firme, pero justa; que se enamoró tres veces y que, al final, murió lejos de los reflectores, casi en la pobreza.

En un país donde el pasado se utiliza más para dividir que para dialogar, este libro hace exactamente lo contrario: nos invita a conversar con un fantasma incómodo.

Porque Urrea no es de los que se dejan domesticar por ninguna narrativa oficial, ni la de ayer ni la de hoy.

Termino con una confesión personal.
Como mexicano, sonorense y jalisciense, me duele que la historia nacional siga contándose desde el centro y para el centro.

José Cosme Urrea nació en el Presidio de Tucson, cuando aún era territorio novohispano; peleó en Sonora; gobernó en Durango; murió en Sonora.

Su México fue el de los márgenes, tan legítimo como el de la Ciudad de México.
Y, sin embargo, casi nadie lo recuerda.

Este libro es también una reparación a esas periferias que sostuvieron la patria mientras el centro se disputaba los reflectores.

Van a enfrentarse a preguntas que siguen vigentes:
¿Qué significa ser leal cuando el poder se vuelve autoritario?
¿Qué significa ser mexicano cuando el centro pretende hablar por todos?
¿Qué significa hacer patria desde los márgenes?

Porque este no es sólo un libro sobre un general olvidado.
Es un libro sobre cómo se forma —y se vuelve a formar— nuestra historia.

Y eso, en los tiempos que corren, nos concierne a todos.

Así que, don Carlos, muchas gracias por este acto de justicia histórica y de valentía literaria.
Gracias por no maquillarle la vida a su antepasado.
Gracias por recordarnos que la historia no la escriben sólo los vencedores, sino también quienes, aun derrotados, se niegan a arrodillarse.

**

A ustedes, amigos lectores, les digo: lean este libro.
No sólo conocerán a un militar brillante y a un personaje fascinante.

Van a disfrutar la narrativa de Carlos. El estilo novelado le da sabor al libro; la forma en que presenta y adereza las historias, con un estilo descriptivo cuidado, le otorga un nivel distinto como escritor.

En este libro, Carlos logra su consagración como narrador.

Palabras de Gabriel Ibarra Bourjac en la presentación del libro José Cosme Urrea en la Independencia de México, en el marco de la FIL 2025.


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